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Crítica:VII FESTIVAL DE JAZZ DE MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Promoción social

Supongo que a los de A-Free-K, grupo cuyo nombre despista, les habrá gustado actuar de teloneros de Miles Davis. Los integrantes de A-Free-K saben tocar y tienen cosas que decir, cosas propias, lo que dice mucho en favor de la escuela de la que proceden, el Taller de Músicos. Conocida es la calidad de los hermanos Rossi, bajo y batería, y Eladio Reinón, saxo tenor. Y no digamos el invitado especial, el trompeta Jack WaIrath. La sorpresa es que igual de buenos son los otros, especialmente Perico Sambeat, un saxo alto que se sabe bien la lección de Johnny Hodges. De todas formas, se vio bastante claro que A-Free-K no es grupo para un local tan grande.Miles Davis sí que es capaz de llenar de sonido no uno, sino tres palacios de deportes. Y aún debería: meter más ruido, para que no se escuchara el que forman los que no se sientan en su sitio y los que tratan de echar a los que no se sientan en su sitio.

VII Festival de Jazz de Madrid

A-Free-K. Miles Davis. Palacio de Deportes. Madrid, 6 de noviembre.

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En esta última etapa de su carrera Miles hace lo que quiere y toca para divertirse, pero aún así no deja de evolucionar. En su grupo actual da preferencia a la electrónica y el ritmo, por lo que el mejor de sus músicos es el bajo Darryl Jones, que junta ambos elementos. Donde antes había un especialista en teclados, ahora hay dos.

Un guitarrista de rostro humano, John Scofield, ha sido sustituído por Garth Webber, enérgico y rockero. El saxo Bob Berg desaparece con frecuencia de escena, aunque cuando toca se entrega a fondo. Un solo le salió tan bien que lo repitió tres veces.

Repertorio combativo

En el repertorio, Miles estuvo combativo, con temas dedicados a Desmond Tutu y Nelson Mandela. El público reconoció algunas canciones, y aplaudió con especial denuedo Human nature y Time after time.Pero el grupo y el repertorio no importan mucho con Miles. Esta vez, además, Miles y los suyos no congeniaron musicalmente tan bien como otras, aunque dieron muestras de quererse mucho. De otro lado entre la frágil sonoridad de Miles Davis y el poderoso acompañamiento existe siempre un desacuerdo que el trompetista utiliza de forma genial en su provecho.

Así pues, lo mejor, como siempre, fue cuando al maestro le dejaron solo. Entonces Miles se adelantaba, encorvado, con sus dorados zaragüelles y sus rizos morenos, fundía en una sola persona a Quasimodo y Esmeralda la zíngara, y dejaba caer sobre los fotógrafos el viejo hechizo del blues. Una música que, corno la protagonista de un serial, se crió en la miseria y ahora no desentona rodeada de lujos y suntuosos sonidos sintetizados.

En esa afortunada labor de promoción social han intervenido muchas personas, pero pocas con tanta intensidad como Miles Davis.

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