La salud hace cola
LAS LISTAS de espera en los aeropuertos son algo ya común y siempre molesto para los usuarios. Pero hay unas listas de espera tan comunes o más que ésas, e infinitamente más peligrosas e irritantes. En medio año -desde julio a diciembre de 1986-, el número de enfermos que guardan cola para ser atendidos en los hospitales de la Seguridad Social ha pasado de 94.000 a 107.000, según cifras oficiales. Es decir, las listas han vuelto a crecer después de haber ido reduciéndose paulatinamente desde 1982, año en que al canzaron los 182.000 enfermos. De los pacientes que esperan ser atendidos en estos momentos, 52.000 aguardan hospitalización, y 55.000, consulta externa. Estos guarismos han sido manejados en el Pleno del Congreso con ocasión de una reciente interpelación parlamentaria al ministro de Sanidad. Es comprensible que el ministro haga comparaciones favorables al presente respecto del pasado, recuerde lo que sucede en todos los países del mundo en este terreno y aun matice la exactitud real de estas imponentes cifras. Pero ello no oculta los dramas humanos de todo tipo que se esconden tras ellas. Si todo en la vida puede esperar, la muerte y el dolor no lo hacen, y para muchos pacientes este encuentro fatal se produce precisamente en el largo intervalo que media entre su peti ción de ayuda y la llegada de su turno. Tan dramática situación pone de relieve la ineficacia y falta de credi bilidad de un Estado que incumple, sean cuales fueren las razones, un pacto social básico.Los datos oficiales apuntan a que en un número importante de hospitales nacionales y regionales el tiempo de espera medio sobrepasa el límite oficial máximo, establecido en seis meses. Lo mismo ocurre en un número importante de centros hospitalarios comarcales y provinciales, en los que el límite oficial máximo de espera está fijado en tres meses. Situación tanto menos comprensible cuanto que, de creer al ministro de Sanidad, existen camas hospitalarias suficientes y que todo el prioblerna deriva de su mala gestión. Pero si es así, habrá que gestionarlas bien, ya que no es de recibo que la mala asistencia sanitaria se perpetúe por una falta de coordinación en la red hospitalaria.
Treinta y siete millones de españoles se benefician -o tienen derecho a ello- de los centros públicos de salud. Los presupuestos para asistencia sanitaria -escasos siempre en términos absolutos- han aumentado para 1987 en cerca del 11%. Pero parece que los problemas no son exclusiva o prioritariamente presupuestarios, sino de organización y de concienciación de la clase médica. Ahora mismo el sector hospitalario está sometido a diversos y contradictorios conflictos. Por una parte, representantes de 40 grandes hospitales de distintas comunidades autónomas reivindican a los poderes públicos una mejor calidad asistencial. Por otra, los médicos internos y residentes (MIR) de Madrid contestan los criterios de destribución racional de recursos que la ley general de Sanidad establece para la adjudicación de las plazas para MIR por comunidades autónomas.
La causa principal que provoca el cuello de botella en el umbral de la red hospitalaria son los defectos asistenciales de los ambulatorios. Esta es la razón por la que el grueso del incremento presupuestario ha sido destinado a mejorar la red de asistencia primaria, mediante la puesta en marcha de 150 centros de salud y 220 equipos. Pero sería absurdo negar sus limitaciones. El enfermo de la asistencia pública en España acude en primer lugar al ambulatorio, que en un gran número de casos podría resolver los problemas de los pacientes si verdaderamente funcionase. Pero a la menor sospecha de una complicación mayor, el enfermo es enviado al especialista, y éste, a su vez, por existencia del diganóstico o por connivencias no siempre claras, lo reenvía al analista, al radiólogo o a centros con mayores medíos técnicos.
El embudo se va estrechando, hasta formar el ojo de aguja en que se convierte la espera ante los grandes centros hospitalarios con las patéticas cifras reflejadas. Ciertamente, ni el nivel de desarrollo español ni la circunstancia de gobernar los socialistas es coherente con el espectáculo de hacinamiento, de suciedad y abandono que se padece en dichos centros. La dignidad política del Gobierno, y la dignidad a secas de los gobernantes, exigen soluciones urgentes y drásticas a esta vergüenza.
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