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Shultz afirma ante el Congreso que no sabía lo que hacía su embajador en Líbano

Francisco G. Basterra

El ministro de Asuntos Exteriores de Estados Unidos no sabe lo que hace su embajador en Líbano y tarda nueve meses en enterarse, y lo hace por la Prensa, de que su presidente firmó una orden autorizando la venta de armas a Irán, a lo que se opone. Pero continúa en su cargo. Estas fueron las principales revelaciones realizadas ayer por el secretario de Estado, George Shultz, ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, en la primera comparecencia de un miembro del gabinete de investigación para aclarar el Irangate.

Shultz, que ayer voló a Europa para asegurar a los aliados que Washington tiene una política exterior y que él la controla, calificó de ilegal el desvío a la contra de fondos procedentes del suministro de armamento a Irán. "De esto no sabía nada, cero", dijo.Las audiencias comenzaron en un ambiente que recuerda al Watergate, hace más de 12 años, con todas las cadenas de televisión retransmitiendo en directo el testimonio de Shultz. Por la tarde compareció ante el comité el ex consejero de Seguridad Nacional Robert McFarlane, el padre de la idea de vender armas a Teherán. McFarlane insistió en que el presidente autorizó, en agosto de 1985, cinco meses antes de lo que sostiene la Casa Blanca, la venta de armas a Irán, vía Israel. Fue una autorización "verbal", en cuya génesis participaron el vicepresidente, George Bush, los principales miembros del Gabinete, incluido Shultz, y el jefe del gabinete presidencial, Donald Regan. McFarlane afirmó que una "autoridad más alta" debió autorizar a Poindexter y a North, "que no son gente que actuaría contra la ley", a desviar fondos a la contra, o que éstos, dado el apoyo del presidente a la contra dedujeron que tenían permiso para realizar acciones que no habían sido específicamente autorizadas. Tanto McFarlane como Shultz prestaron juramento antes de declarar.

El secretario de Estado, que se opuso en un principio a la venta de armas a Jomeini y trató de desmarcarse del presidente, provocando la irritación de la Casa Blanca, se subió ayer de nuevo, sin reservas, al barco de Ronald Reagan. "El presidente", dijo, "es un combatiente por la libertad; el mundo lo sabe, y yo le apoyo, le admiro y le respeto".

Pero la bomba que colocó Shultz ante el comité, que no le presionó demasiado fue que el embajador en Líbano, John Kelly, le ha ocultado durante un año información sobre sus tratos directos con Oliver North, MeFarlane y el general retirado Secord para intercambiar armas por rehenes. Kelly, saltándose la cadena de mando, mantenía un tráfico cifrado con la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la Casa Blanca sin que se enterara su jefe directo, Shultz. Esto es sorprendente", dijo Shultz, quien informó que ha llamado al embajador a Washington para que cuente todo lo que sabe y ponga todos sus documentos en poder del Buró Federal de Investigación (FBI). ¿Quién le autorizó a pasar por encima de Shultz? ¿El propio presidente?

La pregunta quedó sin respuesta. Pero el secretario de Estado hubo de reconocer que, como es habitual en el caso de Líbano, estos mensajes intercambiados fueron destruidos por motivos de seguridad. "Pero habrá copias en la CIA y en la Casa Blanca", dijo. Las revelaciones del secretario de Estado implican a la CIA aún más en el escándalo, a pesar de los intentos de su director, William Casey, de mantenerse al margen.

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Completamente al margen

También demuestra cómo el teórico conductor de la política exterior de EE UU fue mantenido completamente al margen por decisión del presidente una vez que manifestó su posición de no vender armas a Jomeini. "No se puede dirigir una política internacional pasando por encima de los ministros, el Pentágono y el Congreso. Siento que le pusieran a usted en esta posición", afirmó el presidente del Comité de Exteriores, el demócrata Dante Fascell.

Shultz fue especialmente rotundo en su apoyo a la contra, y afirmó: "La emergencia en nuestro continente de un Estado soviético comunista es una amenaza para nuestra seguridad que debemos tomar en serio". Las afirmaciones de Shultz coinciden con otras de Reagan la pasada semana calificando de inaceptable el establecimiento de "una cabeza de playa para el terrorismo y la subversión en el corazón de las Américas" y con la utilización de helicópteros norteamericanos para ayudar al Ejército hondureño a luchar contra los sandinistas en la mal delimitada frontera con Nicaragua.

Fue Shultz, apoyado por la Junta de Jefes de Estado Mayor, quien en la noche del sábado aconsejó a Reagan el uso de los helicópteros Chinook para transportar tropas hondureñas, pedidos por el presidente José Azcona, para demostrar que la política exterior norteamericana no está paralizada por el escándalo iraní.

El secretario de Estado no se refirió ayer a este incidente cuando testificó ante el Congreso. Pero Shultz, sin que nadie se lo pidiera, leyó a los congresistas un mensaje de la Embajada de

EE UU en Managua en la que describe la sovietización total del país, alegando el paso del ballet Bolshoi por Managua y el desfile -"como el de la plaza Roja"- del pasado 7 de noviembre. El documento se refería a soldados nicaragüenses desfilando al paso de la oca y uniformados como "los regimientos soviéticos". "Los marinos parecían la flota del Báltico. Sólo les faltaban los misiles intercontinentales, con las cabezas pintadas de rojo" afirma el embajador en Nicaragua en su información para el Departamento de Estado. "Esto es lo que está pasando allí", dijo Shultz tras leer el mensaje. "El desvío de fondos a la contra procedente de la conexión iraní es un error", dijo Shultz, "no sólo porque es ilegal, sino porque confunde nuestro apoyo a los re beldes, que debe continuar por sus propios méritos, independientemente de este episodio".

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