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El fiscal Strassera pide prisión perpetua para el general argentino Ramón Camps

La fiscalía de la Cámara Federal de Apelaciones argentina solicitó ayer, en un extenso alegato, reclusión perpetua para el general Ramón Camps, ex jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, y para el comisario mayor de la policía bonaerense, Miguel Etchecolatz. Otros cinco procesados en esta misma causa recibieron peticiones fiscales entre los 25 y los 18 años de reclusión, por detención ilegal, robo y aplicación de tormentos a los detenidos.

Termina así la primera fase del tercero de los grandes procesos judiciales argentinos: el primero, contra las tres primeras juntas militares; el segundo, contra la penúltima Junta Militar por la perdida de la guerra de las Malvinas; y éste, contra el segundo escalón represor en la guerra sucia contra la subversión. Dada la extensión del alegato fiscal, los abogados defensores han obtenido una prórroga hasta el 5 de noviembre para iniciar sus propios alegatos. El tramo de este juicio se ha desarrollado sin incidentes dignos de mención, excepción hecha de una pataleta de los policías encabezados por el comisario Etchecolatz, que abandonaron la sala durante la primera audiencia.Aconsejados por sus letrados, asistieron a las demás vistas; Sólo faltó él general Ramón Camps, ingresado en dependencias sanitarias del Primer Cuerpo de Ejército, aquejado de un cáncer de próstata de cuyo tratamiento forma parte la ingestión de hormonas femeninas.

El fiscal Julio César Strassera y su adjunto, Luis Moreno Ocampo, han seguido la misma línea de trabajo desarrollada en el juicio contra las juntas de la dictadura. Encerrados en sus decrépitos despachitos del Palacio de los Tribunales, ayudados por un grupo de jóvenes colaboradores y manejando fichas de cartón de diferentes colores, se centraron esta vez en 280 casos de desaparecidos que sufrieron la muerte, el robo, la tortura y la vejación.

La prueba judicial

Por lo escuchado, han demostrado suficientemente la participación de Camps y Etchecolatz en al menos dos casos de asesinato con alevosía y detenciones ilegales, torturas y robos extensibles hasta 500 casos que han, ido apareciendo con la deposición de los testigos. Por supuesto que esto es sólo la prueba judicial y no la totalidad del drama que vivió Buenos Aires.El general Camps, el carnicero de Buenos Aires, pertenece al arma de caballería y, pese a haber alcanzado su rango, es un jefe gris, poco apreciado por sus conmilitones y que terminó su carrera dirigiendo la remonta de la provincia de Buenos Aires. En 1976, tras el golpe de Estado que derrocó a Isabelita Perón, el general Suárez Mason, ahora prófugo y entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejército, le designó jefe de la policía bonaerense. La policía de la primera provincia del país quedó así militarizada y bajo la dirección de un fanático del anticomunismo y del antisemitismo.

Camps convirtió la provincia bonaerense en un infierno para la guerrilla izquierdista, para sus simpatizantes, para los librepensadores, para los intelectuales, para los estudiantes y hasta para cualquier ciudadano anodino y despreocupado políticamente que tuviera la mala fortuna de cruzarse en una esquina con sus grupos de tareas dedicados al secuestro de sospechosos.

Al contrario de Videla, Massera, Suárez Mason, Menéndez, Viola y otros jerarcas militares de la dictadura, Camps no tuvo empacho en involucrarse directamente con la represión. A cara descubierta, interrogaba y amenazaba a los torturados. Es un hombre convencido de la bondad de su gestión y, antes de ser puesto preso, se jactaba ante la Prensa de haber chupado a 15.000 personas, y se lamentaba de que la dictadura no hubiese declarado el estado de guerra interna para fusilar a los subversivos bajo el código marcial en vez de asesinarlos clandestinamente. Presumiblemente, es un paranoico compulsivo.

Este juicio, ahora en su recta final, no ha despertado interés en la sociedad argentina, ahíta de procesos, ansiosa de olvidar un pasado del que muchos se sienten culpables por su silencio y su omisión, y estrangulada por problemas económicos básicos que presiden cruelmente su vida cotidiana.

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