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31ª SEMANA DE CINE DE VALLADOLID

Una reliquia japonesa y una comedia norteamericana, en el ecuador del festival

El arpa birmana es una memorable película japonesa de Kon Ichikawa realizada en 1956 que en aquel tiempo fue un monumento espiritual y uno ole los más grandes filmes antibelicistas de la posguerra mundial. Treinta años más tarde, el veterano cineasta japonés ha realizado la misma película de manera prácticamente idéntica, en un caso curiosísimo de autoplagio. Sobre este raro asunto de patología cinematográfica y sobre la entretenida comedia norteamericana Heartburn, del famoso y sobrevalorado Mike Nichols, ha gravitado el ecuador de esta edición de la Seminci, que un año más alcanza una oferta imaginativa, llena de variedad en las secciones paralelas y de lógica irregularidad en la oficial.

Una vez, hacia 1960, si la leyenda no miente, dos jóvenes productores de Hollywood fueron a ver a John Ford a su casa. El viejo tuerto irlandés, que era un tipo hospitalario, los recibió amablemente. Los dos productores, impacientes, no tardaron en desenfundar sus revólveres dialécticos y espetaron a bocajarro al viejo Ford: "Maestro, venimos a proponerle que haga otra vez La diligencia". Ford se levantó. Caminó hacia una vitriña, la abrió, sacó de ella un viejo rifle de repetición, apuntó con su ojo bueno a los dos intrusos y les dijo con voz ronca: "Repitan eso, forasteros".El bueno de Kon Ichikawa parece que no tenía a mano un Winchester cuando le propusieron que realizara otra vez El arpa birmana, y la hizo. El espectador, viendo esta repetición de aquel memorable filme, se pregunta para qué.

Fsta nueva versión de El arpa birmana es una repetición casi literal de la primera. Se conserva en ella no sólo el guión original, sino hasta las más mínimas particularidades de la realización de éste, incluidos los encuadres e incluso, lo que no deja de ser un poco delirante, las dimensiones y duración de los planos. Una copia casi al milímetro, un enloquecido autoplagio. ¿Para qué, pues, hacer esta película, si ya estaba hecha de manera inmejorable?

En efecto, la nueva El arpa birmana, aun tratándose de una película de formáto impecable, nada afiade a la ya existente desde hace tres décadas, salvo unos buenísimos colores y un mejor sistema de sonido, que aquella hermosa película no ne, cesitaba pues su delicado mandato moral desbordaba por completo a sus mejores o peores recursos técnicos, que eran asuntos secundarios para un monumento de la espiritualidad oriental contemporánea.

No hacía ninguna falta realizar una nueva El arpa birmana, y no se entiende bien cómo un cineasta cuyo nombre es ya patrimbnio de la historia del cine se ha embarcado en un viaje circular que no necesitaba hacer.

Sobreactuaciones

Heartburn es una película de Mike Nichols -aquel precoz autor del popularísimo engendro titulado El graduado- en la que todo se hace depender de un espectacular duelo de grandes divos: Meryl Streep y Jack Nicholson. La película es un combate a 15 asaltos en el que una y otro intentan dilucidar en reñida disputa quién merece la posesión del campeonato mundial del chupamiento de planos y de los derechos al trono del reino de la sobreactuación. Hacen combate nulo.La comedia es muy hábil y divierte, como casi todas las de Nichols, sobre todo a causa de su maestría para hacer parecer como propias cosas ajenas. De esta manera, en Heartburn la inspiración le viene a Nichols no del cielo" sino de la muy terráquea Carta a tres esposas, aquella maravillosa comedia de Mankiewicz de la que Nichols extrae con silenciosa mano de zorra la estructura interior del relato.

Una historia triangular de adulterio en la que la otra, la mala, la ladrona de mandos, no se ve en el filme más que como una sombra huidiza.

En este marco es una delicia ver cómo Streep y Nicholson se chupan recíprocamente planos con egregia maestría. Ella inventa en cada dos o tres pasos -y en la película camina varios kilómetros- otros tantos recursos para llevar a su propio molino el eje visual de la pantalla, en tanto que Nicholson no para de hacer una mueca tras de otra para que cada plano, por multitudinario que sea, resulte sólo suyo.

Un admirable duelo de vanidades, exuberante de técnica, superpoblado de recursos de depredación y desierto de generosidad, talento e inspiración.

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