La memoria histórica
Puede decirse que más de dos terceras partes de la población española actual no habían nacido cuando comenzó -hoy hace 50 años- Ia guerra civil, y sólo un sector, ya casi marginal, de los restantes participó activamente en la contienda. Sin embargo, no es gratuito el énfasis que nuestra sociedad sigue poniendo en la rememoración del hecho. Porque prácticamente nada de lo que ha ocurrido en España en el último medio siglo -y aun mucho de lo que antes pasó- podría entenderse cabalmente sin una referencia constante al significado, traumático y profundo, de aquel suceso.Pretender decir algo nuevo, a estas alturas, sobre un hecho que ha merecido tan abundante atención de historiadores y propagandistas sería inútil. Descubrir matices o interpretaciones diferentes u originales de lo sucedido es del todo imposible. Todo está escrito ya, e incluso en demasía. Hay algo, sin embargo, sobre lo que merece aún la pena reflexionar, y es el significado actual de lo sucedido, su incidencia en el comportamiento civil y político de los españoles de hoy y su contribución a la formación de la memoria histórica de este país.
Los estudiosos extranjeros tienden a hacer hincapié en el carácter internacional, o internacionalista, de la guerra de España. Ayer rnismo, en EL PAÍS, Herbert R. Southworth insistía en este aspecto y llamaba en su auxilio, como cita de autoridad, al testimonio de Pierre Vilar: "Todo análisis de la guerra de España que no sea un análisis de la lucha de clases a escala mundial carece de envergadura". Pero es imposible sustraerse a los perfiles domésticos peculiares de la contienda, que se prolongaron -en creciente deterioro- a lo largo del franquismo y que operan hoy en esa memoria histórica a la que me refería.Es verdad que la guerra de España fue en cierta medida un preludio del segundo gran conflicto mundlial y que la influencia de los fascismos ascendentes en Italia y Alemania y la resistencia de las democracias frente a ese fenómeno se encuentran en la base y el desarrollo de esta que llamamos nuestra guerra. Pero internamente la guerra civil -y el régimen que engendra- constituyó además la última ocasión en que las fuerzas; dominantes en el país contribuyeron a la victoria de: un proyecto contrarrevolucionario que trascendía incluso la dialéctica del comportamiento de las clases: el levantamiento del 18 de Julio es el último, y exitoso, intento del Ejército español por recrearse como razón final de la existencia de la patria y nexo nucleador de la unidad nacional. En la operación contó con la inestimable ayuda de la Iglesia católica y su organización jerárquica. Militares y clero, esperpento de esa españolía de individuos mitad monjes y mitad soldados, como los demandaba la Falange, trataban de devolver con ello, a una España que tachaban de faldicorta, la respetabilidad exigida por su propio y particular sentido de la patria. La guerra fue, por lo mismo, una lucha del Estado católico integrista -que hunde sus raíces en la España de la Contrarreforma- contra la sociedad civil, agotada tras sus repetidos fracasos en el intento de modernizarse. O sea, que la guerra civil fue algo más que una batalla de las clases dominantes contra el proletariado y el campesinado, y algo más también que el preludio o el ensayo general del asalto de la internacional fascista a las naciones democráticas. Fue el último enfrentamiento abierto entre dos conceptos radicalmente diferentes de España. Ninguno de los dos podía justificar la crueldad de la matanza que originaron.
Mucho se ha discutido sobre la responsabilidad de la II República y sus dirigentes, que habrían alimentado con sus errores el ambiente que hizo posible el levantamiento, y sobre la inevitabilidad de éste en un momento dado. La lección que han aprendido los españoles es precisamente que ninguna guerra es inevitable y que sólo depende de la voluntad humana hacer que sea incluso imposible. Es discutible si los militares sediciosos que capitanearon el alzamiento preveían y querían una conflagración como la que desataron. Pero es indudable que el general Franco llevó a cabo una estrategia de difusión y propaganda de su victoria que se prolongó hasta el final de sus días, manteniendo perennemente vivo el recuerdo de sus hazañas bélicas. De manera que 40 años después del levantamiento militar, y gracias al empleo masivo de los medios de comunicación y a una política de consignas y censuras, los lugares y protagonistas del bando nacional eran familiares hasta el aburrimiento a cuantos españoles no habían participado en la lucha. La unilateralidad de las versiones que el franquismo prodigó y la redundancia de su argumentación contribuyeron, paradójicamente, al rechazo de esa visión partidista de los hechos y a la Claboración de una conciencia colectiva que ponía a los españoles en disposición de aceptar cualquier cosa antes que la repetición de aquel horror.
Las discusiones sobre si España pudo comenzar a desarrollarse económicamente y a transforrnarse socialmente en los años sesenta gracias o a pesar de Franco son un tanto bizantinas. Soy de los que opinan que sin el bloqueo Ínternacional que el franquismo merecidamente tuvo y sin el aislamiento mental que Ipropició, el despegue de este país se hubiera hecho con anticipación notable y con frutos inmediatos. Pero especular sobre ello no conduce a nada. Lo interesante es que esta sociedad, la de 1986, es heredera inmediata de la que la guerra y el franquismo alumbraron, y resulta palpable una voluntad de distanciamiento y superación de aquello como condición segura de su paz.
El franquismo instauró un concepto inmutable de España, edificado sobre las ideas del integrismo católico, el militarismo fascista y la autarquía. Y se esforzó en hacerlo perdurable a lo largo de toda la historia del régimen. De manera que la instauración de la Monarquía. parlamentaria tuvo todos los caracteres de una auténtica liberación popular. Ya he señalado que una gran parte de los españoles de hoy no conoció personalmente la guerra ni las inmediatas y duras secuelas de la misma. Sin embargo, la memoria histórica de nuestra sociedad sigue siendo más fuerte y trascendente que la individual de quienes la componen. Hoy la guerra civil parece un fantasma alejado en el tiempo y no ya un demonio familiar de nuestra convivencia. Pero, de todas formas, los españoles siguen viniendo al mundo con el estigma de su recuerdo marcado en el corazón.
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