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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una verdadera comedia

Fernando Colomo comenzó su carrera cinematográfica por el género más difícil de todos, la comedia, y no le fue mal. Balbució, lógicamente, pero entre sus tartamudeos de primerizo urdió con firmeza algunas tramas de buenas situaciones, se abrió caminos propios en los oscuros códigos de la comicidad e incluso insinuó la invención de un estilo y de un tono del que otros colegas suyos han tomado no pocas cosas de prestado.Más tarde, Fernando Colomo se metió en las harinas de otros géneros, como el policiaco y el de fantasía con mezcla de ficción científica, y esta vez le fue mal. Ahora, con La vida alegre, ha recuperado su inclinación inicial a la comedia y vuelve a irle otra vez bien, en realidad mejor que nunca.

La vida alegre

Dirección y guión: Fernando Colomo. Fotografía: Javier Salmones. Música: Suburbano. Producción: El Catalejo. Española, 1987. Intérpretes: Verónica Forqué, Antonio Resines, Massiel, Guillermo Montesinos, Ángel Rellán, Ana Obregón, Gloria Muñoz, José Navarro, Itziar Álvarez, Alicia Sánchez, Rafaela Aparicio, Chus Lampreave, El Gran Wyoming, Javier Gurruchaga. Estreno en Madrid: cine Paz.

La vida alegre, aunque tiene fallos, o más exactamente hilos sueltos, inexplicables por encontrarse en medio de un hábil entretejido de muchos aciertos, es hasta el momento el mejor trabajo de su autor. Que se trata de una verdadera, una genuina comedia es lo mínimo que puede decirse de esta película, y si se tiene presente la dificultad que hacer una comedia entraña, no es decir poco.

La vida alegre cuenta una historia de tipos simplotes e inmediatamente reconocibles a los que un azar mete en engorrosas situaciones que se escapan de su condición simple. El primer acierto de la película es que cada uno de esos tipos y cada situación que les engulle no se mueven arbitrariamente, sino que lo hacen alrededor de una invención argumental bien urdida y desarrollada, que actúa como foco de gravedad capaz de narrar con orden un desorden, de meter en un cauce sereno una aparatosa riada de despropósitos, de dar lógica a una enredada madeja de pequeños hilos de ilógica y de hacer verosímiles una colección de disparates.

La buena definición del revés y del derecho -toda buena comedia juega con soltura con la ambigüedad- de los personajes y las situaciones se logra en La vida alegre, además de por la buena construcción del guión y de algunos de sus gags -como el del zapato, que está perfectamente diseñado y graduado-, por el tono plácido, sin subrayados ni exageraciones, del juego de los actores, cada uno de los cuales compone por su cuenta un tipo dibujado con tintas legibles y sus respectivos trabajos son unificados y entremezclados hasta la perfecta complementariedad por quien los dirige.

Película de actores

De ahí que, como toda buena comedia, La vida alegre sea una película de actores. Sobre la solidez de lo que gesto a gesto y palabra a palabra construyen Verónica Forqué y Antonio Resines se mantiene en pie el resto del reparto. Ambos consiguen que sea imposible pensar en sus personajes metidos en el cuerpo de otro. El resto parece contagiado, con baches no relevantes, por esta pequeña plenitud que es la fusión de un cuerpo con un cometido incorpóreo, con un personaje.En este marco es inexplicable que Colomo desperdicie en su película personajes e hilos que podrían haber tenido su reverso y así convertirse en elementos para redondear una película que, sin ellos, queda amputada de algunas de sus posibilidades más sugestivas. Los hilos y personajes sin desarrollar o deficientemente desarrollados son los embolados que Colomo da a Rafaela Aparicio, Chus Lampreave y El Gran Wyoming. Pegotes insulsos en una película con gracia.

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