Encrucijada en el cine europeo.
El hecho de que las grandes marcas norteamericanas se hayan abstenido de compe tir en esta cumbre del cine mundialta convertido inesperadamente a la 40ª edición del Festival de Cannes en un gran debate cinematográfico entre europeos.Para que esto haya sido posible, además de la ausencia de películas de Hollywood, han contribuido de manera dedisiva otras dos circunstancias. La primera de ellas, con perfiles algo imprecisos todavía, pero cuya gravedad sobrevoló sobre la gran concentración de cineastas europeos aquí ocurrida durante los últimos 12 días, hay que buscarla en el magma informe en que se ha convertido el cine europeo occidental desde los primeros años setenta a esta parte.
En Europa, tras el esfuerzo de renovación de los años cincuenta y sesenta, el cine comenzó a dormitar y a perder los acusados rasgos diferenciadores conseguidos mediante eseesfuerzo. Pues bien, ahora, después de esa larga modorra, ofrece los síntomas de un nuevo despertar, procedente, sobre todo, de las cinematografías italiana y británica. También, aunque en menor medida, de la holandesa, la española y la alemana. No es el caso, en cambio, de la antaño gran cinematografía francesa, cuyo cine está atrapado desde hace tiempo por las telarañas de -un exceso de intelectualismo complementario de una grave carencia de imaginación. Y esto ocurre no sólo entre sus mejores cineastas, sino entre las elites de sus receptores, dándose, por ejemplo, la paradoja de que en Cannes 87 ha sido la Prensa de la izquierda la que ha mantenido las posiciones analíticas más conservadoras. Premiar a Bajo el sol de Satán, de Pialat, es en este contexto un síntoma más del atolladero en que se encuentra el cine en francia, que glorifica así su propia impotencia.
La segunda circunstancia, no menos decisiva, es la reincorporación del cine soviético al de la Europa viviente, del que fue una vanguardia fundamental durante los 15 años que precedieron al aplastamiento de la Revolución de Octubre por Stalin y su burocracia.
La presencia en Cannes 87 de un filme ruso -para nada interfiere su identidad cultural el hecho de que sea de producción italiana- como Ojos negros, de Nikita Mikhalkov, y otro georgiano como Arrepentimiento, de Tengiz Abuladze, confirma la lenta y dificultosa reincorporación del cine soviético a la cultura viva europea. La perfección clásica del primero y la imperfección revulsiva del segundo conforman un suceso cultural tan serio como es recordarnos a los occidentales que Rusia o Georgia son también Europa.
Las dos circunstancias cita das sitúan al cine europeo actual en una encrucijada de la que esta edición de Cannes ha sido un reflejo inmejorable. En uno de los platillos de la balan zá están los cineastas -Frears, Scola, Greenaway, Mikhalkov, Abuladze- que buscan, y por eso encuentran, nuevos caminos; en el otro -Wenders, Pialat, Fellini, Godard- están los que siguen durmiendo en la siesta de sú antigua inventiva, que un día dio frutos llenos de energía, pero que hoy sólo ofrecen rutinas perfeccionistas, círculos trazados alrededor de su propio ombligo.
La apuesta está ahí. Un puñado de cineastas italianos, rusos, británicos, buscan el abrupto y fértil camino del riesgo. Mientras tanto, otros se quedan en la cómoda retaguar dia de lo ya fabricado, como coartada de su nada que decir.
Cannes 87 es, por ello, el punto de partida de una apuesta histórica del cine europeo consigo mismo, de un debate que será largo, accidentado y Reno de altibajos, alrededor de la misma pregunta de siempre, esa que formula con esplendor Charles Bukovski en su Barfly: "¿Que quién soy-yo? Una pregunta eterna sólo tiene una respuesta eterna: no lo sé". Wimk Wenders sabe quién es y reposa satisfecho de sí mismo en su trono de cartón piedra; Nikita Mikhalkov no sabe quién es, y mientras busca a pie su identidad, camina; y, entre tropiezos, avanza y nos hace avanzar. El premio de Cannes 87 a Pialat es un grave retroceso, pero otros cineastas seguirán no obstante tropezando hacia adelante.
Babelia
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