_
_
_
_
Tribuna:LA PLAGA DEL HAMBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Queremos su muerte?

¿Están amenazados de muerte los hambrientos del Tercer Mundo? ¿Les choca la frase? ¿Pero no es esto lo que queremos?.En este final del siglo XX sabemos en pocos minutos lo que pasa al otro lado del planeta. Periódicamente nuestras televisiones hacen entrar en nuestras casas la imagen de tres millones de campesinos del noreste brasileño amenazados de muerte o aquella también atroz de millones de etiopes, sudaneses y otros igualmente en peligro. Sabemos que la pobreza mata. Aún más: sabemos que la pobreza va a matar. Se plantea una cuestión lacerante: ¿queremos que estas gentes vivan o queremos su muerte? Cuidado a esta cuestión, no se responde con palabras. Son los actos que hacemos o que omitimos los que responden.

Las palabras reflejan nuestros sentimientos. Sólo los actos expresan nuestra voluntad. Forzoso es constatar que nuestras sociedades no hacen todo lo que es necesario para que estas gentes vivan. Los programas de asistencia son dispersos. Se ayuda a desarrollar la producción agrícola, pero se olvida que sin las carreteras no se puede llegar a niguna parte. Se deja a terceros países agobiados bajo el peso de sus deudas. Se establecen barreras proteccionistas contra los productos del Tercer Mundo.

Más importante aún: nuestras sociedades no hacen ni siquiera todo lo que son capaces de hacer. Para no tomar más que un solo ejemplo, i6 años después de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas según la cual los Estados debían consagrar desde 1975 el equivalente al 0,7% de su PNB en ayuda pública del desarrollo, la media de las contribuciones de los 17 países más desarrollados no alcanza la mitad de este objetivo. Por qué, pues, preguntarse ¿cómo es posible eliminar el hambre del mundo hasta tanto no se tenga verdaderamente decidido hacerla cesar?

Un resurgimiento social y político está recorriendo el Tercer Mundo. Las nuevas democracias de América Latina que piden un reexamen de su deuda toman medidas de austeridad tanto más meritorias porque son difíciles de soportar por las poblaciones pobres. Los jefes de Estado africanos, reunidos en la cumbre de la Organización de la Unidad Africana, han tenido el valor de admitir públicamente sus propias responsabilidades en la tragedia del hambre. Se han comprometido incluso el pasado mes de junio, durante la sesión especial de la Asamblea General de la ONU sobre África, a reorientar sus políticas para dar prioridad al sector agrícola y a tomar medidas presupuestarias drásticas. Estos pueblos orgullosos, que a pesar de las condiciones adversas aplastantes construyen, viven, luchan y aman, tienen derecho a un poco más que nuestro respecto: tienen derecho a nuestra solidaridad.

Un derecho fundamental

Un derecho fundamental que se debe inscribir con nuestras manos, nuestras inteligencias y nuestros gestos cotidianos en la historia de los pueblos de la tierra. Estamos en la carrera contra el tiempo, en la que cada hora perdida se cifra en centenares de muertos.

Se ha asistido después del movimiento live-aid a las más colosales colectas públicas de este siglo para ir en ayuda de las víctimas de nuestra mala gestión global del planeta. Más discretamente, numerosas asociaciones de voluntarios contribuyen desde hace 30 años al nacimiento de hogares de desarrollo.

Es evidente que cuando en zonas de Bolivia, aisladas seis meses al año del resto del país, un niño de cada tres muere antes de alcanzar la edad de cinco años, o que el desierto progresa de dos a tres kilómetros por año a lo largo de la banda sahariana que se extiende desde Senegal a Sudán, la amplitud del problema exige que se movilicen los recursos y la potencia de los Estados y que se haga un máximo uso de los instrumentos multilaterales de que disponen las Naciones Unidas.

Por eso cada individuo está llamado a comportarse como ciudadano antes que contentarse con sacar dinero de su monedero. Bradford Morse, antiguo administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUDE), decía que si cada individuo pedía a su Gobierno dar prioridad al desarrollo atacando las raíces del problema, rendiría un servicio inestimable, Es esto lo que han hecho también 95 premios Nobel del mundo pidiendo a cada uno, cualquiera que sea su lugar en la sociedad, que se haga todo lo posible para que sean "votadas y puestas inmediatamente en práctica nuevas leyes, nuevos presupuestos, nuevas medidas que tiendan directamente a atacar las causas del holocausto del hambre y a aliviar los efectos".

¿No ha llegado ya el momento de dar valor y fuerza de ley a la rehabilitación de las zonas donde se producen las tasas de mortalidad más elevadas, a las supervivencias de sus poblaciones, a su pleno desarrollo?

Enseñanzas

Es necesario poner en práctica la experiencia acumulada por los diversos sectores públicos o privados. En el transcurso de los tres decenios del desarrollo que acaban de transcurrir se pueden sacar cuatro enseñanzas fundamentales:

1. Es ineficaz desperdigar proyectos sin relación entre ellos o concentrar todos los recursos sobre un solo sector (por ejemplo, producción agrícola o salud, etcétera), juzgado como prioritario. Por el contrarío, un plan de rehabilitación que integre todos los elementos de base para un buen funcionamiento de la sociedad (agua potable, irrigación, agricultura, estructura y almacenamiento, carreteras, puentes, medios de transporte, higiene, salud, educación, vivienda etcétera) tendrá todas las posibilidades de dar buenos resultados, sobre todo si se concibe a partir de las capacidades reales y potenciales de realización locales de tales planes, si interesan a regiones bastante vastas o si podrán hacer sentir sus efectos a escala de un país entero.

2. El desarrollo es básico para la puesta en vigor de los recursos humanos. No se trata de ética, sino de buen sentido. La formación a todos los niveles y para todas las tareas debe incorporarse en cada proyecto desde su concepción.

3. La calidad de los programas no puede venir sólo a superar los obstáculos. La cantidad de los recursos debe corresponder a la amplitud de los problemas a resolver.

4. Se imponen medidas políticas globales simultáneamente para que las causas estructurales de la pobreza no vengan a minar sistemáticamente las inversiones en el desarrollo.

El coloquio organizado por la Cruz Roja Española en Madrid durante estos primeros de noviembre sobre La contribución en el desarrollo para la previsión de los conflictos bélicos es una ocasión única para tratar todas estas cuestiones en profundidad. Pero el título mismo de esta reunión, como preludio al Año Internacional de la Paz, debe abrirnos aún más los ojos. Sin embargo, las desigualdades, escandalosa s y el hambre construyen día a día un peligroso polvorín. Pero este peligro potencial no debe ocultar que el hambre y la miseria provocan un Hiroshima silencioso cada cuatro días... ¿No era para acabar con los Hiroshima de todas clases para lo que fueron creadas las Naciones Unidas?

Jean Fabre es jefe de la sección de Información del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUDE).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_