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Tribuna:LOS CUADROS DE JACQUELINE
Tribuna
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El testimonio afectivo de una colección autobiográfica

Lograr que inopinadamente venga a nuestro país, una muestra de Picasso con 61 obras, entre pinturas, esculturas y dibujos, roza lo providencial. Es providencial porque salvo la recuperación del Guernica y parte de las obras de Picasso que se exhibieron en el pabellón de 1937, más la retrospectiva organizada en 1981 en el propio Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC), la política oficial respecto al genial artista español no ha podido ser más desgraciada. He aquí algunos datos ilustrativos: abandono del Guernica en su provisional jaula de cristal; manifiesto descuido, que fue motivo de denuncia en la prensa, de los dibujos que lo acompañaban; retraso en las gestiones para la traída a España de la Dama oferente y retraso en el pago de los derechos a la Hacienda monegasca por el legado testamentario que hizo a nuestro país Douglas Cooper, en el que había importantes piezas picassianas; inhibición respecto a la colección de Marina Picasso, que rotó por diversos países sin que el nuestro se interesara seriamente por ella; negativa reiterada a conceder la nacionalidad española a Jacqueline Picasso, que la había demandado...Son datos sueltos entre otros muchos que avalan la torpe política seguida al respecto, por no meternos en el todavía más oprobioso asunto de los pecados de omisión, lo que nos llevaría a una interminable letanía. Con este trasfondo, no debe extrañarnos que lo único positivo que nos sobrevenga en torno a Picasso sea, en efecto, una acción de la providencia, con lo que no me extraña que nuestras autoridades anden ahora a la búsqueda de un papel mágico en que la viuda francesa de Picasso nos legue unas cuantas obras.

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Pero como el carro de la fortuna esparce los bienes sin fijarse dónde caen, hete aquí que, pocos meses antes del trágico final de Jacqueline Picasso, ésta decide responder a los requerimientos de Aurelio Torrente, director del MEAC, y proporcionarnos una selección de las piezas de su colección personal.

Dicho lo cual, que es imprescindible para saber a qué atenerse, se puede entrar en materia; en la materia de la exposición. Se trata no sólo de la colección personal de Jacqueline, sino de algo aún más íntimo: de la selección preparada por ella misma. Es, pues, de forma y contenido, la exposición de Jacqueline y, en la parte que corresponda, la ocasión de al menos rendir un homenaje póstumo a esta mujer excepcional.

Afirmar que se trata de la exposición de Jacqueline no es, sin embargo, sólo una advertencia moral. Es, asimismo, un aviso estético. Ella, la fiel compañera hasta el final, la adoratriz, la musa, se enseñorea de forma soberana por toda la muestra, donde están presentes los mejores retratos que le pintó Picasso y un sinfín de veladas imágenes indirectas que inspiró. Ésta es, en definitiva, una selección sobre los cuadros de la casa, lo entrañable que queda tras todos los despojos.

Etapa final

Eso que resta de entrañable, cuando se trata de Picasso, sepámoslo de una vez, es también algo necesariamente fastuoso, y, como tal, no puede ser analizado con la mentalidad académica convencional de echar cuentas sobre la mayor o menor representatividad de las piezas reunidas. Claro que a través de ellas, como seguramente se advertirá en los programas de mano o en las notificaciones oficiales de prensa, se puede seguir la rica y complejísima trayectoria del sin duda más inquieto artista del siglo, pero no me parece el mejor punto de vista en este caso, ni, desde luego, la forma más acertada para alabar los méritos, de la exposición. Quiero decir que aquí lo de menos es que la obra más temprana esté fechada en 1902 y que la más tardía sea de un año antes del fallecimiento del artista, pues evidentemente no estamos ante una retrospectiva.

Lo que verdaderamente importa es, al margen de los dones celestes, el carácter y significado personalísimos de la colección y, asimismo, el hecho absoluto, autosuficiente, de cada una de las piezas que nos son ofrecidas. Me atrevería a señalar que el único rasgo temático vertebral de las obras es el que relaciona como un conjunto las ejecutadas en la soberbia etapa final de Picasso, el gran descubrimiento crítico internacional de estos últimos años y el tema monográfico de la exposición que tuvo lugar, ahora hace 13 años, en el Museo Guggenheim de Nueva York con el título Picasso. The last years, 1963-1973.

Jacqueline, protagonista absoluta de la exposición, con seis retratos suyos reconocidos como tales y un sinfín de presencias discretamente innombradas, quiso también señalar la trascendental genealogía de lo femenino en la vida de Picasso, y, consciente de su condición de última depositaria de una larga estirpe de musas, decide que algunas estén también presentes en la exposición de Madrid, como Fernande Olivier, Olga Klokova, Dora Maar, Lee Miller, Nush Eluard... El de esta última es de una gracia y una penetración que nos parece la mejor representación de la sensibilidad nerviosa, la conmovedora fragilidad y el inquietante lirismo que desprendía la compañera de Paul Eluard.

Con todo, ¿cuáles resisten la comparación con los de Jacqueline en cuclillas, Busto de mujer, Mujer sentada en un sillón o Jacqueline con vestido rojo?

Muy desigual, incluso incongruente, si perdemos el hilo conductor afectivo que la vivifica o si hacemos abstracción de las circunstancias que la rodean, esta exposición, no obstante, contiene piezas excepcionales y, en cualquier caso, siempre un detalle revelador del genio. Entre las primeras hay que contar, Las dos mujeres desnudas (1908), la Composición (1919), Mujer con guitarra (1924-1925), las esculturas en bronce Gallo (1932) y Cabeza de mujer (Dora Maar) (1941), las dos, Tauromaquias (1955) y, en general, una buena parte de los cuadros finales, que es como conjunto lo más consistente de la exposición, aunque uno prefiera, dentro de este período, los desnudos, los pintores y sus modelos y el par de retratos excepcionales del propio Picasso y de Jacqueline formando pareja, de 1965, a los mosqueteros, comparativamente más débiles.

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