El Estado tunecino abre una puerta al islam
El desafío integrista en Túnez, expresado últimamente a modo de sucesivas algaradas violentas, no sólo ha provocado la reacción policial del Gobierno, sino que le ha obligado a detenerse en el estudio interesado del fenómeno religioso, al que intenta ahora tratar con cuidadosa exquisitez. La contrarréplica política a los intentos de desestabilización que se llevan a cabo bajo la bandera fundamentalista no se ha hecho esperar: Túnez, un Estado musulmán pero formalmente laico, acaba de incorporar a su estructura de Estado un Consejo Superior del Islam.
Las orientaciones religiosas presentan a este Consejo como un vehículo de fraternidad humana más que como un camino hacia la teocracia, y los dirigentes políticos han aprovechado el Ramadán para estar presentes en las charlas religiosas.El poder en Túnez teme a los fundamentalistas. El incierto futuro del país, con un presidente, Habib Burguiba, de 83 años, y la falta de alternativas al discurso político del Estado, inmovilizado en los principios de independencia de hace 30 años proclamados por el Partido Socialista Desturiano (PSD), han permitido que en Túnez, donde la oposición permanece amordazada y existe una juventud menor de 25 años que alcanza el 62% de la población, sobresalga el mensaje fundamentalista. El Movimiento para la Tendencia Islámica (MTI), que representa clandestinamente al integrismo organizado, no deja de ser una minoría, pero su ruido y la exclusividad de su discurso alternativo se están haciendo notar. Entre 60 y 100 fundamentalistas se encuentran en las cárceles del país, entre ellos su principal líder e inspirador, Rachid Ghanuchi, al que se intenta abrir proceso judicial en junio, una vez pasado el mes del Ramadán. Las acusaciones varían: desde terrorismo en su sentido estricto a intentos reales de desestabilización política, pasando por insultos a las instituciones, connivencia con Estados extranjeros (Irán) y alteraciones del orden público. La guerra contra los jomeinistas, como el poder califica a esta contestación que quiere convertir violentamente a Túnez en un régimen teocrático, está presente en la calle.
Patrullas policiales
Furgonetas de la gendarmería montan desde hace semanas guardia en lugares estratégicos de la capital, y las patrullas policiales, especialmente visibles en la silenciosa y solitaria hora del atardecer posterior a la ruptura del ayuno, controlan cualquier signo que pueda romper la monotonía pacífica de este mes religioso. Muchos fundamentalistas, atemorizados por las detenciones, evitan salir a la calle, y otros han optado por desproveerse de cualquier exteriorización física que les lleve a su inmediata identificación: los hombres rasurándose la barba y las mujeres descubriéndose la cabeza. Los intelectuales progresistas tunecino se mantienen neutrales ante est guerra entre el Gobierno y los integristas, pero en el fondo están contra cualquier retrocesión de lo hasta ahora alcanzado. La callada oposición, desde los comunistas hasta el Movimiento de los Demócratas Socialistas (MDS) del ex ministro Ahmed Mestiri, pese a que les resulta fastidioso tener como compañeros de viaje a los fundamentalistas, han adoptado una posición de principio: libertad de expresión para todos.El Gobierno reprime la calle y sabe que cuenta con apoyo interior y exterior para ello. Un régimen iranizado en Túnez haría cundir el pánico en la cercana Europa, añadiría un nuevo factor de peligro al ya tenso y vapuleado Mediterráneo y destruiría cualquier esperanza de democracia en el país, incluida la aparente y limitada que hoy permite, no obstante, el poder desturiano, según se asegura aquí.
Existe, pese a ello, un estado de alerta. Y el temor está en la intención manifiesta de esa minoría por utilizar la religión -recurso espiritual de las clases populares más humildes- como vehículo para el cambio de régimen, lo que resulta inmediatamente peligroso. Oficialmente se asegura desde el poder que tras las algaradas callejeras no hay más que un 5% de la población estudiantil. Pero el peligro no está en los jóvenes o en los ulemas que están tras ellos, a los que el Gobierno -como ya ha ocurrido- puede combatir policialmente y destruir políticamente a través de la propaganda en los medios de comunicación, sino en las mezquitas y en los cónclaves populares islámicos.
Con la creación del nuevo Consejo Superior Islámico, órgano colegiado compuesto por doctores en teología y mediante el que se van a canalizar las orientaciones religiosas dirigidas al país, se pretende hacer ver a la población que el Islam va unido al progreso, incluso a la ciencia y a la técnica, y que tiene una interpretación humanista basada en la en la fraternidad humana.
Es, en suma, la respuesta desde el poder desturiano a la provocación "oscurantista y retrógrada", pero también la contraalternativa política y espiritual que se le ofrece a una sociedad acostumbrada a un único y exclusivo discurso desde hace 30 años.
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