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Reportaje:

El despertar urbano de Antonio López

El pintor manchego aprovecha el amanecer para concluir su retrato de la Gran Vía madrileña

"Sólo puedo venir desde mayo hasta julio. En invierno está iluminada la fachada que está a mi derecha. La posición del sol es otra, y cuando observo que la luz empieza a coincidir con la que hay en mi cuadro acudo a la cita". No obstante, son las primeras horas las que aprovecha realmente para pintar; a partir de las nueve ya no puede trabajar el color, el tono; la luz le ha cambiado y entonces trabaja la línea, el dibujo. Todas las temporadas piensa que lo va a acabar, pero no le preocupa que esto no ocurra "y hasta donde llego, he llegado".El artista, nacido en Tomelloso, el mismo año que se declaraba en nuestro país la última guerra civil, dicen que es de creación lenta, aunque un infatigable trabajador. En el último año se ha producido algo inusitado en este pintor: cuatro exposiciones de obra suya de diferentes épocas se han presentado en Albacete, Bruselas, Nueva York y Londres. Era algo que no ocurría. desde hace muchos años. Antonio López ha visto, por todos estos eventos, totalmente alterado su ritmo de trabajo, de una constancia asombrosa, y no quiere volver a oír hablar de exponer en mucho tiempo. Ello ha provocado que hoy Antonio López tanga un prestigio internacional pocas veces logrado por un pintor vivo y relativamente joven. Él lo sabe y comenta el hecho con esa característica y bondadosa, sonrisa suya: "No me lo tomo muy en serio, aunque es, reconfortante., sobre todo teniendo en cuenta que los pintores hacemos esto porque nos gusta".

Insensible al barullo

Es tal su poder de concentración en el trabajo que asombra verle ensimismado en su labor en medio de barullo, tráfico, ruidos, humos, comentarios de la gente que pasa, amigos que cruzan, niños que gritan, bocinazos de coches, frenazos, cotillas que le preguntan... "Es curioso, pero me encuentro bien trabajando aquí. Cuando me sale bien el trabajo y me encuentro contento, con lo que estoy haciendo me abstraigo totalmente. Es como si me protegiera una cúpula de cristal. Pero a, veces hay días malos, no sé por dónde ir ni cómo ir avanzando, y entonces percibo la incomodidad del sitio. Lo que sí tengo claro es que es así como hay que pintar y que me gusta venir a trabajar a aquí".Antonio López empieza a trabajar con los primeros albores, aún ve retirarse a los noctámbulos con pedigrí y a los más recalcitrantes miembros de la movida madrileña. El tráfico aún es fluido, pero se hace insoportable a partir de las ocho de la mañana. La acera cada vez está más concurrida. Es la hora del día en que los peatones de la Gran Vía logran una mayor velocidad media. No obstante, la presencia del pintor enfrascado en su paleta, abrazando casi el lienzo, provoca que la totalidad de los que pasan a menos de tres metros se pare a observar aunque sólo sea ralentizando el paso.

Lo normal, sobre todo en los no solitarios, es el inevitable comentario. Por la hora y lo céntrico del lugar, los transeúntes pertenecen a todas las edades, a todas las capas sociales, a todas las profesiones, y los comentarios que suscita Antonio López son de todos los colores. "No lo hace mal, pero muy grande para luego venderlo en las zonas donde hay turistas", comentan dos ejecutivos reciclados en posmodernos. Unos soldados piensan que si ellos pintaran así de bien "no se lo harían tiraos en la calle". Más de uno le interrumpe para interesarse por su trabajo, los menos le reconocen y se quedan en observador silencio. Siempre llega el entendidillo que le explica al amigo que lleva al lado los fallos del cuadro. Un cuadro que a otros menos resabiados les deja anonadados y no entienden cómo han podido tropezar con una cosa así, cuando esa vulgar mañana sólo les iba a proporcionar un nuevo y tedioso encuentro con la oficina. El prototipo del macarra alusina, y aunque no tiene con quien hablar comenta en voz alta: "Es dabuten,o, es dabuten".

Desayuno atrasado

López no se altera; si le interraumpen atiende a la conversación sin abandonar el cuadro, sigue trabajando en el lienzo sin que la persona con quien conversa sienta haber interrumpido. Cuando han pasado unas horas, a eso de las diez de la mañana, se decide a tomar su desayuno: "Cuando me levanto tengo el estómago encogido y no entra nada". Su primer alimento del día es todo un ritual. De una pequeña bolsa saca una navaja y unas zanahorias, las pela cuidadosamente y comienza a masticarlas sin dejar de mirar el cuadro. El sol empieza a calentar, ya ilumina fachadas que en el lienzo de Antonio López están en sombra total. Recoge cuidadosamente y desaparece entre el barullo.

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