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Conciencia

Rosa Montero

Hay nueve chicos y chicas extremeños a quienes, el próximo miércoles, ciertas fuerzas no demasiado vivas pretenden enseñar lo que es la libertad de conciencia. La cosa empezó en los carnavales de 1983, cuando unos jóvenes de Fuente del Maestre, en Badajoz, formaron una comparsa llamada La Segunda Comunión. El Ayuntamiento había organizado un concurso de disfraces en una discoteca, y allá que fueron todos, ellos vestidos de marineritos y ellas recarnadas de organdí, para participar en el asunto. Cantaron, hicieron sus gansadas y se lucieron. Gustaron tanto que el público se despellejó las manos aplaudiendo; y esto, la duración e intensidad de los aplausos, era el baremo para la adjudicación de premios. Así es que ellos ganaron el primero, y fueron proclamados vencedores por el mismísimo señor alcalde.Pero hete aquí que, en medio del general jolgorio de la sala, y sintiéndose seguramente el pobre hombre de lo más solitario y carcomido, había un tipo que quizá creía tener la exclusiva en la finura de conciencia y que consideró que la comparsa era una mofa a la eucaristía y una befa a los principios sacrosantos. Le chivó su escándalo al diputado del PDP, antaño de UCD, Antonio Uribarri, y éste mandó un escrito al fiscal exigiendo acciones fulminantes. Muy tolerante, el hombre.

De modo que los chicos fueron procesados. La cosa tardó, porque los jueces no parecían ver demasiado clara la tontuna, y el tema pasó en estos años de magistrado en magistrado, hasta llegar a uno que decidió ir adelante. El próximo miércoles es el juicio oral, y le piden un año de cárcel a cada uno, acusados de un delito contra la libertad de conciencia. Digo yo que, de prosperar el disparate, deberían enchironar también a los regocijados espectadores que aplaudieron, y desde luego colgar de los pulgares al alcalde. Y además, está por ver quiénes son los que producen un verdadero escándalo. Porque el escrúpulo de estos inquisidores hiere el mío, y mi conciencia sangra cuando escucho hablar de libertad a Torquemada.

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