La vigorosa participación española culmina con 'La mitad del cielo', de Gutiérrez Aragón
ENVIADO ESPECIALLa mitad del cielo, de Manuel Gutiérrez Aragón, última de las tres películas que componen la dispar y vigorosa contribución española a la sección competitiva de esta edición del festival, fascinó a muchos, convenció a casi todos y finalmente desorientó a unos pocos. Completó anoche la brillante jornada un filme histórico británico, Lady Jane, de Trevor Nunn, destinado sin duda a un éxito de público que se merece y que beneficia a un festival como éste, necesitado de que corra por el mundo la voz de su resurrección. Tal vez por eso no se entiende que la organización del certamen siga trayendo cada día, como si fueran luminarias, a estrellas apagadas. Ayer le tocó el turno a Ursula Andress.
La mitad del cielo es una película muy bella y compleja, un ejercicio de estilo tan sutil que obliga al espectador a duplicar su mirada, como si dos películas discurrieran al unísono en una sola. Pero en la zona final del filme un inesperado giro visual obliga a triplicar esa mirada, lo que complica las cosas al espectador, y la retentiva de éste, ya sobrecargada por aquella doble lectura, se desorienta al tener que asumir una tercera.Se trata de una historia en apariencia lineal: la biografía sumaria de una mujer durante dos décadas. A primera vista, esta biografía directa realista está construida sólo por evidencias, pero poco a poco las imágenes, el desfile de personajes, y el juego de los comportamientos de éstos obliga al espectador -y ése es el sello, la huella inimitable de este cineasta en sus días de acierto- a buscar algo inconcreto que hay detrás de esas evidencias: un discurso mágico, otra película escondida detrás de la que materialmente se ve en la pantalla.
Forzado por el sutil estilo de Gutiérrez Aragón, el espectador duplica la visión. Delante de él una blanca sábana se llena de la afluencia tangible del filme, mientras dentro de él la imaginación complementa esta película exterior con otra interior. Esto exige, para seguir los hilos del entramado de La mitad del cielo, un esfuerzo de atención mayor que el común.
El lado realista y el lado mágico, el exterior y el interior, de La mitad del cielo, se combinan armoniosamente a lo largo de casi todo el filme, y tanto más intensamente cuanto más progresa éste. Esta combinación da lugar a escenas fascinantes y a personajes y situaciones apretadas por un humor y una expresividad no exenta de dureza, para no escapar del baño de pesimismo que domina a la programación de la sección oficial.
Pero en el último tercio del relato el lado misterioso, hasta entonces escondido, aflora repentinamente y se hace físicamente evidente a través del formidable personaje de esa abuela que aunque muere seguimos viéndola viva en la pantalla. La magia subterránea el filme sale así a la superficie de éste y la dualidad de la visión se ve a partir de entonces perturbada, triplicada y tal vez dañada por esa explicitud.
Nueve días
La segunda película británica que entra en competición, Lady Jane, de Trevor Nunn, representa con la habitual eficacia que los cineastas británicos ponen de manifiesto al realizar reconstrucciones históricas con sabor shakespeariano, el emotivo y patético reinado, que sólo duró nueve días, de la joven, casi una niña, Jane Grey y Guilford Dudley, tras la muerte, en 1553, del joven rey Eduardo, único hijo varón de Enrique VIII de Inglaterra.La película es algo convencional, y a veces se pasa de bonita para acercarse a lo cursi, sobre todo en la relamida composición del personaje Guilford, pero tiene solvencia en el guión, en los intérpretes y en el realizador, que es a todas luces un expertísimo director de actores.
La película tiene los ingredientes necesarios para alcanzar audiencia internacional, y si es cierto que poco y nada aporta a la evolución del lenguaje cinematográfico, en cambio puede beneficiar con su posible eco popular a un festival que necesita romper fronteras.
Dúo de 'estrellas'
Ayer hubo también en San Sebastián, junto al dúo de películas cotidiano, un imprevisto dúo de estrellas: una de ellas en el declive, la suiza Ursula Andress; y otra, de brillo creciente, la española Ángela Molina.La primera, traída como regalo por la organización del festival, despertó suaves admiraciones retrospectivas en sus nostálgicos admiradores de pelo gris. La segunda, cuya presencia obedecía a la de su protagonismo en La mitad del cielo, provocó atascos en los pasillos y en la sala de prensa del Victoria Eugenia. La actriz española, que en La mitad del cielo realiza una interpretación llena de vida, como siempre que actúa con este director con el que parece compenetrarse muy bien, no pasa hoy inadvertida en ningún festival.
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