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Fiesta

Cuando una persona, varón o hembra, joven o mayor, visita el País Valenciano suele sorprenderse por la peculiaridad del sentimiento festivo que manifestamos los nativos. Tal vez el valenciano sea el pueblo que más sabe expresar ese sentimiento que tanta fama y beneficios le reportan.Forma parte de nuestra propia cultura, de nuestra propía idiosincrasia, y constituye el punto álgido de nuestra colectiva ociosidad. Con él nos sublimamos, a través de él nos reconocemos y por él aceptamos nuestra insólita perplejidad.

A los valencianos, como dijera hace tiempo el profesor Sanchis Guarner, nos agradan las fiestas, y es que en el fondo, añado yo, no nos tomamos muy en serio las cosas.

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¿Virtud o defecto? Haría falta analizar las causas que provocan estos impulsos exagerados de nuestra espontaneidad o remontarnos a nuestros orig enes griegos para comprender tanta alegría desmesurada. Y subrayo alegría, que no felicidad, contraviniendo las definiciones más horteras que se han hecho desde la extrema imbecilidad vertida en los textos oficiales de los últimos 400 años.

La fiesta ha sido folclorismo durante mucho tiempo, sobre todo cuando se reviste de rigurosidad oficial y de torpe trivialidad. Pero la fiesta es también terapia para curar lo que Joan Fuster llama "anomalía" de este pueblo. Y es que los valencianos somos, sin duda, un pueblo anómalo y, por ende, narcisista, porque nos miramos regocijándonos en nosotros mismos, excusándonos para ello en una pretendida mediterraneidad más poétíca que real.

La fiesta es el reflejo de nuestra cotidianeidad y de los muchos localismos que por este país campan, díganse Fallas, fogueres, Moros y Cristianos, Magdalenas o certámenes de bandas de música; eso sí, con un mismo denominador común: la participación popular en las celebraciones y el estruendo de los fuegos de artificio.

La fiesta forma parte, pues, de la cultura del País Valenciano, parte de esa manera de convivir una colectividad a través de la cual marcamos nuestro propio estilo de vida, nuestra conducta civil e individualizada. Vivir en el País Valenciano es acostumbrarse a la fiesta.

A Unamuno nunca le gustó esa costumbre nuestra; por eso denunció que nos ahogaba la estética.

Cierto: los valencianos nos ahogamos de gusto con la estética de la fiesta. Nos lo pide el cuerpo.

Ferrán Torrent es novelista.

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