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Tribuna:FERIA DE SEVILLA
Tribuna
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Público y toros en la plaza de la Maestranza

Asegura la historia burguesa de la tauromaquia que con la llegada de los Borbones los nobles, acomodando por cortesía su conducta a la de Felipe V, que no gustaba de nuestra fiesta, abandonaron los ruedos, dejándolos libres para el toreo a pie; con esta deserción, insiste, se hizo posible la corrida de toros tal como hoy la contemplamos. En realidad, la nobleza participó en el proceso creativo de la moderna corrida aportando dos elementos esenciales: primero, el toro, pues al aplicar sobre las toradas silvestres sus propios principios de identificación social -control por la sangre y prueba del valor-, comenzaron a fijar la bravura, y, segundo, las plazas, puesto que a su costa erigieron las primeras -los cosos de las maes-tranzas de Sevilla y Rondal-, es decir, las primeras arquitecturas especializadas y capaces para albergar a un grupo social totalmente nuevo y eminentemente moderno: el público.

A partir de ese momento, la voz atronadora de la afición conducirá la evolución de las distintas actividades que se desarrollaron en los ruedos. Los toreros conformarán su hacer al gusto del público, y los nobles, atentos a las demandas colectivas, procurarán fijar en sus toros aquellas cualidades que reclama el público para el mayor mérito y mejor lucimiento de los espadas. Es en este contexto donde sólo puede comprenderse la importancia que tuvo, para la formación del primer público moderno, la decisión de la nobleza de erigir la plaza de Sevilla.

Autos de fe

Mas, ¿de dónde proviene esta novedosa colectividad? Común fue en el pasado celebrar autos de fe en conmemoraciones de rango. Un público numeroso y fanatizado acudía para contemplar el sacrificio en la hoguera de algunos desdichados. Felipe V, que ya expresó su disgusto por las corridas de toros, también rehusó asistir a los autos. A partir de entonces, el número de autos de fe disminuyó tanto como aumentó el de corridas. Parece como si, obedeciendo a una simbólica oculta, las luminosas corridas de toros fueran tomando el relevo de los tenebrosos autos de fe, a la vez que se iba invirtiendo el sentido del sacrificio espectacular.

La Iglesia sostuvo que el sentido de un auto de fe era la representación ante el pueblo del tremendo drama del juicio final. En el auto, el espectador asistía sumiso a la declaración de la sentencia inapelable e interiorizaba así su propia debilídad y servidumbre. Acto seguido, en la hoguera, el pueblo contemplaba el.exterminio de todos cuantos se empeñaban en rendir culto a Dios según los dictados de su propia conciencia.

Los autos eran los espectáculos públicos más tremendos de la época; eran también los más ordenados y ritualizados. Al sustituirse un espectáculo -por otro, la fiesta conservará la misma inercia por el ritual pero invertirá su sentido:no irá, como en el auto, de la sentencia al sacrificio, sino, al revés, de la muerte al juicio.

Esto es, una vez sacrificado el toro, será cuando el público emita la sentencia que, por otra parte, emanará de sí mismo: premia o castiga según lo acontecido, clara y luminosamente, en el ruedo. En la corrida, por primera vez, la responsabilidad del juicio reposa exclusivamente en el pueblo, que dicta, a través del presidente, su veredicto. La plaza de toros aparece, por tanto, como la feliz plataforma donde se genera, por primera vez, la libre opinión colectiva.

Conocimiento de la res

Para torear no sólo ha de acompañar al diestro el valor, la suerte y el duende, sino que además debe desarrollar un conocimiento y un dominio de la res, estar en disposición de una sabiduría del arte y de la técnica de la lidia. y, por si fuera poco, incluir todos los acontecimientos del combate dentro de un tiempo exacto. La lidiaes, por tanto, precisión de cálculo, finura de observación y profundidad de juicio, en suma, conciencia moderna.

Por eso mismo el espectador, para gozar de la, lidia, ha de fijarse intensamente en todo cuanto acaece en el ruedo, a la vez que tiene.que concentrarse en sí mismo. Sólo la propia conciencia, en su momento independiente, puede juzgar acerca de la calidad de lo que acontece en la plaza. Para ello el individuo ha de sobreponerse al gentío, repleglándose en su intimidad, ensinÚsmándose. De ahí esos silencios religiosos con -los que se dontemplan los momentos sublimes de la lidia.Cuando el.ritual y sibilante siseo del público silencia el tumulto festivo, que él mismo ha -traído hasta los tendidos desde el iteal de la Feria, reconocemos la persuasiva demanda colectiva de observación y de juicio. Minerva, en ese instante, celebra con su canto de lechu' za,la aparición de la conciencia y levanta su vuelo crepuscular sobre el cielo de la plaza de la Maestranza.

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