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Exito en París del montaje de Strehler de la 'Ópera de tres centavos'

Lluís Bassets

Bertold Brecht puede resucitar cada año, cuando abren sus puertas los teatros del mundo para inaugurar temporada. Por ejemplo, la de este año del Teatro Musical de París (TMP), financiado por el municipio, que ofrece, junto con el Teatro de Europa, la ópera de tres centavos (con la música maravillosa de Kurt Weil), bajo la dirección del discípulo de Brecht, fundador del Piccolo de Milán y director del Teatro de Europa, Giorgio Strebler. Pero el Brecht que resucita este año en París se ha convertido ya, en poco más de una semana, en el gran acontecimiento teatral del año.

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Uno de los elementos de mayor espectacularidad es la escenografía, debida a Ezio Frigerio. La boca enorme del teatro de Chatelet ha sido reducida con una estructura extraída de la imaginería de la industrialización: grandes vigas metálicas y el tamiz de una tela oscura que empaña unas luces de fábrica. No hay telón: sólo una valla de metal ondulado y negro, en la que aparecen las letras grandes y temblorosas: "L'Opera de Quat' Sous". Esta valla corredera será el decorado único de algunas escenas de calle, pero también el elemento de transición entre cuadros y actos.El fondo del decorado ofrece la perspectiva vertical de una calle trasera de una gran metrópolis. Escaleras de incendios enmarañan el único hueco donde hay una referencia a un mundo no artificial: una banda del cielo nocturno. Dos ruedas, como de bicicleta, inmensas, que se Iluminan cuando -suena la música y ruedan a su compás, sugieren la noria del Prater vienés, cualquier tiovi vo, y, finalmente, las candilejas del cabaré, bailando al son de la balada. Otras bombillas, desnu das y amarillas, se iluminan cuando desaparece la escena y surge la canción. Son las de un estirado rectángulo, instalado encima de la escena, en el que se anuncian con letras electrónicas los títulos de las canciones y los encabezamientos de alguno cuadros. Ésta es una ópera con subtítulos.

El resto del decorado es una combinación perfecta de élementos de ambiente de época (el Berlín de los años veinte, pero también Nueva York, o el Chicago de Los intocables) y de imaginación innovadora. La tienda de J. J. Peachum, con su colección de símbolos de la mugre y de la rica miseria de los mendigos mafiosos: el barniz cuarteado de la falsa honorabilidad del negocio aparece representado a la perfección. El garaje de Mackie Messer (Mackie El Navaja, en la versión castellana) y el burdel tienen también idéntica riqueza de detalles e idéntica claridad de significados. No tanto la cárcel, donde la desnudez de una jaula en mitad del escenario se aleja del expresionismo de los otros decorados.

Referencias a Hollywood

El vestuario y la elección de los tipos humanos están repletos de referencias al cine cómico de Hollywood, pero también al mundo del circo y de la iconograflia de los dibujos animados y del comic, principalmente en los momentos en los que la obra adquiere su-mejor tono de historia de policías y ladrones. Chaplin, Stan Laurel y Oliver Hardy, o el mismo Charlie Rivel, se reencarnan en un bigote, unos andares, una forma de hablar o en un sollozo que parece un aullido.La dirección y la escenografia no bastarían para explicar el éxito del espectáculo, a pesar de ser ambas excelentes y de haber cosechado un buen éxito de crítica. La presencia de Milva (la Jenny de los prostíbulos), la cantante de Bertold Brecht por excelencia, desde que Strehler la descubriera, es una de las claves del éxito. Su salida al escenario provoca casi por sí sola los aplausos del público. Ella misma es la en,carnación de lo que Brecht quiso hacer con esta ópera y de lo que Strehler, su discípulo, ha conseguido en la proyección de la herencia brechtiana. Cantante popular, de cabaré, metida a cantante de ópera, Milva es finalmente la única voz polivalente de toda la obra, la única voz teatral y a la vez operística, cabaretera y lírica.

Otro aliciente -y no menor, por supuesto- es la presencia de Barbara Sukowa (Polly), la actriz que encarnó a la Lola de Fassbinder y a la Rosa de Luxemburgo de Margaret von Trotta. Por esta última recibió en Cannes el premio a la mejor interpretación, y su actuación en la escena es apreciada por el público. Cuando canta, sin embargo, no deja de ser una actriz de teatro que tiene que cantar. No así Yves Robert (J. J. Peachum), sin duda el actor más destacado de todos los que suben al escenario, que cuando canta es también un actor que sabe transformarse en cantante, a fin de cuentas, una de las 100.000 cosas en las que debe saber transformarse un buen actor, y extraordinaria es la actuación de Jean Benguigui (TigreBrown), dentro de un registro únicamente clown.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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