Mi Hollywood cumple 100 años
Pero esto no quiere decir que el cine cumpla al mismo tiempo los 100 años. El cine balbuceaba todavía y Hollywood era desde no sé cuándo un villorrio a pocas millas de Los Angeles, allá en California.A pesar de sus 100 años tengo que decir que Hollywood no existe. No existe, oficialmente. No tiene ayuntamiento, ni parque de bomberos ni policía. Su aeropuerto está en Burbank o en Santa Mónica, su estación de ferrocarril en Los Angeles, su puerto en San Pedro o en Wilmington. No se puede, en ningún caso, tomar un billete para Hollywood en ningún medio de locomoción.
Las cartas han llegado a Hollywood por millones gracias a que en la oficina de correos de Los Angeles se tiene la cortesía, desde hace tantos años, de entregar las cartas a sus destinatarios cuando no van dirigidas a ningún municipio.
La gran ciudad inmediata, hoy verdaderamente metrópoli, y no por el cine solamente, que tiene por nombre completo "Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Angeles de la Porciúncula", en su ancho valle sediento decidió una traída de aguas. Hollywood, nada o casi nada al pie de la montaña, era lo más parecido posible a un desierto, y con la humildad que da la sed pidió parte de aquel proyectado caudal. Los Angeles cedió algunas gotas, con la condición de que Hollywood se le incorporase admínistrativamente, como ya había hecho con otros pueblos vecinos. Y Hollywood vendió su independencia como aquel otro su primogenitura por un simple plato de lentejas.
El cine se había empezado a hacer en la costa este del país, cerca de Nueva York. Pero las películas rodaban los interiores al aire libre, con la luz natural y no bajo techo. El áspero clima invernal de Nueva York, y su esquivo sol, hacían perder demasiadas horas.
Las empresas enviaron gente a recorrer los Estados Unidos para dar con un sol más propicio. Hollywood ganó aquel campeonato de horas de sol al año y los primeros productores de la industria cinematográfica tuvieron que irse con sus bártulos al lejano oeste. Yo conocí y viví Hollywood cuando ya estaba muy crecido y acababa de aprender a hablar aunque aún no le habían aparecido los primeros colores a la cara, pero era ya un sueño, un mito, una historia, una meca, una fantasía, una ilusión del mundo. El espacio que se me destina es corto para lo mucho que fue y es el cine y su gloria por lo que me he limitado a leer su partida de nacimiento. De Hollywood se ha escrito demasiado, bueno y malo, y el cine incluso se ha fotografiado a sí mismo. Me limito pues a dar noticia de un nacimiento ya remoto y de fijar los límites de una ciudad en la que he vivido, he trabajado, he amado y en la que sigo soñando todavía pasado medio siglo, y que ha dado al mundo un arte, quizá todo lo discutible que se quiera pero con docenas y docenas y docenas de un arte nuevo entonces y hoy ya en la jubilosa mayoría de edad.
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