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Tribuna:HERENCIA DE UN AUTOR
Tribuna
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La hijuela de Borges

Andrés Trapiello

Aparece estos días en la Prensa nacional y en la televisión un anuncio de libros. Por lo general, conviene desconfiar de los libros que se anuncian, que tienen que anunciarse para ser leídos. Este anuncio, sin embargo, es especial. Más que los propios libros, a quien se anuncia es a Jorge Luis Borges, un Borges vacilante y viejo, que farfulla unas palabras apenas inteligibles. Da la impresión de que asistimos a una de esas escenas, tan repetidas en el cine, en las que un moribundo logra arrancar a su agonía esas frases casi póstumas, su legado, como si dijéramos, la clave de su vida. Parecería que Borges, con voz asmática y confusa, nos hace el regalo de su última voluntad. "Quizá sea mi mejor herencia -oímos-, ya que yo preferiría que se releyeran esos libros y no que alguien releyera los míos". Y aquí viene el anuncio: ochenta libros de la literatura universal prologados por el escritor argentino. No se dice, pero se insinúa, que la literatura universal podrían ser esos 80 libros, y ni uno más. Somos bastantes los que hemos creído que Borges- no fue nunca ciego. Algunos incluso llegan a suponerle una vista de relojero, lo que no deja de ser una exageración. Yo le vi, sin embargo, hace bastantes años una vez en Madrid, cerca del hotel Palace. Se disponía a atravesar la carrera de San Jerónimo, a la altura de las Cortes. Se lanzó a la calzada como Edipo en busca de su destino, temeraria, ciegamente. A éste, pensé, lo van a matar los coches. Daba la impresión de César camino del Senado. Iba a una muerte segura. Pero no. Cada vez que se aproximaba un coche, a una u otra mano, Borges se detenía y le dejaba pasar. Le silbaban en los flancos, pero no lograron ni acercársele. Yo no había caído todavía en que aquel hombre era Borges. Cuando me di cuenta pensé: "O tiene un oído absoluto, como Mozart, y los oye venir, o Borges no es ciego".Algo parecido creo que ha contado Cabrera Infante de Borges en Londres. Lo de Londres no sé si sería una broma de Cabrera Infante. Lo de Madrid no es ninguna broma. El guardia de la plaza de las Cortes estaba blanco como la cera, no porque supiera quién era aquel gran loco, sino porque pensaba que tendría que retirar un cadáver de entre las ruedas.

Sin embargo, Borges tenía para lo literario un instinto peculiar, como la vista el lince. Sabía como pocos dónde se encontraba tal o cual pasaje, tal o cual obra de mérito. Todo ello le valió la toga del mito, que llevó como pudo los últimos años de su vida. A veces, pareciéndose tanto a Victor Hugo que uno se pregunta si su obra no correrá la misma suerte. Y, como dijo Horacio, ya se sabe: "Quien viste de toga usa de bula". Borges la disfrutó para todo, hasta para equivocarse.

Sus discípulos, que tuvo tantos como lectores, creían y creen, por el contrario, que cuando Borges se equivoca es por alguna razón que a ellos se les escapa. Se conoce que siguen teniendo de la gloria la pintura del mito: arriba, el Olimpo; abajo, los Monegros. Con Borges es curioso lo que ha pasado. Ha tenido admiradores de todos los pelajes. Desde el que es más borgiano que el propio Borges, ese tipo de seguidor servil, levítico y mediocre, hasta el que no quiere ser confundido con el resto de incondicionales, que le parecen virutas, y para lla mar la atención de Borges sólo dice: ¡Gracias, maestro!, muy tie so, dando un taconazo en el sue lo, como hacen los vizcondes en el teatro al ser presentados a una señora de alto copete.

Nadie es perfecto

A Borges todo esto -nadie es perfecto- le hizo feliz. Tuvo lo que se llama audiencia, forillo. A esta audiencia va dirigida la propaganda de la biblioteca. Los 80 títulos. A mí me parece siniestro ese Borges agonizante y esclerótico, espuriamente utilizado como señuelo. La muerte, que está a su lado en el spot, da más gravedad a sus palabras, lo que nos transmite cierta angustia y desazón. Él mismo lo insinúa. Mi testamento. Pero no. Sólo se nos viene a decir una media verdad, es decir, esa clase de verdades de las que un escritor y un poeta, y Borges lo fue, tiene que huir como del lugar común. Pasemos por esas dos frases que adoban la campaña publicitaria. Una ya la hemos transcrito. La otra es ésta: "Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer". Retórica aparte (lo natural es que uno escriba y lea, y no que a uno "le sea dado escribir o le fuera dado leer".

Al destino, cuya sombra quiere Borges que planee por esas palabras, hay que dejarlo para las ocasiones importantes. Como a Dios. Si Borges no creía en Dios, ¿por que creena en el destino?), uno tiene la impresión de que Borges se comporta a veces con su obra como esas postulantas que antes de ponerse al teclado del piano empiezan a hacerse de rogar, ensayando morritos con su hocico pequeño. Luego no hay quien les arranque de los valses y de los preludios. Pues bien" Borges padece a veces la coquetería de decir las cosas con la boca pequeña. La vanidad, de todos modos, no es pecado.

Pero no es esto lo importante. Estas cosas no son más que manifestaciones de su carácter, como la ceguera lo era de su naturaleza. Sin embargo, en la herencia de Borges hemos echado en falta a la hijuela. ¿A quién ha dejado Borges mejorado? ¿Dónde están los Homero, los Virgilio, Cervantes, Shakespeare, Balzac, Dickens? ¿Dónde aquel Unamuno al que Borges debe la idea de otros en su literatura? ¿Tolstoi, Baudelaíre, Verlaine? Por eso no queremos ver a Borges en esa mala función. Ni siquiera el ectoplasma que sale en la televisión es Borges. Detrás de él, moviendo los hilos de su cadáver, está el industrial, el negociante.

No hay ningún libro importante. Ni uno solo que mejore la vida. Sólo porque la vida es imperfecta creemos en los libros, Pero es una gran mentira asegurar que el que no haya leído el Quijote no llegará nunca a nada. Homero no lo leyó y escribió La odisea, que lo contiene enteramente, como contiene enteramente el Quijote a Balzac y a Stendhal. La literatura no son 80 libros ni 8.000. La literatura no está sólo en todas esas bibliotecas de obras maestras. La literatura es lo que la vida provoca, su imperfección y su injusticia. Como las perlas son esa rara enfermedad de las selladas ostras.

Andrés Trapiello es escritor, autor de los volúmenes de poesía Las tradiciones y La vida fácil.

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