Un Mozart creativo
Dentro del ciclo de Ibermúsica Grandes Orquestas del Mundo, la de Cámara de Europa, dirigida por su concertino, Guidon Kremer, ha expuesto en dos sesiones (11 y 12 de febrero) el ciclo de conciertos mozartianos para violín. Kremer, aun perteneciendo a una de las ramas fundamentales de la escuela soviética, la que va de la escuela de Praga a Oistrakh, posee características muy individualizadas.Discípulo de Oistrakh, el grande, después de haberse preparado en Riga con su padre, músico, como su abuelo, Guidon Kremer (1947) es de la misma generación que Oleg Kagan (1946), Spivakov (1944), Tretiakov (1946), Pierre Amoyal (1949), Pavel Kogan (1952), Perlman (1946), Zurckerman (1948) y Uto Ughi (1944). Pero lo decisivo es cuanto Kremer añade de personal: sobre una técnica impecable y un sonido aéreo y preciso, Kremer entiende a Mozart con libertad, incluso para algunos con excesiva libertad. Sin embargo, pocos compositores invitan a la libertad, dígase lo que se quiera, como el salzburgués, para el que Kremer sueña un sonido radicalmente personal y especialmente adecuado a ese mundo inclasificable -¡y tantas veces clasificado!- de la violinística mozartiana. La "pureza irreductible" de que nos habla Luis Cernuda o el "triunfo supremo de la gracia" a que alude Eugenio D'Ors reclaman libertad para el optimismo y para la melancolía; cuando esa libertad no existe -en un grado u otro, en una dirección o en otra- estamos ante lecturas, término que, como todos los que el uso convierte en moneda de curso legal, encierra mayor significación de lo que pueda creerse. No puede hablarse de lectura en el caso de Kremer ni de ningún grande. El Mozart más angélico que ha sonado en Europa, el de Arthur Grumiaux, se mueve también con libertad dentro de un pensamiento que jamás confundió la pureza con el abuso de rigor, el orden con la ortopedia.
Orquesta de Cámara de Europa
Director y solista: Guidon Kremer. Obras de Mozart y Schintke. Teatro Real, 11 y 12 de febrero.
Los cinco conciertos violinísticos de Mozart, al parecer, nacieron en Salzburgo el año 1775, cuando el compositor no había cumplido la veintena. Sin embargo, está clara la superioridad de los tres últimos sobre los dos primeros, y no sólo por tal cual detalle orquestal, sino por la misma sustancia y la voluntad de ruptura con las formas establecidas. En cuanto al Concertone, es en realidad una sinfonía concertante imbuida de la belleza típica de las mejores serenatas.
Si como violinista Guidon Kremer triunfó por la elevada calidad de sus personales conceptos, por el juego abierto de los tempi, por ese impulso que pocos consiguen y una constante alternancia entre cantar casi recitando y ritmar desde un orden interior, al frente de la Orquesta de Cámara de Europa logra resultados espléndidos que nos hacen ver los conciertos no como muchas veces sucede, a la manera de música de cámara ampliada, sino como el sinfonismo de la época. Difícil sería destacar solistas, pues todos los que asumieron ese papel (el flautista Thierry Fischer, el oboe Douglas Boyd, el violonchelista Christopli Marks) rivalizaron para dar con la autenticidad del estilo. Esto es, según Matthew Arnold, algo "perfectamente simple y directo que puede expresar la materia más sencilla con la mayor naturalidad", hasta apresar la mallarmeana "pure délice sans chemin".
La inclinación a la novedad de Guidon Kremer y su sentido del humor le hicieron programar una página contemporánea: Moz-art a la Haydn, original de Alfred Sclinitke (Engels, Unión Soviética, 1934), que alcanzó cierta notoriedad con su oratorio Nagasaki (1958) y su Canon in memorian Igor Stravinski. En definitiva, Moz-art a la Haydn tiene doble antecedente en la Broma musical del primero y en la protesta pacífica del segundo, en la Sinfonía de los adioses. El éxito obligó a los visitantes a la concesión de propinas, bien a solo por Kremer o bien en compañía de la orquesta.
Babelia
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