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San Elvis, que está en los cielos

Diego A. Manrique

Un santo. Era un santo. Después de contemplar Elvis Presley. Memorias, el documental que TVE emitió el pasado martes, sólo queda afirmar que fue el mejor cantante de la historia reciente y el más notable ser humano que ha visto el siglo XX. Como pieza hagiográfica, Memorias no tiene precio: un desfile de personajes -algunos, declarados enemigos de Elvis en vida- derramando alabanzas, un derroche de incienso sólo interrumpido por temblorosas filmaciones de aficionados, con el sonido desincronizado (en algún caso, con la voz superpuesta de uno de tantos plagiarios de Elvis).Prodigioso. En cerca de una hora no se planteó ninguna de las cuestiones claves de la carrera del cantante. Era previsible que no levantaran la manta en temas como su desaforado consumo de drogas (¡a pesar de ser un agente honorario del Bureau of Narcotics!), su extraño comportamiento sexual, su temperamento violento y amor por las armas de fuego, sus creencias espirituales o el modo en que se incorporó al Ejército (una experiencia que el cantante deseaba fervientemente evitar, a pesar de lo que dijo en aquel momento).

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Lo trágico es que no se enfrentaran con la deplorable carrera cinematográfica que le alejó del mundo, la rutinaria forma de hacer discos y el nivel abismal a que éstos llegaron, su conversión en vulgar entretenedor a la escala de los hoteles de Las Vegas. Decisiones trapaceras de su representante, el peligroso Tom Parker, preocupado esencialmente por sus propios intereses económicos, que funcionaba bajo la máxirna de más vale pájaro en mano que ciento volando y maquinaba increíbles jugadas para ampliar su tajada (la mitad de los ingresos del cantante-actor) y enjugar sus descomunales deudas de juego.

Muy curioso: si hubieran contado toda la sórdida historia, Elvis Presley aparecería seguramente como un pobre diablo digno de ser carionizado por su paciencia y su entrega por encima de lo previsible.

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