El kimono de Hokusai
Ballet de Tokio.
Las Sílfides: Chopin / Fokim; Tamtam: Drouet / Blaska; Sinfonía en re: Haydn Kyliarn; Don Giovanni. Chopin Bejart; Amor de poeta: Rota Bejart; Kabuki: Mayusumi / Bejart. Teatro Victoria Eugenia. San Sebastián, 27 y 28 de agosto.El Ballet de Tokio ha cumplido recientemente 20 años, pudiendo exhibir hoy los frutos que son el producto del trabajo. Lo hemos podido apreciar en sus actuaciones de la Quincena Musical de San Sebastián. Sin tradición, a partir de cero, dependiendo absolutamente de la iniciativa privada y con un animador excepcional: Tadatsugu Sasaki, la compañía nipona demuestra lo que se puede hacer a través del tesón y la disciplina.
La clase diaria del ballet de Tokio es todo un ejemplo de ello; la función de la noche, una delicia de coordinación, si bien el El Ballet de Tokio, durante su actuación en la Quincena Musical de San Sebastián. baile de estos artistas japoneses es a veces un poco esquemático, ajeno, y esta consideración puede partir de un prejuicio del espectador ante algo desconcertante: los rasgos y las proporciones orientales bajo el inmaculado tutu de Sílfides.
El repertorio de la compañía japonesa está escogido y desarrollado hacia la colectividad -el cuerpo de baile-, eludiendo centrar el espectáculo en la individualidad estelar, aunque poseen excelentes solistas que cumplen con virtuosismo sus papeles. Esto les distingue del concepto occidental habitual; es el caso de Las Sílfides, que ha sido montado con escrupulosidad y respeto, acogiendo una versión algo antigua relacionada con la que se ve actualmente en la Unión Soviética.
Soulamiff Messereer, una de las profesoras tradicionales de la escuela soviética del siglo XX, la montó según las maneras del Ballet del Bolshoi, y eso se nota mucho. Masako Todo, una bailarina madura de puntas perfectas, hizo un preludio pleno de corrección y estilo.
La conocida pieza de Kyliam, Sinfonía en re, ha sido asimilada por los japoneses con frescura en un montaje que no rehúye el humor y las dificultades técnicas del original.
Félix Blaska creó a mediados de los años setenta especialmente para esta agrupación su Ballet para tam-tam y percusión, un desarrollo lineal marcado por el fuerte sonido en directo que juega a componer súbitas entradas y aforamientos. Aquí otra vez el cuerpo de baile es el verdadero protagonista, pues las dinámicas evoluciones, junto al uso de una sexta posición saltada, marcan la pauta.
Mujeres
La segunda noche abrió con Don Giovanni, una típica invención bejartiana de muy difícil ejecución y concebida exclusivamente para mujeres (las hipotéticas suspirantes del amor de don Juan).
En ella aparece un personaje que es pura erudición balletística: una Sílfide a la manera de los grabados de Taglioni que forma un pastiche sin mezclarse con el resto de la trama coreográfica.
El fragmento Amor de poeta es un paix-de-deux frecuentemente incomprendido. Homenaje al cineasta Federico Fellini, recurre a Nino Rota y al tópico del clon, pero debe ser vista varias veces para extraer su verdadera dimensión. Pertenece a esa zona ecléctica de Bejart donde las referencias culturales juegan un importante papel rector.
Privilegio
Donostiarras y santanderinos -la Quincena Musical de San Sebastián y el también veterano Festival Internacional de Santander- son los únicos peninsulares españoles que han podido ver finalmente la última escena de Kabuki, obra magna de la compañía y nueva creación de Bejart, para quien quizá ha pasado la hegemonía sobre el panorama dancístico internacional pero no su posibiliter creador. Obra de madurez, reflexión ante el suicidio -Seppuko-, demuestra que este coreógrafo está totalmente recuperado de forma.
El Ballet de Tokio asume con grave ceremonia un tema y ambiente del que conoce todo lo posible. Los trajes de Nuno Corte Real son de exquisitez orientalizante hasta el punto de estampar los quimonos con las olas marinas de Hokusai, el pintor japonés más conocido en Occidente. Su tratamiento incisivo de la línea parece corresponderse con el estilo escogido por Corte-Real para los diseños de los vestuarios del ballet, donde predomina el color blanco con su significado de luto riguroso.
En Kabuki todo respira unaluctuosa grandeza y Maurice Bejart, con esa mano tan dotada que lo caracteriza, infiere a cada intérprete un tono de patética tensión que trae al panorama contemporáneo la visión trágica del teatro tradicional japonés. ¿Cómo han cabido en el escenario del teatro Victoria Eugenia, donde tiene su sede esta Quincena Musical, 51 bailarines sin apiñarse y bailando? Sólo los japoneses podían hacerlo, y bien.
Babelia
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