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LAS VENTAS

La nueva espada de Emilio Oliva

M. Peñato / Galloso,T. Campazano, Oliva

Toros de Martín Peñato, con trapío, flojos,juego desigual. José Luis Galloso: pinchazo, media bajísima y otropinchazo (bronca); estocada corta baja (bronca). Tomás Campuzano: pinchazo y estocada corta trasera (palmas y pitos); bajonazo (silencio). Emilio Oliva: estocada (petición y vuelta); pinchazo y estocada (vuelta). Plaza de Las Ventas, 12 de abril.

JOAQUIN VIDAL

Emilio Oliva tumbaba a sus toros sin puntilla, como en los viejos tiempos. No como en los viejos tiempos de Emilio Oliva -que era un pinchauvas- sino los de la tauromaquia, cuando la suerte suprema lo era de verdad. Al público le conmovieron esos estoconazos, hasta el punte, de que se puso en pie, llenó el ámbito con el murmullo de las grandes solemnidades, pidió la oreja. Emilio Oliva ha cambiado la espadita de juguete que había utilizado hasta ahora por otra de acero toledano, templado en el corazón, posiblemente también remozado, de un torero cabal que quiere ser auténtico matador de toros.

Pues no sólo la brillante tizona de fiel acero quedaba hundida en las péndolas -y, sentirla, rodaba el toro patas arriba- sino que el matador había hecho la suerte como mandan -los cánones, recreándose en ella, adelantando el engaño a las pezuñas del que había de morir, saliendo limpiamente por el costillar. Que matar toros no es, únicamente, quitarlos la vida; pues si de eso se tratara, bastarían cicutas, puñalás, pinzarles el morro para que no pudieran respirar.

La afición dio la bienvenida al joven matador de nueva espada y Don Mariano, a la salida, contaba cómo lo había hecho, utilizando de estoque el bastón, de muleta el programa, de toro un contenedor de basura que así encontraba sentido a su olorosa presencia, de día, en una esquina.

Dio la bienvenida al joven matador de nueva espada la afición, y dudó dársela, en cambio, en cuanto a sus perfiles de lanceador y muletero, ya que fueron demasiadas las crispaciones y las contorsiones con que toreó. Hizo quites por chicuelinas, varios, y las daba al arrebato, escapando sin disimulos del terreno que venía a ocupar el toro.

Ligó naturales -cuando los ligó-, previos cites doblándose por la cintura hasta casi quedar tumbado, y con mucha velocidad en la ejecución. Bonito y ortodoxo es aquello de citar de largo y cargar la suerte; feo y extraño cómo llo ensayaba Oliva, pues tanto abría el compas y adelantaba el brazo, que se iba a descoyuntar; iuego echaba la pata l'ante (sin que ni siquiera se hubiese arrancado el toro); repetía los sincopados movi imentos, y todo tan de prisa, que le salía el baile de San Vito. Don Mariano renunció al relato de estaform. a de torear -aunque se lo solicitaba vivamente su auditorio incondicional- pues a sus años ya no está para semejantes trotes. Dejó reconocido, sin embargo, que Oliva estuvo muy ar.imoso.

No menos animoso estuvo Tomás Campuzano, se le jalearon finísimas verónicas -dando el pasito atrás, por cierto-, chicuelinas, y algunos redondos de suave trazo. Ahora bien, entre que sus toros eran tardos y que su estilo es de suerte descargada y pico adelant.c, las faenas no hicieron vibrar al público.

Los dos restantes toros de la corrida ofrecieron mayores problemas y Galloso los aliñó. El primero tenía genio, que desarrollaba tomando con fiereza los engaños; el cuarto cabeceaba a lo bestia. Si cabeceaba a lo bestia porque era retorcido de nacimiento o porque el individuo del castoreño lo desolló vivo, eso ya no se sabe.

Los individuos del castoreño, a ese toro y a todos, les tiraban la vara a los costados traseros sin el menor reparo y sin que se les advirtiera ningún sonrojo, y los convirtieron en hamburguesa. Ya podía desgañitarse la afición gritándoles "sois el cáncer de la fiesta", que seguían a lo suyo, o más, apalancando fierro, descuartizando lomos, convirtiendo la bizarra suerte de varas en una intolerable, insufrible, repugnante carnicería, que llamaba al juzgado de guardia. Después comparecían los banderilleros y la mayoría tiraba los palos, a donde cayeran. Alguíen tendrá que poner firmes a ciertas cuadrillas.

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