Las grietas del titán
LOS VIEJOS fantasmas de la crisis financiera internacional han vuelto a agitarse. El titán brasileño, que debe al exterior más de 14 billones de pesetas, acaba de suspender el pago en dólares del servicio de su deuda externa (intereses y amortizaciones) por un período de tres meses, de modo unilateral. Lo que no han conseguido los intentos de formar un club de deudores, la llamada ideológica de Fidel Castro al impago de los créditos, o la filosofía limitadora de Alan García o del Consenso de Cartagena, se ha plasmado por la fuerza de la necesidad: Brasil no puede pagar porque no tiene divisas para hacerlo. Ante una deuda externa de 108.000 millones de dolares, el país carioca sólo cuenta con unas reservas de 4.000 millones.La imagen del verano de 1982, cuando el presidente mexicano José López Portillo anunció a bombo y platillo la moratoria de pagos del país azteca y la nacionalización de la banca, ha vuelto a ser recordada en las sedes centrales de la banca internacional. Más de medio millar de entidades financieras privadas, entre ellas muchas españolas, son acreedoras de Brasil. Sin embargo, hay que destacar que el pánico generado hace más de cuatro años, cuando se inició la llamada crisis de la deuda externa, no se ha repetido en esta ocasión. Cuarenta y ocho horas después de que se conociese la moratoria del Gobierno brasileño, la cautela es la nota dominante en los países y bancos acreedores.
Con ser importante el caso brasileño (es el segundo deudor de la zona, después de México), no es el único. Casi todos los países del área -que deben 400.000 millones de dólares- están en proceso de renegociación de sus deudas y con apuros en los pagos. La pasada semana, por ejemplo, la banca norteamericana anunciaba que Ecuador no había cumplido sus obligaciones correspondientes al mes de febrero. Argentina se halla inmersa en una negociación casi continua y Perú hace meses que condiciona los pagos, en muchos casos testimoniales, a otro tipo de acuerdos no exclusivamente financieros.
Sin embargo, los dos ejemplos más representativos son los de México y Brasil. Entre los dos países asumen más de la mitad de las deudas del subcontinente americano. México llegó hace pocos meses a un acuerdo de renegociación de los créditos pendientes (más de 110.000 millones de dólares), que llevaba consigo la aportación de dinero fresco por parte de la banca internacional por valor de más de 13.700 millones de dólares. Los nuevos créditos a los países deudores únicamente sirven para pagar los intereses de los préstamos vencidos, a fin de que no se rompa la cadena financiera internacional y los prestamistas no quiebren.
Por lo mismo, la resistencia de los acreedores a facilitar nuevos préstamos es muy fuerte y las divisas no acaban de entrar en México. Las autoridades aztecas comienzan a hablar de la posibilidad de establecer -dentro de la legislación vigente- una moratoria parcial para los bancos que no accedan a la concesión de nuevos créditos en divisas. Nos hallamos así ante un proceso de negociaciones que puede resultar interminable.
Por su parte, Brasil tendrá que iniciar ahora, una vez que ha adoptado la suspensión de pagos unilateral, una serie de medidas de choque urgentes para enderezar su balanza de pagos. Al mismo tiempo necesita emprender un largo período de negociaciones con la banca internacional para reestructurar los plazos y condiciones de su deuda que eviten el crack del sistema.
No cabe duda que todo el sistema financiero mundial y el orden monetario se encuentran ya tan deteriorados que es preciso revisarlos desde sus raíces. Los aplazamientos y las dudas a este respecto no hacen sino engordar el problema y complicar mucho más aun su solución, que, en cualquier caso, generará no pocos traumas.
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