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Un poeta de la liberación

Nicaragua es tierra de grandes lagos, de volcanes, terremotos y poetas. De allí vino una de las cumbres de la poesía hispánica, Rubén Darío, y también Salomón de la Selva, Coronel Urtechu, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos y Ernesto Cardenal. Hoy, Ernesto Cardenal, de 62 años, sacerdote, ministro y poeta, es una de las más altas voces de la poesía hispánica.En Nicaragua escribe poesía todo el mundo, desde Daniel Ortega hasta el niño más pequeño de la clase. Es un país en guerra, asfixiado por el bloqueo económico y la ayuda militar a la contra por parte de la primera potencia del mundo, y que, sin embargo, sigue cantando sin parar. Y Ernesto Cardenal parece ser el director de orquesta de esta especie de sinfonía poética colectiva que se levanta en la cintura de la América hispana. Hace tiempo que Ernesto Cardenal no publica un nuevo libro de poemas. El año pasado, en Managua, pude adquirir su Quetzatcoatl en una hermosa edición que podría parecer de bibliófilo si no fuera tan barata (unas 300 pesetas) y tan masiva. Desde su puesto como ministro de Cultura publica una revista singular, Poesía Libre, editada con un buen gusto que supera la pobreza de sus medios materiales y donde cualquier nicaragüense puede publicar sus poemas, pues de hecho los grandes poetas del país no suelen aparecer en ella. La tiene que escribir el pueblo.

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Después de tantos años de lucha, Ernesto Cardenal ha pasado a la fase más constructiva de su vida, y cree que su poesía consiste en que la haga todo un pueblo. No están tan lejos sus libros anteriores -Hora cero, Epigramas, Getsemaní, Salmos, Oración por Marilyn Monroe, El estrecho dudoso o Vida en el amor- que tanto fueron leídos en la España de los últimos años del franquismo. Algunos fines de semana Ernesto Cardenal viaja a la isla de Solentiname, en pleno lago de Nicaragua, a retirarse cuando puede entre sus comunidades indígenas, que siguen escribiendo y pintando siempre El evangelio de Solentiname. En la imagen de Juan Pablo II regañando a un Ernesto Cardenal arrodillado a sus plantas, lo más hermoso era la reverencia y unción de este sacerdote, ministro y poeta, rebelde y bíblico, luchador y comprometido: un poeta de la liberación.

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