La herencia de Mao
EN LOS diez años que han transcurrido desde la muerte de Mao Zedong, muchas cosas han cambiado en China. Pero su recuerdo permanece vivo; y el décimo aniversario de su desaparición ha sido celebrado tanto por las masas que han desfilado ante su tumba como en los homenajes oficiales de la Prensa, en un clima de admiración por la obra histórica que ha realizado. Los aspectos, tan criticados, de la última etapa de su vida han sido dejados en segundo plano. Por encima de cualquier partidismo político, Mao es una de las primeras figuras de la historia del siglo XX. La revolución que él ha encabezado ha transformado la vida de mil millones de hombres y mujeres, una cuarta parte de la población del globo.Desde sus orígenes, y sobre todo desde que Mao lo encabezó, el Partido Comunista chino ha tenido unas características muy distintas de otros partidos de la Internacional Comunista. El proceso revolucionario, que en China tuvo escaso apoyo en las ciudades, acentuó esas diferencias. A partir de esa realidad objetiva, Mao elaboró concepciones políticas e ideológicas que le alejaban de la tradición leninista y, sobre todo, del estalinismo. El hecho de que Mao, desde la Larga Marcha, tuviese que avanzar hacia la conquista del poder apoyándose, sobre todo, en las masas campesinas ayudó a dar a la revolución un carácter profundamente populista, con una relación casi permanente con las aldeas: de éstas salieron muchos de los cuadros que luego dirigieron el Ejército y el Estado.
En China, que a comienzos de siglo estaba aún despedazada por guerras internas entre generales, el movimiento comunista ha desempeñado un papel peculiar: ha servido para canalizar dos grandes corrientes históricas del siglo XX. Por un lado, la necesidad que tenía una sociedad miserable y atrasada de modernizarse, de industrializarse, de adaptar a la época contemporánea los enormes valores de la ancestral cultura china. En ese orden, Mao ha sido el continuador de la obra que Sun Yatsen había iniciado en nombre de los ideales de la Revolución Francesa. En la historia del Partido Comunista chino, sobre todo en la etapa del ejercicio del poder, el representante más característico de esta corriente modernizadora ha sido Zhou Enlai; y a su lado, Deng Xiaoping, que con 82 años es hoy la personalidad más influyente de China.
Al mismo tiempo, el comunismo significó una rebelión de ingentes masas campesinas acostumbradas a pasar hambre y a sufrir una opresión feudal. Cuando la aplicación del modelo soviético creó nuevas capas privilegiadas y un Estado burocratizado, Mao encabezó la reacción contra ese nuevo sistema jerárquico y autoritario. Puso su confianza en un comunismo agrario e igualitario, que podría escapar a los imperativos de la industrialización. Así inició la revolución cultural, con ideales libertarios, antijerárquicos, que entusiasmaron a millones de jóvenes y tuvieron incluso un eco favorable entre muchos jóvenes de Europa y EE UU. Pero con ello facilitó el desencadenamiento de un primitivismo salvaje, la utopía encubrió terribles represiones y la destrucción de la cultura: fue una verdadera catástrofe para el país.
Pero la trascendencia de la obra de Mao no puede medirse por sus momentos de retroceso y de fracaso. La herencia principal que él ha dejado ha sido su aportación, absolutamente fundamental, para sacar a China de un estado miserable y semicolonial, y convertirla en un Estado en marcha hacia su modernización y con peso propio en la política internacional.
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