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El general en la recámara

La mexicana Ángeles Mastretta presenta en Madrid su novela 'Arráncame la vida', premio Mazatlán

"¿Qué novelas escribe usted? ¿De misterio?, le preguntó a Ángeles Mastretta un camarero el otro día. "Sí",dijo la autora de Arráncame la vida, "de misterio". Luego explicó al periodista: "Qué más misterio que el amor". Hay quien piensa que su novela es de amor; otros opinan que es política, y las feministas se dividen en sus interpretaciones. Es un poco todo eso. Una historia entre un general mexicano que es un asesino y su mujer, protagonista, que la cuenta desde la recámera, los bastidores. Acompañada de un plano e introducida por Maruja Torres, Angeles Mastretta cantó anoche tangos y boleros en la presentación de su libro.

Arráncame la vida con el último beso de amor; / arráncala, toma mi corazón", dice el tango del que salió el título. Es de Agustín Lara, el que compuso aquello de "Madrid, Madrid, Madrid...", un mexicano que jamás pisó Madrid y de ahí que el chotis también diga:...en México se piensa mucho en ti".Ángeles Mastretta reúne sin duda las características de lo que en España se suele creer es una latinoamericana. Se cuida las uñas, tiene un idioma exótico y rico, es impuntual y se sabe un montón de boleros. Su primera novela, premio Mazatlán, causó en México una impresión suficientemente grande como para ser impresa este año en media docena de editoriales europeas, Alfaguara en España.

Parte del interés de la novela reside en su carácter de crónica No podía ser menos puesto que el modelo de Andrés Ascensio, el general trepador de la novela, fue Maximino Ávila Camacho, hermano de Manuel Ávila Camacho presidente en la primera mitad del siglo y que a juicio de Mastretta fue el que paró la revolución.

La novela suena a cierto también por Catalina -así se llama la hija de la autora-, una mujer que desciende del amor al desencanto mientras progresa la barbarie de su marido. La crítica mexicana ha subrayado la naturalidad de Mastretta, su verosimilitud, para describir la brutalidad de ese tiempo. Así, un colega de Ascensio ofrece una fiesta, bebe demasiado, se sube a una mesa y arenga. Su esposa le pide con suavidad que se baje de la mesa, se puede lastimar, le dice.

"- Tú no me hables así -le gritó Gómez-. ¿Crees que soy un idiota? ¿Crees que soy el idiota de tu hijito" Me tratas como si yo fuera él (...) te he visto cuando lo llevas a acostar, cómo lo acaricias y le hablas, ya te lo has de haber cogido con más ganas que a mí. Vieja puta -dijo brincando de la mesa sobre la Bibi. Le puso las manos en el cuello y empezó a apretárselo.

- Haz algo -le dije a Andrés.

- ¿Qué quieres que haga? Es su mujer, no?" (página 134).

Mastretta no acepta que la corrupción en México tenga parecido con la de entonces, los años treinta y cuarenta de este siglo, y defiende ciertos avances sociales conseguidos con los presidentes Echeverría y López Portillo. Es posible que en la sanidad se robe, argumenta, pero el pobre tiene asistencia. El negro Durazo, corrupto jefe de policía de la Administración de López Portillo, cumple cárcel, posibilidad que no era ni remota en aquellos tiempos. El error de López Portillo al construirse una mansión faraónica fue el de hacerlo de forma ostentosa en un monte.

La podredumbre

Una pega para terminar de situar la trama en aquel tiempo es el lenguaje y comportamiento de Catalina, suelto y libre, más propio de ahora que de entonces. Mastretta reconoce en ello una licencia literaria, aunque no rechaza que algunas mujeres pudieran ser entonces así.A sus 37 años, Mastretta parece una mujer indecisa, y no sólo porque tarde en elegir en un menú. Empujada con una primera novela a la celebridad y sus servidumbres -"es cierto, no paro un minuto"-, perfila dos proyectos con las vacilaciones de quien ha de estar a la altura de sí misma: uno es la historia de una familia, una ciudad -"Es un lugar común", dice, "todos tenemos familias excepcionales"-, y el otro es Las tías, una serie de retratos de mujeres por alguna razón notables que no sabe si hilar en una trama o pintarlas en bruto. Su dilema es el de siempre:

"De qué se trata: ¿de que guste o de que me guste?".

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