La figura revolucionaria de Antonio Gramsci divide a sus herederos políticos e ideológicos
Italia conmemora estos días el 50º aniversario de la muerte del pensador y político Antonio Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano (PCI), que falleció el 27 de abril de 1937, después de 11 años de cárcel. Los actos conmemorativos han sido poco más que testimoniales, con división de interpretaciones entre sus herederos políticos e ideológicos, bien porque su profetismo radical resulte hoy incómodo para la izquierda, muy alejada del espíritu revolucionario de aquél, bien porque las transformaciones sociales hayan debilitado con el tiempo la fuerza de su pensamiento.
Como todos los verdaderos profetas, que no sólo en vida, sino aun después de su muerte, suelen hacer brillar mejor su luz fuera que dentro de su patria, así Antonio Gramsci, a los 50 años de su muerte, ha pasado sólo de puntillas por Italia. Una conmemoración ineludible del secretario comunista Alessandro Natta en Ales, su pueblo natal, en Cagliari (Cerdeña); algunos artículos eruditos, nostálgicos, apasionados o críticos en revistas y periódicos, y poco más.Probablemente porque la grandeza del pensador comunista, su diversidad ya de entonces y su profetismo radical resultan incómodos a la actual izquierda, a 100, siglos de años-luz de lo que fue el revolucionario sardo, de quien Mussolini, al oírle pronunciar en 1925 su único discurso ante el Parlamento, había dicho: "Hay que impedir que ese cerebro siga pensando".
Los comentaristas se han dividido. Hay quien ha insistido en que su filosofía política de la hegemonía, de los dos bloques históricos y de la cuestión católica está hoy muy lejos del debate de la izquierda actual y que la situación de la sociedad que se transforma desde dentro, y no a través de factores externos, ha demostrado la debilidad de las profecías gramscianas.
Otros, como Giuseppe Vacca, ironizan diciendo que si el mundo ha sentido la necesidad de preguntarse, a los 50 años de su muerte, si Gramsci es o no actual, ello revela "que el sistema ideológico que ha dominado en el último decenio ha producido un nuevo intento de impedir que piense aquel cerebro".
Y ante los que temen que el exagerado reformismo de la izquierda actual, que se ha liberado hasta de los últimos símbolos revolucionarios del pasado, pueda dejar en la cuneta olvidado al gran pensador comunista italiano, Roslana Rossanda responde con amargura: "¿Dejar a Gramsci? Pero ¿quién lo había reconocido plenamente alguna vez?".
Aunque añade que en realidad quizá entonces, durante su vida, era imposible reconocerle abiertamente y que quizá lo sea hoy más fácilmente y con mayor serenidad.
De hecho, los estudios críticos más valientes de hoy han revelado que quizá ni su mismo partido entonces hizo demasiado para salvarle de la cárcel y que en realidad, una vez liberado, "no le quedaba más remedio que morir", y que acabó así sus días en una inmensa "soledad".
La defensa de Pertini
Y en verdad fue el socialista Sandro Pertini, más que sus mismos compañeros de partido de entonces, quien tomó en la cárcel la defensa de Gramsci, de quien entonces era antagonista político. Exigió que en su celda desnuda se le pusiese una mesita y una silla y que se le diese papel y pluma para escribir. Nacieron así los famosos Cuadernos desde la cárcel. Y fue precisamente el Gramsci paciente de la cárcel, más que algunas de sus grandes ideas geniales, lo que ha inspirado y alimentado a no pocos comunistas y a intelectuales. El mismo Adriano Sofri acaba de escribir que su Gramsci ha sido, sobre todo, "el preso cuya fiereza despertaba admiración y cuyos sufrimientos hacían apretar los dientes". Y añade que "el modelo del hombre de la cárcel estuvo en la raíz del primer empeño serio de la izquierda de toda una generación".
Babelia
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