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Tribuna:175 AÑOS DE 'LA PEPA'
Tribuna
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Las Cortes en Cádiz

Si es cierto que un azar bélico provocó que en Cádiz se reuniera el primer Parlamento liberal de la historia de España, también es cierto que la gaditana era, prácticamente, la única ciudad española que contaba con una sociedad eminenternente burguesa Y abierta a todas las ideas, enriquecida mediante el comercio con América a lo largo del siglo XVIII.Dentro de la propia y singular historia de Cádiz, el XVIIII es, sin duda, el siglo de su riqueza, de su engrandecimiento, de su culminación como gran urbe. Tras la consecución del monopolio para comerciar con América, la prosperodad gaditana se convirtió en polo de atracción del comercio internacional, y al socaire del beneficio económico, del paso de las riquezas americanas por su bahía, la ciudad y sus habitantes conocieron una etapa extraordinaria dentro del apacible siglo XVIII. La propia estructura urbana de la ciudad va a cambiar, y a fines de la centuria Cádiz se convierte en una ciudad agradablemente urbanizada, con sus calles adoquinadas y trazadas a cordel, altas y refinadas construcciones, donde entre las "mil torres de marfil" destacaba la catedral, la aduana (hoy palacio de la Diputación Provincial), el hospicio (hoy Institución Valcárcel), etcétera.

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Al finalizar la centuria dieciochesca Cádiz aparece como una de las ciudades más hermosas de Europa, a decir de cuantos la visitan, que se admiran ante la imagen de un islote rocoso soporte de una ciudad de vida cosmopolita, donde abundan los extranjeros: franceses, italianos, ingleses, alemanes..., que hablando su propio idioma negocian en la calle Nueva, auténtica bolsa del comercio internacional.

Junto a esta laboriosidad mercantil, un sofisticado ambiente, con un alto nivel de vida y todo tipo de diversiones para los ratos de ocio. Tres teatros abrían sus puertas periódicamente, caso único en España, pero con el aditamento de ofrecer obras en tres idiomas diferentes, pues en uno de los teatros las representaciones eran en español, en otro en francés y en el tercero en italiano. Tres teatros en funcionamiento para una ciudad de unos 70.000 habitantes requerían una actividad y una producción artística notable, así como la visita de actores, cantantes, autores y compositores. A nadie que sepa que desde Cádiz se encargaron trabajos a Haydn o que en la Santa Cueva de nuestra ciudad se pueden admirar frescos de Goya puede extrañarle lo que decimos.

Así pues, fue parejo a la prosperidad material el elevado nivel cultural que la ciudad alcanzó y que hizo del comerciante gaditano un hombre sensible: amante de los libros y las artes, abierto y tolerante, amigo de las conversaciones y del intercambio (de opiniones, hasta el extremo de institucionalizar las tertulias sobre art e, política, economía o cualquier tema, en las que participaban hombres y mujeres, y a las que se sumaron de forma inmediata los Argüelles, Quintana Martínez de la Rosa, Bartolomé José Gallardo, etcétera.

Ramón Solís, en su clásica obra El Cádiz de las Cortes, afirma que "el estudio, la preparación cultural, eran decisivos en la ciudad y eran al fin y al cabo el único blasón del que se podía hacer gala". La cultura gaditana era, añadimos nosotros, reflejo indudable de la riqueza de una naciente burguesía que, a mediados del siglo XVIII, empezaba a sentirse confiada y a autopremiar sus esfuerzos y trabajos.

Este nivel cultural y este afán de gozar de su tiempo y de las di versiones llamó la atención a viajeros nacionales y extranjeros, como el barón de Férussac quien afirmaba, tras visitar Cádiz a principlos del XIX: "Cádiz, desde el punto de vista de las costumbres, de los usos, del tono de sus habitantes, es totalmente diferente de todas las ciudades de España".

"La gran concurrencia de extranjeros que allí pasan temporadas incesantemente, la diversidad de origen entre sus habitantes, han producido esta ciudad muy semejante a todas las ciudades agradables de Europa. En efecto, cuando se llega a Cádiz desde el interior de España se experimentan las mismas sensaciones que si se hubiera salido del reino; y si se llega del extranjero pasando por Sevilla o por otra de las ciudades vecinas, se cree entrar en otro país. En efecto, el contraste es llamativo; también los habitantes de Cádiz raramente salen fuera de la ciudad a divertirse. Es para España lo que París es para Francia, la sede del buen tono, el punto de cita para los placeres. Allí gusta la vida de sociedad, las diversiones abundan y el lujo llega allí a su mejor altura".

Después añade: "Se va a Cádiz, como en Francia a París, para tomar el buen tono, 'para tomar el ayre gaditano', y la ciudad goza desde este punto de vista una reputación mayor que Madrid".

Y a esta ciudad, por el azar bélico que antes recordábamos, llegaron los diputados doceañistas. Los gaditanos, encerrados en su islote, aislados de la España en guerra, sorprendieron a sus nuevos inquilinos, que se encontraron en una especie de oasis donde se seguía comerciando con Inglaterra y el abastecimiento a la ciudad, por mar, estaba asegurado.

Sus habitantes, pese a la guerra, hacían prácticamente la vida de siempre, con el añadido de acudir de cuando en cuando a la frontera a ver a los franceses aprestándose para intentar un ataque definitivo a la isla gaditana. Incluso esos ataques y bombardeos se convirtieron en motivo de broma y canciones. Alcalá Galiano afirmaba al final de su vida que no había otro pueblo con más diversión general y, continua que el gaditano en 1812.

Talante liberal

También hallaron en la sociedad gaditana un talante ]liberal mucho más radicalizado y generalizado que en cualquier otro, lugar de España. A ello se añade la posibilidad que ofrecía el contacto permanente con Inglaterra y Francia, de donde llegaron libros y noticias sobre las ideas nuevas, que pronto fueron comentadas y discutidas en tertulias y cafés, en tabernas y calles.

Los liberales gaditanos propugnaban una sincera y profunda transformación de la sociedad española, haciéndola más culta y tolerante. Su pensamiento se enmarca dentro de los ideales del reformismo romántico que pretende no tanto culminar una revolución -en tanto que episodio dramático- como la definitiva expansión del espíritu reformista, quebrantando la rutina y ambicionando una nueva vida para el hombre.

En este sentido hay que recordar que fueron diputados gaditanos los que por primera vez plantearon acciones y legislación de tipo social a las Cortes Generales.

Unas Cortes Generales que en 1812 habían finalizado la redacción de una Constitución revolucionarla -casi utópica- consagrando el dogma decisivo de la soberanía de la nación, y que se proclamó y aclamó entre el regocijo de los gaditanos un 19 de marzo hace ahora 175 años.

Alberto Ramos es profesor de Historia Contemporánea en la universidad de Cádiz.

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