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Tribuna:VIVIR EN MADRID
Tribuna
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Un chalé prototipo del movimiento moderno

El martes día 12 de abril se ha demolido en Madrid la casa de la calle del Doctor Arce construida en 1953 por el arquitecto Alejandro de la Sota. Se trataba de una vivienda unifamiliar, proyectada en su momento en claro compromiso con las tendencias más avanzadas del movimiento moderno, y dentro de éste, con la línea expresionista que caracterizó a arquitectos como Alvar Aalto o Erich Mendelsohn.

El chalé de la calle del Doctor Arce, ahora demolido, ha sido presentado extensamente en revistas nacionales, tanto por su propia calidad como por ser obra de un arquitecto que, junto a Oiza, Coderch o Gutiérrez Soto, fue destacado representante de su generación. Entre otras obras suyas en Madrid, caben destacar el gimnasio Maravillas, el colegio mayor César Carlos o el edificio de Correos en la Vaguada.Sin embargo, no se trata aquí sólo de lamentar la pérdida, una más, de un elemento singular de nuestro patrimonio cultural común, como de plantear al hilo de este hecho el acierto de los actuales planteamientos en torno a nuestra ciudad y su futuro.

Es evidente que en la actualidad vivimos una singular preocupación por todo aquello que forma parte, o lo parece, de nuestro patrimonio cultural. Estamos en la hora de la restauración, rehabilitación, adecuación, readaptación, reutilización. Desde las corralas, sinónimo en todo tiempo de vivienda mísera y especulativa, hasta las casas de baños, cuarteles, hospitales e incluso depósitos de agua, todo se rehabilita en Madrid. Todo lo que tenga más de un siglo, se tenga en pie o no, es susceptible de algún tipo de reconversión y uso más o menos ambiguo.

No obstante lo cual, una vivienda que está entre los 10 mejores ejemplos de vivienda aislada de que disponemos en Madrid es demolida sin discusión. Semejante coincidencia se debe tanto a una falta de conocimiento de nuestro patrimonio arquitectónico como a una ausencia de intenciones claras sobre el objetivo final de nuestra actual política de restauración.

En primer lugar, hay que decir claramente que el patrimonio arquitectónico de Madrid es francamente pobre. Ni los edificios en sí mismos son de gran mérito ni corresponden a la estructura de una ciudad, sino más bien de un pueblo grande. En estas condiciones, la conservación indiscriminada de cualquier edificio o construcción que cuente con un puñado de años en nuestra ciudad nos condena las más de las veces a mantener edificios ya en su tiempo mediocres y, lo que es peor, la propia estructura de pueblo grande a la que van asociados, hurtando la posibilidad de conseguir en Madrid una configuración de gran ciudad.

En este sentido, la discusión de los últimos meses en torno a la reforma de la Puerta del Sol, si bien ha demostrado la existencia de un gran interés de los ciudadanos de Madrid por la forma de su propia ciudad, no ha dejado de ser un debate sobre unas farolas y un encintado de aceras que, en el mejor de los casos, no pasa de ser un tema menor, cuando pensamos en la ciudad de Madrid en su conjunto.

Lo cierto es que la actual política de restauraciones protagoniza casi en exclusiva los esfuerzos por hacer de Madrid una capital, y esto es imposible. La labor de conservación forma parte constante del desarrollo de toda ciudad, pero sólo en una parte menor, comparada con el papel que le corresponde a la nueva construción. Pero además, si algún sentido tienen la conservación y el conocimiento de los edificios de la antigüedad, lo tiene en la medida que suministran claves sobre cómo habrán de ser nuestros edificios en el futuro.

La ciudad, como todo organismo vivo, se desarrolla y crece en el tiempo. Nuestra cultura y forma de vida, también. El momento presente requiere soluciones modernas, y nos engañamos al pensar que cualquier edificio viejo, sometido a unos cuantos de destripamientos, puede acoger usos y significados propios de la cultura de ahora. Un ejemplo concreto es el de los dos grandes centros culturales que se han dado recientemente en Madrid: Conde Duque y Centro Cultural Reina Sofía. Un cuartel de Caballería y un antiguo hospital significan hoy la actividad cultural en nuestra ciudad.

No es sólo que ambos edificios tengan grandes problemas para acoger usos como un auditorio digno y con capacidad a su escala, ni que los edificios en sí sean francamente mediocres, sino que un visitante que llegue por primera vez a nuestra ciudad no sabría reconocer en ellos el esfuerzo y la ambición que suponen, quedándose con un panorama urbano que ya estaba allí hace más de un siglo. París ya se planteó este problema hace tiempo, y su respuesta, el Centro Pompidou, una apuesta decidida por nuestro tiempo y sus posibilidades, constituye hoy un hito para quien visite la ciudad.

Otro fenómeno propio de la misma, limitada, forma de pensar es el de las viviendas u oficinas modernas, que se construyen hoy en Madrid ocultas tras las fachadas, cuidadosamente conservadas, de edificios de viviendas de hace dos siglos. De este género de actuaciones cabe esperar en pocos años una colección de edificios mutantes, incapaces de ofrecer la calidad de vida que los medios actuales nos permiten y destruidos en su integridad como restos de la ciudad antigua dignos de ser conservados. En estas condiciones, un ejemplo singular y significado de vivienda moderna, como es el caso de la casa de Doctor Arce, es demolido.

Hay que poner sobre la mesa el problema de nuestra ciudad en su conjunto, y no sólo el de aspectos parciales. Madrid carece de forma reconocible, no se puede dibujar. Cualquiera que mire el plano de la ciudad observará un conjunto de estructuras urbanas de distintas épocas sin acabar y sin ninguna relación entre sí. Tenemos que pensar cómo es la ciudad en la que queremos vivir, proyectarla y construirla. Esta ciudad contendrá edificios e incluso barrios enteros del pasado, pero será una. Tendrá una escala y estructura para cuatro millones de habitantes. Pero sobre todo dará cabida y expresión a nuestra cultura y civilización.

Enrique Seco Fernández es arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid.

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