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SECUELAS DEL 'IRANGATE'

La confianza entre los aliados naufraga en el Atlántico

Francisco G. Basterra

Las relaciones entre Estados Unidos y Europa atraviesan un nuevo período de tensión en los aspectos político, militar e incluso económico que no sólo es consecuencia de la parálisis y la incertidumbre provocadas aquí por el Irangate, admiten observadores norteamericanos. Desde que, en Reikiavik, Ronald Reagan, sin consultar a los aliados, estuviera a punto de negociar el desarme nuclear en Europa, la falta de sintonía y la desconfianza entre las dos orillas del Atlántico no han hecho más que crecer.

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La debilidad de Reagan asusta a Europa

El indiscutible liderazgo internacional de Reagan, reconocido en la cumbre occidental del pasado mayo en Tokio, es sólo un recuerdo histórico, y su presencia aparece tan débil y poco fiable como la del malhadado Jimmy Carter.Al deseo europeo de que Reagan, aunque sólo sea por -escapar del escándalo y salvar históricamente su presidencia, llegue a un acuerdo sobre armamentos con Mijail Gorbachov, la Administración responde con una lucha interna en la que parecen ganar los partidarios de acabar con los últimos límites que impiden aún una escalada nuclear. La utilización del dólar como elemento de presión sobre la RFA y Japón, para que estimulen sus economías, y la falta de voluntad política para enfrentar el déficit presupuestarlo no ayudan a mejorar la situación de desconfianza entre la superpotencia americana y sus aliados.

La Prensa norteamericana se hace eco de las ofertas de Londres y de Bonn para sustituir a Washington y asegurar la continuidad de un diálogo Este-Oeste, que creen amenazado por la incapacidad de Reagan. Frente a la desconfianza de los aliados, que cuestionan la capacidad de esta Administración para seguir dirigiendo con eficacia al llamado mundo libre, Reagan responde insistiendo en dos políticas que son rechazadas en Europa: una fuga hacia adelante en la guerra de las galaxias y reiterar el apoyo a la contra en Nicaragua.

Europa se permite el lujo de dejar solo a EE UU en Oriente Próximo con la diplomacia de la cañonera, concretada en la VI-Flota. El proceso de consultas está interrumpido y, a pesar de la crisis de la política exterior norteamericana, Washington continúa haciendo las cosas de forma unilateral. Pero el debilitamiento de esta Administración es patente. La negativa de los europeos a acudir a la convocatoria norteamericana de una conferencia antiterrorista en Roma ha sido aceptada con un embarazoso silencio. Hace sólo unos meses bastaba que la Casa Blanca anunciara que enviaba al general Vernon Walters para que éste fuera recibido en las principales cancillerías europeas.

Cartas de protesta

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En sólo una semana, el secretario de Estado, George Shultz, ha recibido cartas de protesta de Margaret Thatcher, Helmut Kohl, Yasuhiro Nakasone y del Gobierno canadiense por el intento unilateral de ampliar la interpretación del tratado ABM, sobre limitación de sistemas anti misiles balísticos, de modo a permitir un despliegue, parcial y anticipado, de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI).

Sólo tras una intensa batalla en el seno de la Administración, George Shultz, quizá el único europeísta convencido que aún se sienta en la mesa del Gabinete, ha logrado arrancar al presidente la promesa de consultar con los aliados antes de tomar una decisión definitiva. Pero lo importante para retrasar la decisión ha sido la amenaza del Congreso demócrata con "provocar una crisis constitucional" si Reagan sigue adelante sin tener en cuenta al legislativo. Pero ni la forma de las consultas ni su profundidad han sido decididos.

El desequilibrio comercial norteamericano hace crecer las tentaciones proteccionistas. Se agrava la tentación aislacionista en el Congreso, y voces cualificadas, como la del ex consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski, piden la retirada de 100.000 soldados norteamericanos estacionados en Europa.

El papel ejemplar del que se revestía Washington en la lucha contra el terrorismo, negándose a negociar con terroristas e impidiendo a los demás hacerlo, ha saltado hecho pedazos por la venta de armas a Jomeini. Ya las únicas bases seguras son las cubiertas de los portaviones Kennedy o Nimitz, y queda muy lejos la oferta incondicional de Thatcher de utilizar el Reino Unido para los F-111 que bombardearon Libia. La aplicación de viejos conceptos hace imposible, por ahora, que Washington entienda la exigencia española de reducir las bases.

Medios gubernamentales ven sorprendidos cómo el Reino Unido o la República Federal de Alemania reaccionan positivamente a la reforma desatada por Mijail Gorbachov en la URSS, que en el Washington oficial sigue viéndose como un paso más, audaz, en la batalla propagandística.

La Administración, aislada de la realidad, ni siquiera parece escuchar las voces del los santones de la política exterior, como Henry Kissinger o Cyrus Vance, que regresan del Kremlin afirmando que Gorbachov quiere un acuerdo antes de que Reagan deje la Casa Blanca.

'Hipócritas'

Para bloquear cualquier intento serio de acuerdo nuclear con Moscú, Richard Perle, el brazo derecho de Weinbergor en el Pentágono, acusa de hipócritas a los europeos porque no se atreven a afirmar en un comunicado de la OTAN que Gorbachov miente. Aunque formalmente desautorizado por la Casa Blanca, la tendencia dura que encabeza es más escuchada que la de los profesionales del Departamento de Estado.

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