¿Qué clase de paz para el Africa austral?
El Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) no ha soltado las armas en las últimas dos décadas. Primero, hasta 1975, en el combate por la independencia contra el Ejército colonial portugués.Desde la independencia, contra la guerrilla de la Resistencia Nacional Mozambiqueña (Renamo). Pero su nuevo líder, Joaquim Chissano, sucesor del recientemente fallecido Samora Machel, sabe que la guerra es un mal que tendrá que soportar mucho tiempo aún. Junto con un país destrozado por el conflicto, Machel le ha legado la conciencia lúcida de que la paz es imposible en esa difícil región mientras una minoría blanca se mantenga en el poder en Suráfrica.
El intento más importante del Frelimo de neutralizar la guerrilla fue el acuerdo de Nkomati, de 1984, a través del cual los Gobiernos de Pretoria y Maputo se comprometieron a suspender el apoyo militar que prestaban, respectivamente, a Renamo y al Congreso Nacional Africano (ANC), que lucha en Suráfrica contra el apartheid.A pesar del tratado, Renamo siguió llevando su acción militar prácticamente a todas las provincias de Mozambique. Pretoria reconoce que continúan llegando suministros y armas a los rebeldes, aunque se declare ajena a este hecho. Maputo acusa a Suráfrica de violar el acuerdo de Nkomati, pero tiene el cuidado de dirigir estas acusaciones, de forma selectiva, a los "militaristas y racistas" surafricanos.
Los gastos de guerra son secretos, pero casi todos los círculos bien informados aseguran que superan el 45% del presupuesto. Destruidas las principales vías de comunicación terrestres, las grandes ciudades llevan meses o años transformadas en islas, cercadas por la inseguridad y en peligro de verse sobrepasadas por el flujo de refugiados de las zonas rurales, que buscan un mínimo de protección contra los permanentes ataques, robos y saqueos de los bandidos armados. El gigantesco complejo de Cabora Bassa, la tercera mayor presa del mundo, sobre el Zambeze, está inutilizado por la sistemática destrucción de las líneas de transporte eléctrico. El puerto de Beira, la segunda mayor ciudad de Mozambique, está sin electricidad hace más de un año. Maputo, la capital, no olvida que está a tres minutos de vuelo de los Mirage surafricanos.
En estas condiciones, resulta lógico que el término de la guerra sea el centro de todas las conversaciones, el deseo casi obsesivo de todos los mozambiqueños, desde el más alto dirigente del partido único, Frelimo, hasta el más humilde campesino que sólo aspira a poder cultivar en paz su machamba, la huerta familiar de supervivencia.
La paz regional
Pero un aspecto del testamento político de Samora Machel que sus herederos han asumido, aunque no estén de acuerdo acerca de la forma de responder al desafío, es que no hay en África austral paz posible en un único país.
Los dirigentes mozambiqueños están convencidos de que son víctimas de una guerra que no es dirigida exclusivamente contra ellos, sino contra todos los estados negros vecinos de África del Sur que se esfuerzan en aumentar su independencia económica frente a la potencia hegemónica regional. Los países de la línea del frente están reaccionando en consecuencia, y la mejor prueba de ello es la presencia de 8.000 a 12.000 soldados zimbabuos en el centro de Mozambique, donde defienden la vía férrea, la carretera y el oleoducto que une el puerto de Beira con la frontera zimbabua.
Los gobiernos europeos parecen haber entendido también lo que está en juego, y están respondiendo a las demandas de ayuda militar de Mozambique, y no únicamente para evitar una mayor penetración militar soviética o cubana. Mientras Francia ofrece armas, los británicos están dispuestos a enviar un regimiento de fuerzas especiales llave en mano, es decir, formadas, entrenadas y equipadas, para defender las importantes inversiones que el Reino Unido se prepara para hacer en el llamado corredor de Beira.
Pero los dirigentes de Maputo están convencidos de que se trata apenas de una lucha defensiva, que deben aprender a "vivir con la guerra" reduciendo sus costes políticos, económicos y sociales, porque la solución es regional y escapa, en buena medida, al alcance de su decisión.
El principal enemigo
En su homenaje fúnebre al líder fallecido, Marcelino dos Santos recordaba que Machel consideraba el sistema de segregación racial en vigor en Suráfrica como el principal enemigo, no sólo de su país, sino de todos los pueblos de África austral, "de la mayoría oprimida y de la minoría blanca, prisionera de los barrotes del miedo por ella misma construidos", y que sólo la igualdad, sin discriminaciones raciales, étnicas o tribales, permitiría la instauración de una paz duradera en el subcontinente.
La elección de Chissano como el heredero de Machel fue obra de la pequeña élite politizada mozambiqueña, la misma que le sumó con entusiasmo al proyecto, tal vez utópico, de predicar con el ejemplo, construyendo en Mozambique un Estado africano verdaderamente multirracial, antitribal, en el que todas las minorías puedan, no sólo coexistir, sino cooperar activamente para el desarrollo económico y social.
La llamada de "apertura a Occidente" hecha por Chissano es la continuación de la línea de "independencia en la diversificación de las dependencias", defendida por Machel, que quiso siempre evitar la trampa en la que, según él, había caído Angola al aceptar la presencia de miles de soldados cubanos y soviéticos en su territorio.
Esta vez las potencias occidentales parecen estar convencidas de que la defensa de sus intereses, actuales o potenciales, en la zona pasa por el apoyo a los actuales dirigentes mozambiqueños como única fuerza estructural capaz de impedir la vuelta de la mayor parte del África subsahariana al pasado precolonial.
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