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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reagan, ante el Congreso

LA CONFRONTACIÓN entre el presidente Reagan y el Congreso de EE UU sobre problemas de seguridad y de política exterior ha revestido una particular agudeza en los últimos días. El primer choque se produjo cuando el Senado, con mayoría republicana, aprobó por 84 votos contra 14 una serie de sanciones económicas contra África del Sur. Aunque el texto votado por el Senado es más moderado que el aprobado anteriormente por la Cámara de Representantes, incluye medidas importantes, como la prohibición de importaciones de uranio y carbón, la supresión del derecho de aterrizaje de la compañía aérea surafricana, la cancelación de nuevas inversiones, etcétera. La reacción en Pretoria ha reflejado una gran preocupación.El segundo choque se ha producido con la aprobación por la Cámara de Representantes del presupuesto de Defensa, con cortes sustanciales en capítulos, como la Iniciativa de Defensa Estratégica, la famosa guerra de las galaxias, que Reagan ha presentado como decisivos para su política exterior. Esa ley de presupuesto incluye una serie de posiciones políticas que chocan directamente con las que defiende la Administración de Reagan: exigen una moratoria de pruebas nucleares, la suspensión de pruebas de armas antisatélites, la aplicación del SALT II, el cese de la producción de armas químicas... El texto de esta ley, votada claramente por la mayoría demócrata, dibuja los trazos de una política exterior diferente de la de Reagan, que abriría a todas luces unas posibilidades mayores de avanzar hacia la limitación y control de armamentos en las negociaciones con la URSS. La reacción de Reagan a esta votación de la Cámara ha sido violenta.

Las contradicciones entre el presidente y el Congreso no son, en sí, algo nuevo; son inherentes al sistema constitucional de EE UU, en el que el Ejecutivo no tiene el tipo de dependencia con respecto al Parlamento que es frecuente en Europa. Pero en este caso nos encontramos ante un fenómeno político singular, sobre todo porque los temas en discusión afectan al núcleo de la política exterior norteamericana; en no pocos de ellos -no hay que olvidarlo- los Gobiernos europeos aliados de EE UU han defendido algunas de las posiciones que ahora han sido aprobadas por el Senado o por la Cámara de Representantes. Realza la importancia de estas confrontaciones el hecho de que se produzcan cuando ya se ha iniciado la campaña para las últimas elecciones de la etapa presidencial de Reagan; para la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. A la vez, estas elecciones serán una prueba para una serie de posiciones políticas de los demócratas y republicanos, con vistas ya a las elecciones presidenciales de 1988, en las que Reagan no podrá ser candidato.

Sería erróneo subestimar los poderes y la capacidad de Reagan de imponer a las Cámaras, con presiones sistemáticas, sus decisiones en puntos esenciales de política exterior, como acaba de hacer con la ayuda a la conga en Nicaragua. Pero al presidente le queda ya poco tiempo para perfilar el balance de su mandato, su imagen en la historia de EE UU. En 1987 empieza de hecha la nueva carrera a la Casa Blanca, y síntomas de posiciones más negociadoras comienzan a aparecer en la política de los Estados Unidos.

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