La teoría del centro / periferia y el comercio mundial de armas
En el homenaje a Raúl Prebisch, a quien todos los hispanohablantes consideramos como uno de los grandes maestros de la economía del desarrollo, mi contribución quiere entrar en lo que a mi juicio todavía es una parcela comparativamente novedosa en la teoría centro / periferia.Las relaciones Norte / Sur empezaron a configurarse a nivel institucional, de forma aún muy tenue, en la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en la reunión de Ginebra de 1964, en la que tuve ocasión de conocer al doctor Prebisch y de apreciar su poderosa mente de intelectual y de hombre político. Por entonces, el principal problema era la relación real de intercambio, el envilecimiento de los precios de exportación desde el subdesarrollo. Luego, en los dos últimos decenios, han surgido nuevas formas de explotación desde el Norte, y más concretamente en el área de los gastos militares relacionados con los conflictos en el Tercer Mundo.
Vivimos todavía en un tiempo de inercias en el que resignadamente se considera que van a ser eternas las prédicas del darwinisino económico -la lucha competitiva en la jungla del mercado internacional- y las teorías de Clausewitz sobre "la guerra como continuación de la política por otros medios". Pero tales inercias, al menos en el mundo de las ideas, están tocando a su fin. Así traté de ponerlo de relieve en un reciente artículo en este mismo diario (el 2 de mayo, con el título Japón, el Pacífico y el Atlántico), al subrayar que, entre los países industrializados del Norte, la posibilidad de evitar las guerras comerciales y de dirimir las tensiones para no llegar a conflictos bélicos es algo ya normal en la mente de todos. Estamos condenados a entendernos, como tantas veces se dice. Incluso en lo que concierne a las diferencias y crispaciones entre el sistema capitalista neolíberal y monetarista y el socialismo realmente existente en sus tendencias reformistas actuales.
Entre las naciones, e incluso entre los bloques del Norte, la guerra ya solamente sería posible por error, que los mecanismos de control de las superpotencias tienden a ir reduciendo, o por locura de un grupo de dirigentes, una eventualidad que los medios de control político tienden a prevenir frente a situaciones como las que se crearon en 1939, cuando en Europa había talantes megalómanos como los de Hitler y Mussolini.
Pero, con todo, el complejo industrial-militar (del que fue primer formulador el general Eisenhower en el momento de transferir sus poderes a John F. Kennedy) sigue en permanente funcionamiento, a todas horas; incluso con poderes al día de hoy que ni el propio Eisenhower pudo imaginar. El complejo industrial-militar, y su paralelo soviético del generalato-nomenklatura, pretende conseguir excedentes económicos cada vez mayores para determinados conglomerados industriales del lado de la llamada, tantas veces cínicamente, economía de mercado. O pretende poderío político en el otro lado del socialismo de la nomenklatura.
En ambas circunstancias, lo que se buscan son salidas para las ingentes producciones potenciales de armamento, que ya resulta dificil ir colocando en los mercados convencionales del hemisferio -norte, por lo menos en las cantidades en que el complejo industrial-militar querría. Porello, para forzar las ventas en la semiesfera boreal, hoy se recurre al salto tecnológico de la pretendida Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), más comúnmente conocida por guerra de las galaxias, con su inevitable respuesta soviética si la IDE llega a ser realidad.
La otra salida es la venta de armas a los países del Tercer Mundo, que se canaliza a través de toda una secuencia de situaciones aparentemente confusas, de intermediarios a lo John le Carré, que hoy tienen nombres y apellidos y que son parte de la jet society que frecuenta los puertos deportivos del mundo con sus esplendorosas embarcaciones de recreo. Personajes que entran y salen, "como Pedro por su casa", en las sedes de Gobiernos y presidentes.
Nueva forma de explotación
Y lógicamente, en la infernal lógica de la acumulación infernal, para forzar esas ventas de armamento que significan ya decenas, de miles de dólares al año desde el Norte hasta el Sur, "se hace precisó fomentar" su consumo en lo que eufemísticamente se ha dado en llamar los "conflictos de baja intensidad". Esto es, en guerras de carácter localizado entre países menos desarrollados, que gastan cada vez más en armas con financiación que procede no solamente de los países enfrentados, sino también de otros orígenes: de países amigos, como hoy sucede en la contienda Irán-Irak, que está financiada desde más de una decena de Estados, desde Arabia Saudí y Kuwait hasta Estados Unidos (y seguro que también la URSS), y sin olvidar la contribución española en forma de envíos que han sido reiteradamente denunciados en el Congreso de los Diputados.
Los conflictos de baja intensidad son el método por el cual se crea esta nueva demanda brutal de gasto del Tercer Mundo en los otros dos mundos: el primero y el segundo, del Norte. Se genera así una nueva forma de explotación, quizá la peor, por el centro de la periferia, un nuevo modo de drenaje de fondos por el Norte del Sur.
Ya no son, pues, simplemente los términos del intercambio de las oligoexportaciones de los países menos desarrollados del Sur o las transferencias netas -de recursos al Norte lo que expresa el subdesarrollo. Son también las compras de armas, financiadas con recursos de los propios países subdesarrollados, o de países súbitamente enriquecidos por el petróleo en los años setenta, o con financiación vinculada de los propios países del Norte, que así hacen una inversión para un día tratar de obtener una rentabilidad a través de lo que es una política de cebar la bomba (keynesianismo infernal) de la demanda de armas.
En fin de cuentas, en el tema que planteamos está una de las más graves razones de la perpetuación del subdesarrollo en nuestro tiempo. Cuando ahora mismo, con el principio de la UNCTAD, aprobado en 1968 en Nueva Delhi, de transferir el 0,7% del producto interior bruto del Norte al Sur, sería posible acabar con la peor plaga de la penuria y la pobreza, lo cierto es que, muy al contrario, lo que está produciéndose es una nueva corriente de inversión, en forma de gastos militares, del Sur hacia el Norte.
Los gastos militares
Cuando tanto se habla del escándalo de la deuda externa, que puede representar en estos momentos en torno a 400.000 millones de dólares acumulados en los países latinoamericanos, son muy pocas las instituciones, lamentablemente, que se refieren a que, año a año, los gastos militares mundiales suponen del orden de dos veces y media esa cifra.
Desconocer hoy que las tensiones Este / Oesté están frenando una nueva forma de relación Norte / Sur es convertirse implícitamente en abogados del complejo industrial-militar y aceptar con resignación el si vis pacem para bellum, el viejo aforismo al que en el Sur, concretamente en Punta Árenas, se refirió recientemente Juan Pablo II, cuando denunció, del modo más claro en que hasta ahora lo ha hecho, el escándalo miserable del armamentismo: Ia mayor miseria de este mundo.
Si Prebisch estuviera hoy entre nosotros, en este su homenaje, seguramente asumiría posiciones en la línea de quienes, desde Erasmo y Gandhi hasta Olof Palme, han venido buscando una nueva ética en las relaciones internacionales para basarlas en la paz y en la solidaridad, y no en la confrontación y en el egoísmo de las hegemonías.
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