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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El ombligo británico

Una película como ésta no debiera, en teoría, tener más audiencia que la cómplice, que en este caso es la británica, pues Una habitación con vistas reproduce los signos de un tiempo y de unos comportamientos en los que la identificación externa, las señas de identidad locales, componen casi enteramente la interioridad del relato y es, para quien no sea de la misma procedencia social que la destinataria del filme, dificil orientarse en una colección de guiños que a los no británicos nos son por fuerza ajenos.Es ésta una película, como por todos los síntomas lo es también su novela pretexto, un muy sutil ejercicio de regodeo local e incluso un poco localista, por lo que en su mayor parte se trata de un relato estrecho, casi angosto, de esos en que los espectadores capaces de sentirse aludidos e incluso identificados con lo que ocurre en pantalla cumplen con el entrañable rito de la contemplación del propio ombligo.

Una habitación con vistas

Director: James Ivory. Guión: Ruth Prawer, según la novela de E. M. Forster. Fotografía: Tony Pierce. Música: Richard Robbins. Producción británica, 1986. Intérpretes: Maggie Smith, Helena Bonham Carter, Judi Dench, Simon Calow, Julian Sands, Denholm Elliot. Estreno en Madrid: cines Palacio de la Música y California.

Pero hay algunos rasgos del ombligo británico que en este caso, gracias al buen gusto y, sobre todo, a la mala baba de Forster y James Ivory, que juegan con tremenda destreza al cinismo, trascienden el cerco de la complicidad y nos dicen algunas cosas de nosotros mismos. El irónico y, bajo la piel, feroz retrato que esta película hace de la burguesía media posvictoriana adquiere en algunos momentos del filme la dureza de una pedrada dirigida a algunas miserias universales.

Por ejemplo, la parte de Una habitación con vistas que transcurre en Florencia, que es la que hace arrancar al filme con garra, es un buen caso de cine indirecto, en el que la dureza e incluso la violencia se susurran y, en esos tonos formales bajos, su inquietante presencia se multiplica. En esta secuencia el choque de burgueses británicos finiseculares, encerrados en el marco mediterráneo donde están de paso, arranca chispas de cine que nos queman a todos. Como nos conciernen situaciones aisladas de la parte posterior del filme, sólo que diluidas en un conjunto pedante y calculado, en los bordes de la frialdad y la inexpresividad.

Más tarde, una vez que el argumento de la película nos devuelve a Inglaterra, el interés de la historia baja sensiblemente y hasta se pierde a veces en un progresivo desfondamiento, detrás de los visillos de las casitas en cuya mugre moral interior, disfrazada de dueña del mundo, quiere hacernos penetrar con embudo Ivory, pero nos quedamos fuera. Hay un exceso de insistencia en matices, al mismo tiempo irónicos y mórbidos, que quieren ser ácidos y por empacho resultan insípidos y, en este ejercicio de machaconería sobre el obligo británico, el meollo de los tipos, algunos muy bien dibujados, de desvanece en su epidermis.

Lo mejor, como siempre en el cine británico, hay que buscarlo en la solvencia de los actores y, sobre todo, los de escuela tradicional, como Maggie Smith, que hace toda una creación, y no a solas, pues tiene a su lado actores endiabladamente eficaces con los que sus réplicas se combinan maravillosamente: los que interpretan al párroco, al muchacho rubio enamorado y el hermanito díscolo de Helena Bonham Carter. Ésta, por su parte, no está a la altura de su Lady Jane. Le falta malicia y hondura, que es lo que les sobra a los citados.

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