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El timo del falso inspector

Estafa al Banco Central simulando ser funcionario de Hacienda y ocupando un despacho en la delegación de Valencia durante 25 días

Francisco Baixaull Sanchís, de 49 años, ha entrado en la historia de la delincuencia por la puerta grande. Inventor del llamado timo del inspector de Hacienda, ha sido el primero en ponerlo en práctica. Un día aciago para el severo ministerio, en junio de 1985, se presentó en la Inspección Financiera y Tributarla de Valencia, dijo ser inspector recién trasladado desde Madrid y, tras ocupar un despacho vacío durante 25 días, justo al lado del jefe de inspectores, dio precisas instrucciones a la telefonista por si recibía llamadas de quienes iban a ser sus víctimas.

Con semejante cobertura estafó 1.520.000 pesetas al Banco Central y pagó sus deudas de juego. Consecuencias de aquello son una condena de 18 meses de cárcel y la depuración de la inocente funcionaria.La mujer, Dolores Boadilla, con varios quinquenios de abnegada antigüedad en la casa, pasó de un ameno puesto de telefonista a una burocrática plaza en el departamento de etiquetas del IVA, atendiendo colas de hasta 200 sufridos contribuyentes. Y no quiere hablar: "Yo ya he salido bastante perjudicada, sin tener ninguna culpa, en este asunto, no como otros", fue lo único que dijo a preguntas de este periódico.

Esos "otros" a quienes, sin citar, se refiere son personas que ocupaban altos cargos en su departamento y a quienes Baixauli tomó igualmente el pelo. Ella fue la cabeza de turco que había que cortar para lavar la dañada imagen del ministerio y su delegación. En cambio, Manuel Badenes, entonces inspector jefe provincial, es ahora el regional, pese a que era el supuesto jefe directo del timador y tenía su despacho a escasos metros del que ocupó éste ocasionalmente.

El asunto aún provoca entre el personal de la casa muecas que son vergüenza en unos y guiños de burlesca complicidad en la mayoría. Badenes, jefe regional, no quiso decir ni palabra sobre lo sucedido hace año y medio "sin permiso del delegado provincial". "Compréndalo, ya sabe que somos funcionarios y no podemos hablar", fue su justificación.

Pero todos coinciden en felicitar, de alguna manera, a Francisco Baixauli. Como incluso lo hizo el fiscal durante el juicio. "Es usted un artista", le dijo al estafador, que hubo de responder: "Si lo fuera no estaría aquí".

Todo empezó en abril de 1985. El timador había tenido que ir a resolver unos asuntos a los locales de la Inspección. Necesitaba hacer unas llamadas y pidió un teléfono a Dolores Boadillo, la telefonista, Lolita para los compañeros. La mujer le indicó un despacho vacío y cometió la pequeña imprudencia de confiarle una cuita de la casa: "Por aquí viene gente que no conocemos y luego resultan ser inspectores". O aproximadamente.

Ahí ideó su plan. Baixaulí, jugador empedernido, había contraído deudas y debía pagarlas. Necesitaba dinero que estaba seguro de poder devolver sin que nadie se diera cuenta. Con su síndrome de jugador, sabía que su suerte cambiaría. ¿Y qué director de banco iba a negar un préstamo fácil a todo un inspector de Hacienda? Volvió a las dependencias del ministerio dos mese después, hacia finales de junio Lolita, la telefonista, no le reconoció. Y, aún dando su nombre y domicilio auténticos, dijo ser inspector, recién destinado en Valencia.

Poca culpa puede achacarse Lolita por creerse a pies juntillas las palabras de Baixauli. Nadie desconfía de una persona que la llama por su nombre y le dice: "Ya tenía ganas de conocerte, Lolita, tanto como hemos hablado por teléfono, tú aquí y yo en el ministerio". Su plan se complementaba dejándose ver por allí lo justo para eludir al jefe.

Suerte cambiada

A Lolita le encargó que le pasara las llamadas a aquel despacho cuando estuviera allí o que le tomara buena nota de los recados. Sólo hacía falta buscar algún incauto director de banco y fue uno de una sucursal del Central en Valencia. En pocos días consiguió de la entidad más de un millón y medio de pesetas en concepto de prestado y adelantos sobre sus "cuantiosas nóminas mensuales" y sobre talones sin fondos fechados para unos días más tarde.Y tampoco nada podía sospechar el empleado de banca si al telefonear a Hacienda, efectivamente, existía un señor Baixauli que, además, se ponía al aparato. El crédito que hasta entonces le mereció el tal señor Baixauli no se desvaneció hasta que, dos semanas después, los bancos de origen devolvieron al Central los talones falsos. Al timador no le había cambiado la suerte y no había podido reponer sus descubiertos. Baixauli fue detenido el 17 de julio, en su casa, 25 días después de que empezara su aventura.

Desde aquel día, en las dependencias de la Inspección Tributaria y, Financiera de Valencia, un bedel exige a la entrada la identificación, con nombre y apellidos, de todo aquel que entra en el edificio de la valenciana calle de Martínez Cubell. Por si las moscas...

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