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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El noviembre parisiense,

EL CLIMA político de la capital francesa ha cambiado en las últimas semanas. Este cambio se ha producido de un modo brusco, casi por sorpresa, y ello ha dado lugar a las interpretaciones más diversas, en ciertos casos descabelladas. No estamos ante una nueva rebelión juvenil como la de mayo de 1968, con una carga ideológica y utópica arrolladora. Tampoco es válida la explicación de que todo se debe a una tenebrosa manipulación del partido socialista, que desencadena huelga y manifestaciones para crearle dificultades al Gobierno Chirac. Como siempre que se producen movimientos de masas de cierta extensión y con un alto grado de espontaneidad, y así ha ocurrido en este caso, la explicación no puede ser rectilínea y exige considerar diversos factores.La manifestación de estudiantes y de alumnos de las últimas clases de los liceos que ha desfilado por las calles de París el 27 de noviembre ha sido la más numerosa de este género desde hace muchos años, y en todo caso, desde que la derecha ha ganado las elecciones. Las manifestaciones en provincias han revestido asimismo gran amplitud y se han producido huelgas' en un alto porcentaje de las universidades y de los liceos.

El resultado ha superado con mucho lo que se había previsto en la asamblea del sindicato UNEF-ID, que lanzó la primera consigna de huelga; y quizá el rasgo más sorprendente ha sido la incorporación masiva de alumnos de la enseñanza media. Pero el ambiente en la manifestación del 27 de noviembre no se parecía al de mayo de 1968. Nada de consignas superideológicas, de ilusión desbordante por conquistar un mundo mejor, de imaginación al poder. Había un objetivo concreto y omnipresente: obligar al Gobierno a renunciar a la ley Devaquet, de reforma de la Universidad, cuyas consecuencias serían, en resumen, elevar las tasas, reforzar la selectividad y establecer desigualdades entre los títulos de unas y otras universidades, unos para los privilegiados y otros para los modestos, al estilo norteamericano.

A la vez, la protesta no está provocada exclusivamente por reivindicaciones corporativas. Ni superideologización ni corporativismo. En el fondo de las reivindicaciones concretas está una voluntad, compartida por amplios- sectores de la sociedad francesa, de defender unos valores que, a través de un largo proceso, son ya consustanciales con el ser de la Francia contemporánea. En primer término, el principio de la igualdad en la enseñanza. Todos iguales ante la cultura es una de las pancartas de este noviembre parisiense. Petición que la legislación anterior francesa garantizaba, al menos en términos jurídicos, y que ahora el Gobierno de derecha pretende suprimir. Por ello, el actual movimiento estudiantil -a diferencia del 68- no tiende a separar a los estudiantes del resto de la sociedad, sino que encuentra un eco favorable en sectores muy diversos y se enlaza con la protesta de los profesores, que ya realizaron el domingo pasado una manifestación de unas 200.000 personas contra otras leyes que amenazan también, en otros niveles, el principio de igualdad en la enseñanza.

Es evidente que el partido socialista y, en menor medida, los comunistas tienen gran ascendencia sobre organizaciones como la FEN y UNEF-ID, y han impulsado en lo que han podido estas protestas; ahora se esfuerzan por capitalizarlas en el terreno político. Pero en la gran masa de los estudiantes hay un rechazo neto ante la injerencia de los partidos, y no se trata de despolitización. Sintetizando un fenómeno complejo, cabe decir que quieren influir en las decisiones del poder sobre las cuestiones que les atañen, pero no confían para ello en los partidos políticos. Así, la presentación ante el Parlamento de cientos de enmiendas socialistas a la ley Devaquet ha tenido lugar después de que se iniciasen las huelgas y manifestaciones. Fueron éstas las que despertaron al partido, y no lo contrario.

Contemplando la escena, es probable que la derecha francesa esté cometiendo un error de cálculo sobre la fuerza real con la que puede contar para llevar a cabo su política. Ganó votos, sobre todo, a causa de un clima de descontento general referido a la política económica. Pero una gran parte de los ciudadanos franceses considera intocables algunas conquistas históricas, como la seguridad social y la igualdad en la enseñanza. Todo indica, por tanto, que si pretende aplicar su programa de forma dogmática, la derecha se encontrará con crecientes dificultades. Y no sólo en el Elíseo y en el Parlamento, sino, como se ve, en las calles.

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