Puerta del Sol
La decisión municipal de retirar las nuevas farolas de la Puerta del Sol quizá no haga sino poner de nuevo sobre el tapete la controversia sobre lo bello y lo siniestro, surgida ya en las páginas de EL PAÍS con motivo de la inauguración del Centro Reina Sofia. Pero lo que, a mi modo de ver, cabría plantearse ahora con urgencia ante esta decisión es su misma legitimidad moral, no sólo su desacierto desde el punto de vista arquitectónico y urbanístico.El proyecto de Riviere y Ortega, en su momento debidamente aprobado y al fin hoy ejecutado, es algo más que un producto cuyo uso o consumo, una vez adquirido, pueda ser bastardamente manipulado, ignorando el derecho que ampara a todo artista de que sea respetada, íntegra y sin mutillaciones, su propia obra. La solución que se propone para mitigar el supuesto descontento popular (lo de popular resulta en todo este asunto un tanto equívoco) no deja de ser un modo de censura cerril, que en algún momento ha -llegado a tener simpáticas connotaciones franquistas de repulsa hacia el aspecto fálico de las farolas en cuestión. Porque la amputación del miembro inquietante (perdóneseme el símil) en detrimento de la totalidad de la obra es una práctica contra natura que lesiona no sólo los derechos del artista, sino que menosprecia su papel y poríe en tela de juicio la necesidad misma de su existencia. Y ello, esto es lo más grave, con el fin de amparar una imagen decimonónica de la ciudad cuyo paradigma son, por lo visto, esas otras farolas o artiluguios de hierro fundido y de majestuoso porte que, por su sola presencia, dan boato y empaque a la acera más humilde, y hacen que el líder de la oposición municipal -a la vista de estos otros supositorios, menos señoriales afirme que la reforma "es algo sin sentido ni entronque con la historia de Madrid". ¿De qué historia habla Álvarez del Manzano? Naturalmente, de la verdadera historia, de la de toda la vida: los Austrias, el siglo XIX, a lo sumo Primo de Rivera ... ; no olvidemos que lo admirable, lo clásico, es siempre un siglo más viejo. Así, pues, habrá que esperar aún 100 años para que nuestros bisnietos repongan, por antañón y castizo, lo que hoy es considerado por algunos una herejía estética, un anacronismo infame, un escatológico canto a eso que los bárbaros llaman posmodernidad.- Arquitecto.
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