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Tribuna:FERIA DE SAN ISIDRO
Tribuna
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Bong Wav Wong y el toro negro

El Cordobés, Paco Camino, El Viti, Diego Puerta, Bong Way Wong...¿Bong Way Wong?

Sí, hombre, el torero chino-norteamericano, Bill para los amigos, de San Francisco era. No es que llegase a figura, pero sí toreó en España durante aquellos años sesenta, compartió con losases la ilusión de la fama y los cortijos. Bill era uno de los muchos yanquis que intentaban abrirse camino en este duro oficio: chicos soñadores, valientes, algo especiales, como todos los toreros. Aquella era la edad de oro del toreo estadounidense.

"En América, durante esos años, había mucho más interés en los toros que ahora", decía el otro día Robert Ryan, matador de toros norteamericano, que está en Madrid para preparar una exposición de sus pinturas y el lanzamiento de un libro que ha escrito sobre su paso por el toreo. "Hemingway había demostrado que la fiesta era un tema literario digno, y Picasso pintaba toros". A Robert, nacido hace 41 años en Los Ángeles, el tiempo le ha blanqueado completamente el pelo, pero aún está delgado y fuerte, parece que podría salir, a una plaza de toros mañana mismo si tuviera la oportunidad.

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"De niño me gustaba dibujar, y comencé a copiar dibujos de toros", prosiguió. Por su carácter, aventurero y creador, consideró como "un paso completamente normal" el marcharse al cercano México y tomar parte en tentaderos. En 1963, el empresario Manolo Lozano le consiguió cuatro novilladas picadas en España, aunque realmente Robert se fue haciendo torero en los festivales. En 1967 tomó la alternativa en Tijuana, para después alternar en corridas mano a mano con figuras del toreo azteca como Alfredo Leal, Curro Rivera, Manolo Martínez y Antonio Lomelín. En 1972 volvió a España para matar cuatro corridas duras, una en Vista Alegre, en Madrid, donde recibió una cornada gravísima, una de seis.

Según los entendidos, Robert era el torero americano con más posibilidades de llegar a figura, pero poco a poco lo fue dejando. "Lo más interesante para un artista es realizarse, pero yo no toreaba con la necesaria frecuencia para eso. Con la pintura, en cambio, sería más dueño de mi vida". Pero aún le tira aquello: dice que, al hacer deporte, practica los mismos ejercicios de cuando se entrenaba para la plaza, y que al salir de la ducha la toalla se torna en capote para trazar templados lances a la verónica.

Cuchillos afilados

Y como Robert, otros americanos. Richard Corey, por ejemplo: empezó en México, tomó dos alternativas en España -en 1971 y 1974- y desarrollaba un toreo valiente, rondando el tremendismo, aunque sabía torear bien. Era un poco loco, y en el toreo de salón le gustaba que un compañero le embistiera con dos afilados cuchillos atados a una silla; ahora es un próspero hombre de negocios de Virginia. O Mike Stumer, rubio con ojos azules, más parecido a un surfer californiano que a un novillero, que actuó en España allá por 1965 y 1966. Ahora vive con su mujer e hijos en Arizona, aunque, según sus más allegados, su vida fuera de los ruedos no le ha llenado, todo ha sido gris y aburrido en comparación.

O Rocky Moody, tejano, a quien le fue amputada una pierna en 1957, en México, a causa de una cornada. Con una pierna ortopédica, aún se entrenaba, aún soñaba, pero no le dejaron ponerse delante. ¿Qué habrá sido del valiente Rocky? O Porter Tuck, el Rubio de Boston, que a principos de los cincuenta toreaba con picadores en España. En 1955, en Valencia, el Rubio recibió una tremenda cornada en el vientre que casi le mató. Hace unos años falleció, apuñalado en un parque de Nueva York, en circunstancias nunca esclarecidas. Qué ilusiones se esfumaron al desangrarse en la soledad de aquella noche, qué contraste con las heridas recibidas en un país lejano, bajo el sol, vestido de luces, socorrido por compañeros de un rito milenario. Sus cenizas fueron esparcidas por la Plaza México, la más grande del mundo.

¿Y Bong Way Wong? Bill Wong, hijo de emigrantes que tenían una pequeña tienda de comestibles, se graduó en ingeniería civil por la universidad de Berkeley, pero al leer unos libros de toros en inglés se le despertó la afición y se escapó a México. Toda una vida intentando abrirnos paso en América, pensarían sus padres, nuestro hijo se gradúa por la famosa Berkeley e incluso tiene un nombre americano, y ahora quiere ser torero, ¿qué será eso? En 1960, Bill llegó a España; en vísperas de las novilladas su apoderado le obligaba a pasearse por los pueblos vestido de chino, con una larga coleta. No toreaba mal, y con el capote era francamente bueno.

Pero faltaban contratos, y Bill, mayor ya y con poco pelo, volvió a México en busca de mejor fortuna. Una tarde, cuando regresaba a la capital con su cuadrilla después de haber toreado bien en un pueblo, el coche se salió de la carretera. Todos sufrieron únicamente heridas leves, menos Bill, que murió. Para cualquier otra persona hubiera sido una muerte vulgar, pero Bill era torero: murió corneado por el toro negro de la carretera. Hasta en su muerte fue torero.

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