_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Jugar con fuego

Antonio Elorza

El mal viene de lejos y muy probablemente hunde sus raíces en el terreno económico. A diferencia de Francia o Inglaterra, la falta de una burguesía expansiva desligó la política colonial española, ya, en el pasado siglo, de los intereses reales del país. Nuestra proyección extrapeninsular respondió a partir de entonces exclusivamente, en el contenido y en las formas, a la orientación defensiva de un Estado y de unos grupos de interés -económicos, militares- de naturaleza oligárquica. Hasta el punto de que las tropas coloniales no acabaron sirviendo para conquistar nuevos mercados, sino para ocupar el territorio nacional en la guerra civil. Los efectos se hicieron sentir, asimismo, en el modo de enfrentar las disidencias respecto a la dominación española. El análisis de las situaciones concretas y la puesta en marcha de procesos de captación cedió siempre paso a la afirmación de principios, basada en la unidad nacional, de la cual surgía no menos inevitablemente la confrontación bipolar. Nuestro símbolo fue Weyler y no Lyaotey. De Cuba y Santo Domingo a Marruecos y al Sáhara, la escena se repite: el discurso sobre, el honor nacional deja fuera los intereses nacionales. Y bajo una u otra forma sobreviene el desastre. El argumento parecía agotado con la lamentable liquidación de nuestra última colonia en el pacto de Madrid de 1975. Pero ahora viene inesperadamente a resurgir desde dentro con el estallido de la cuestión musulmana en Melilla. Un tema interno, pero con claras connotaciones exteriores.Cenviene tomar en consideración, de entrada, todos los elementos del conflicto y, en primer término, asumir la fundamentación de unas reivindicaciones narroquíes que no difieren mucho en su naturaleza de las españolas sobre Gibraltar, ya que en ambos casos se trata, de eliminar los residuos de una situación anacrónica. Recordemos que la presencia española en Melilla y en Ceuta tiene por origen la política expansionista de los reinos peninsulares sobre el norte de África de los siglos XV y XVI. En términos estratégicos, tal expansionismo se vio frenado en 1578 por la derrota del rey portugués Sebastián en Alcazarquivir, quedando desde entonces la ocupación luso-española restringida a una serie de puertos fortificados, de los cuales unos irán siendo recuperados por Marruecos (Arcila, Larache y Tánger a finales del siglo XVII, la fortaleza de Mazagáin en 1679) en tanto que Ceuta y Melilla se mantienen como ciudades españolas incluso cuando en nuestro siglo desaparece el doble protectorado franco-es-pañol. En ambos casos, la función de las plazas ha sido esencialmente militar, lo que se refleja en la inexistencia de una articulación efectiva con el hinterland marroquí. Nada tiene, por consiguiente, de extraño que impere en medios marroquíes una conciencia irredentista, de contenido, estrictamente paralelo a la que impera en España con relación a la Roca. Son plazas militares de A enquistadas en el territorio nacional de B en razón de unas circunstancias históricas muy distantes de las actuales.

Claro que en el esquema analítico han de entrar necesariamente otros elementos. Cabe entender que los intereses de tipo estratégico militar relativos al estrecho bloqueen todo debate sobre el estado de Ceuta mientras persista el actual callejón sin salida en el tema gibraltareño, y ello arrastra a Melilla, puesto que es inconcebible una separación de ambas a la horade resolver el embrollo. Y está, en fin, la cuestión de unas poblaciones de los enclaves que lógicamente rechazan todo cambio -lo mismo en Gibraltar que en Ceuta y Melilla- y que expresan ese rechazo con una angustia y una violencia no menos explicables ante cualquier perspectiva de modificación. Tampoco esto es nada nuevo bajo el sol.

Lo que sí resulta insólito es la miopía puesta de relieve por parte de los medios gubernamentales de España al mostrarse incapaces de superar ese enfoque particularista en el tratamiento desde Madrid del tema de las minorías musulmanas de las dos ciudades. Incluso desde el ángulo del más descarnado maquiavelismo, resultaba evidente que la única vía para preservar el soporte sociológico de la españolidad, una vez aceptada la instalación de marroquíes, consistía en la integración plena de dichas minorías en la vida política de ambas plazas, mediante un escrupuloso reconocimiento de su especificidad cultural y religiosa y jugando con la baza de las ventajas económico-sociales de la pertenencia a España. Tal ha sido y es el gran resorte que, por ejemplo, explica la supervivencia de los territorios de ultramar en el marco de la soberanía francesa. Por supuesto. la captación tiene un precio, y no pagarlo abre el camino de una fractura de la. convivencia, que en nuestro caso encuentra referentes inmediatos en los órdenes religioso y político. Ahí está el papel jugado en el origen de la crisis presente por el tema de las dificultades para alcanzar la ciudadanía española. Luego, una vez suscitado el conflicto, resulta rasgarse las vestiduras ante uña posible infiltración -o utilización- de signo, nacionalista marroquí. Y menos inteligente es aun deslizarse por la pendiente de una represión susceptible de ahondar la fosa entre españoles y musulmanes residentes haciendo llegar la posición de los segundos a un punto de no retorno: nada hay mejor que los mártires para incentivar el sentimiento nacionalista. Por último, de ser cierta la información según la cual autoridades españolas designan a los dirigentes musulmanes no gratos por sus apodos, como si de delincuentes comunes se tratara, y que sus detenciones llegan a hacerse incluso sin mandamiento judicial, nos encontraríamos ante otros tantos signos de una torpeza tal que estaría plenamente fundamentado el inmediato relevo de los responsables. Queremos decir de los auténticos responsables.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

En cualquier caso, todo elemento de represión no sirve más que para dar pie a la versión marroquí de que existe un régimen de opresión colonial intolerable en Ceuta y Melilla, propiciando de paso la entrada en juego del Gobierno de Hassan II. Y hablamos de juego porque a la luz de la reciente entrevista a alto nivel está claro que unos saben jugar y otros no. Por no hablar de la separación irreversible de las dos comunidades. Urge, pues, ¡in viraje profundo, basado en el principio de la integración, así como en el reconocimiento de la legitimidad de cualquier opción política de los musulmanes y en su canalización democrática. No es tiempo histórico para reproducir a escala reducida el penoso episodio de los voluntarios españoles en la Cuba del siglo XIX.

Aun rectificando, el fondo del problema quedará en pie tras la sucesión de dislates vivida en los últimos meses. Pero por lo menos se frenaría un proceso de degradación hacia la violencia cuya desembocadura es difícilmente previsible. Tal y como indicábamos al principio, sobran ya en nuestra historia contemporánea, de las Antillas al Sáhara, graves tropiezos motivados por lo que este periódico subrayó hace unos días: la actitud de negar la realidad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_