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Gloria y calvarío de Mario Mejía

"Por decir la verdad nos reprimen", reza un cartel colgado en la chabola del chileno que tras hablar al Papa fue torturado

"Por decir la verdad nos reprimen". La frase aparece escrita, en un lienzo que hay extendido sobre la fachada de la pequeña chabola en la que vive Mario Mejía, el poblador chileno que habló frente al Papa y que la semana pasada fue secuestrado y golpeado brutalmente. Los habitantes de la barriada de Lo Hermida, al oriente de Santiago, vigilan la vivienda y en la noche prenden fogatas con neumáticos para evitar una nueva agresión. Cada tres horas, rondas de carabineros patrullan el lugar.

Mejía, que el jueves 7 debió ser internado en una clínica, con mareos y vómitos provocados por la paliza, tiene su rostro tumefacto e hinchado y marcas de cardenales en el cuerpo. El terror, se abatió sobre él en la madrugada del Primero de Mayo, cuando escuchó violentos golpes y una voz que gritaba: "Policía".No había alcanzado a vestirse, cuando un hombre con una escopeta recortada penetró en su hogar y le dio la orden de salir. Un grupo de 10 hombres le trasladó, encapuchado, al sector norte de Santiago, cerca del lugar donde fue asesinado el periodista José Carrasco el año pasado, y le golpearon metódicamente mientras le decían que eran del Frente. "Les grité: ¡Pero yo soy el que habló ante el Papa. Y me contestaron: Por eso mismo te estamos pegando", recuerda. Mejía simuló estar desmayado y sólo entonces dejaron de golpearle. Otros dos pobladores que criticaron la dictadura ante Juan Pablo II han sido amenazados en los últimos días, y la Iglesia católica interpuso recursos ante la justicia por ellos. El portavoz del Papa, Joaquín Navarro, dijo que Juan Pablo II sintió "gran estupor y dolor" por la paliza que sufró Mejía. Fuentes vaticanas no descartaron una protesta "muy fuerte" del Vaticano ante el régimen chileno, según la agencia Efe. Para Mejía no es un misterío de dónde provienen sus agrosores: "Nadie me va a sacar de la duda que son grupos partidarios del régimen por su forma de actuar. Sabían que debían golpearme de una determinada manera para no matarme. Fue como para decirle a la Iglesia que no se meta contra nosotros".

Nadie le duda del responsable

Tampoco dudan en Lo Hermida, una barriada de 68.000 habitantes que protestan abiertamente contra la dictadura. Cuando un funcionario del Gobierno fue a visitar a Mejía, una pobladora le encaró: "Supongo que el presidente sabe quiénes golpearon a Mario". Ambrosio Rodríguez, el procurador general del Gobierno, preguntó: ¿Por qué usted dice eso?". Y la pobladora le replicó: "Porque fue Pinochet el que dijo que aquí no se mueve ni una hoja sin que él lo sepa".Los pobladores y estudiantes que hablaron con franqueza al Papa -ignorando la censura que introdujeron en sus discursos miembros conservadores de la jerarquía católica- se convirtieron en símbolos de las comunidades cristianas de base. Pudieron aparecer por la televisión católica -la oficial los vetó-, y lo aprovecharon. Mejía se salió tres veces del discurso oficial, para decir que hablaba a pesar de la censura, recordar que por primera vez en 13 años de dictadura podían reunirse los pobladores y para rógar: "No nos maten más en las poblaciones".

Después de ser golpeado, Mejía se convirtió en un mártir para los cristianos de base. Ha- sido víctima en numerosas ocasiones durante sus 37 años de vida. Hijo de obrero, no pasó de la enseñanza primaria, y a los 11 años estaba trabajando. A los, 16 se fugó con su actual compañera, María Donoso, y no se reconcilió con sus padres hasta después del nacimiento de cuatro hijos. Conquistó el sitio para construir su chabola en una. ocupación de terrenos durante el Gobierno de Allende, y después del golpe militar, su casa fue allanada tres veces por soldados.

Adoptó la religión católica al ver una Iglesia de base comprometida con los pobres. Mientras trabajaba en un puesto de un mercado, por las noches asistía a las reuniones de las comunidades cristianas. Fue detenido por primera vez participando en una sentada del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, del cual es miembro. Durante una protesta en 1983, le capturó una patrulla de soldados, le, dio una paliza y le arrojó en una quebrada. Pero Mejía perdona a la patrulla y al grupo que le golpeó ahora. ¿Qué saco con odiarlos? El rencor, a uno lo pudre", dice. Su esposa, María, mueve la cabeza con desazón y comenta que "él es demasiado bueno. Debería odiar un poco por lo menos".

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