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Crítica:TEATRO / 'ENRIQUE IV'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los orígenes de la confusión

El teatro de Pirandello corresponde a una época (Enrique IV es de 1922) en que se debatía en las artes y las ciencias la duplicidad o multiplicidad del ser; la evanescencia de fronteras entre razón y locura, entre esencia y presencia, apariencia y profundidad, consciente e inconsciente... El alienista que brevemente aparece en esta obra es un vago remedo freudiano y está relegado a la galería de los personajes sin significación: lo que importa es el sujeto y su creador, el dramaturgo. Hoy, 64 años después de esta obra, todo es mucho más confuso; la persona se ha desmigajado aún más; las políticas totalitarias y las incertidumbres de las democracias, la pelea entre lo colectivo y lo individual, el hundimiento de las creencias, incluso de lo masculino y lo femenino y de los papeles de las edades, han hecho al ser aún más desasistido de lo que estaba entonces. En una obra como Enrique IV hay que saludar a un gran precursor y al mismo tiempo a un gran dramaturgo capaz de meter en un supuesto escénico las ideas que se veía progresar. Hay, como mandaban las leyes del teatro, una doble acción: una casuística y una general. La casuística es la historia de un hombre, sus celos, su venganza por un intento de asesinato. La otra es precisamente la cosa mentale, los largos monólogos del protagonista. Y su doble juego, su fluctuante doble o triple personalidad.Esta parte es la que mejor recibe el público en la reposición que se ofrece ahora en el teatro Bellas Artes de Madrid, con la prosa justa y esclarecedora de Enrique Llovet y la no menos clara y dibujada dirección de José Tamayo. Lo que el público ve y aprecia hasta el entusiasmo es un Enrique IV-Rodero donde a la doble ficción del personaje de Pirandello se añade la del actor y su trabajo de histrión -en el mejor sentido de la palabra- que parece requerir el texto: se acogen sus matices, sus trampas, sus cambios de voz y gesto, sus ironías y sus llantos, su dolor y su triunfo bien exhibidos. No ha debido serle inútil la representación de El veneno del teatro, de Sirera, en el que su amplio personaje estaba tan lleno de repliegues, como ejercicio para esta fuente que es Enrique IV.

Enrique IV

De Pirandello (1922). Versión de Enrique Llovet. Intérpretes: José María Rodero, Carmen Bernardos, Azucena Hernández, Paco Bernal, Miguel Palenzuela, José Vivó, José Albiach, Rafael Ramos de Castro, Francisco Grijalvo, José María Rueda, Amador Castaño, Fernando de Juan, Eduardo Cucatto. Escenografía y vestuario: Manuel Mampaso. Dirección: José Tamayo. Reposición: teatro Bellas Artes de Madrid. 19 de septiembre.

Aunque la obra es él, no está solo en el escenario, y si fallara su sustento -la supuesta corte que rodea al supuesto emperador, los disfrazados, los que llegan de fuera-, la obra no tendría todo su valor; la dirección de Tamayo ha conseguido que brille la profesionalidad de los otros actores en el nivel difícil de la comprensión y la veracidad falsa buscada por el autor; es decir, en el de la claridad posible.

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