Un González de Albacete
Pastuero de Las Navas / Martín, Lore, González
Erales de Agropecuaria Postuero de Las Navas, bien presentados, con casta y, dificultades. Ignacio Martín, de la escuela taurina de Madrid: bajonazo que asoma, perdiendo la muleta (silencio); dos pinchazos, otro hondo perdiendo la muleta, rueda insistente de peones y cinco descabellos (silencio).Denis Lore, de la escuela, de Nimes: pinchazo, otro hondo, rueda de peones y cuatro descabellos (palmas); dos pinchazos, rueda insistente de peones, otro pinchazo, estocada atravesada que asoma y descabello -la presidencia le perdonó un aviso- (aplausos y saludos). Gonzalo, González, de la escuela de Albacete: buena estocada (oreja); pinchazo y estocada delantera baja (aplausos y saludos. Plaza de Las Ventas, 8 de septiembre. Final del certamen de escuelas taurinas.
Desde que Dámaso González salió del claustro materno, en Albacete -era una monada Damasito, con, su chupete-, la tauromaquia bifurcó sus rurribos para abrir una nueva sede del toreo, tal queTriana, o el barrio de San Bernardo, aunque con distintos. sentires.Desde aquél alumbramiento históríco, cuyo mamoncete estaba predestinado a figura del toreo, llamarse González en el Albacete taurino tiene usía; como pertenecer a la Casa de Alba. Un González de Albacete, de redónda firma pues también se llama Gonzalo, no confirnió ayer en el ruedo de Las Ventas, merced a un exquisito estilo muletero, que sorprendió a la más exigente afición local.
Aún sorprendió más porque con el capote no daba una, y ni banderilleó, ni nada. Con el capote, Gonzalo González era lego, no acertaba a despegar los brazos, se echaba al novillo encima. Y, en cambio, con la muleta, tras breve, sobrio e inteligente tanteo, asentó de firme las zapatillas en la arena y, adelantando el engaño lo justo, tiraba del novillo se lo pasabafterca, suavemente, en una deliciosa caricia, al tiempo que echaba la pata l'ante, y remataba detrás de la cadera.
Pero -¡oh maravilla! en estos tiempos que consagran el unipase-, el torero quedaba colocado sin enmendarse ni nada, el engafío presto para prender la embestida de nuevo, y se producía el raro prodigio de ligar impecablemente las suertes.
La afición aplaudía a rabiar y se intercambiaba parabienes. ¡Tenemos torero!, era la calificación unánime. Nadie rectificaba este criterio cuando el ilustrísimo González de Albacete, un jovencito espigado de mucha estatura, a continuación se armaba un lío y se veía atropellado por las acometidas del novillo, pues el desbarajuste era fruto de la descolocación, de equivocar los terrenos; ciencias, estas, que se adquieren con la experiencia.
Ya se enterará de todo ello cuando toree más, cuando se placee. De momento, ahí,quedo, en la final del certamen de las escuelas de tauromaquia la muestra de su arte -un arte sentido-, de su buena técnica para interpretarlo, de la facilidad con que maneja los engaños.
Y no sólo esa muestra, sino también el valor y la habilidad con que resolvió la papeleta del último novillo, que se, iba al bulto con todo descaro. La fierecilla tiró un derrote terrible a la cara de González, y por un pelo no le pinta un jabeque.
Un novillo de caza
Qué más hubiera querido el agresor -pintárselo-, pues había saltado a la arena en plan de caza. Pero González no- se dejó amilanar, lo cuadró y si no cobró tan excelente estocada como en el novillo anterior, por lo menos lo pasaportó con habilidad.
Ese novillo no,fue el único dificil de la tarde. La mayoría tenía problemas, excesivos pará unos alumnos con la poquita experiencia que se puede suponer. Las asignaturas teóricas las tienen aprobadas, con nota; prácticas han hecho muy pocas. Ignacio Martín, que en otras ocasiones pareció que estaba puesto, ayer parecía que no estaba nada puesto en absoluto, en ningún tercio.
Si mal lanceó con el capote, peor uso hizo de la muleta. Y de las banderillas: el primero, un berrendo de bonita estampa, le hizo correr todo lo que hay que correr, y después de muchas carreras y tres intentos, únicamente había conseguido prender dos palos.
Se dirigía Martín a la barrera, a por más madera, cuando se levantó un espectador y señalando al berrendo, que permanecía engallado en el centro del ruedo, gritó: "¡Pero si es mi cuñao!". Por el abarrotado tendido hubo una conmoción, y en el fondo un alivio, ues aparecía alguien que podía poner orden en aquella capea del redondel: un cuñado; algo es algo. De manera que cuando Martín pasaba apuros para sortear las embestidas en el últirno tercio, una señora le pidió al espectador: "Oiga, buen hombre, -¿por qué no le dice a su cuñao que se esté quieto?".
Martín tuvo perdidos los papeles en sus dos novillos. Quizá se tratara de una mala tarde. Denis Lore demostró más oficio con, los suyos, si bien rara vez salía de la mediocridad del derechazo.
En cambio con las banderillas estuvo superior. Al quinto lo pareó con facilidad y al segundo incluso con pureza. Un par de poder a poder y otro de dentro a fuera, los reunió entre los pitones, asomándose al balcón, que decían los clásicos, y además prendiendo en todo lo alto.
Este torero no es de Albacete, que es francés, pero no debe importarle, pues allí también hay escuela, y si es gloriosa, se pinta. Él msmo podría ser el pintor.
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