A coces
Parecía la rapa das bestas. Los de cuatro patas -todos, mugidores y relinchadores- pegaban saltos, daban cabriolas, buscaban por la arena el yantar, los muy burros, cuando deberían saber que en el ruedo no crece hierba. Mugían y relinchaban, según la raza. Y, por un quítame allá ese peto, la emprendían a coces unos con otros. Hubo toro que también tiraba coces a los capotes y a las muletas porque ése era un virtuoso de la coz y le gustaba dar recitales.
El cuarto toro aborricado, y el percherón no menos aborricado que le echaron encima para picar -más bien, para hacerle picadillo-, anduvieron a la greña. Debió de ser una cuestión pasional, pues en otro caso no se explica tanta pendencia y tanta saña. A ese cuarto toriburro le sentó fatal que le pegaran un puyazo en la riñonada, pues tenía concertado por contrato que se lo pegarían en el morrillo, como manda el reglamento, y no transigía con la informalidad.
Julia de Marca / J
A. Campuzano, Mendes y SandínDos toros de Antonia Julia de Marca, descastados; 22, sobrero; 3 2 y 6, de Murteira Grave; 52, sobrero de Cortijoliva. Todos, grandes y mansos. José Antonio Campuzano: media estocada baja, rueda de peones y descabello (silencio); pinchazo trasero bajísimo, rueda de peones, pinchazo y media baja (bronca). Víctor Mendes: cuatro pinchazos -aviso con retraso-, pinchazo y media baja a paso de banderillas (pitos); estocada atravesada y rueda de peones (silencio). Lucío Sandín, que confirmó la alternativa: pinchazo, otro hondo perpendicular delantero y descabello (ovación y salida al tercio); media perpendicular (ovación). Plaza de Las Ventas, 23 de mayo. 14ª corrida de feria.
En lugar de pedirle explicaciones al individuo del castoreño, autor de la agresión, se las pidió al percherón, que parecía limpio de culpa, lo cual ya resultaba extraño. Pero más extraño resultó aún que no, se las pidiera morro a morro como corresponde a gente de lidia, sitio por la retaguardia.
El percherón engalanaba la retaguardia con un bullarengue bamboleante, capricho de la cuadra que gobierna El Pimpi, y lo merodeó el toro arrimándole el hocico y los Cuernos con osadía. Al caballote, en un principio, le pareció que iba con buena intención y hacía zalameros mohines, medio escondiendo o medio enseñando tras el peto su hermosura. Pero cuando el osado toro, creyendo que todo el monte es orégano y todo percherón piculina, metió el cuerno más de lo que podría consentir la decencia, el pudoroso corneado le tiró un par de coces; de tal calibre que, si lo alcanza, lo descuerna.
Fue un par de coces en el acto, pero después del acto tiró muchas más y el toro respondió con otras antes de huir de la refriega. De camino a la dehesa, hacia donde galopaba ciego, se las tiró también al capote de Víctor Mendes, que intentaba apaciguar los ánimos, y, al sentir el cálido aroma del estiercol que alfombra los cercanos chiqueros, tiré otras dos, éstas de gusto.
De dónde salió tanto personaje, ceador y asnal es lo que se preguntaba la estupefacta afición. Los toros pueden salir bravos o pueden salir mansos, pero tan bestias y aborricados no parece normal que salgan. Los de Antonia Julia de Marca batieron todas las marcas de bestialidad y burrería.
Afortunadamente, de esa divisa sólo se lidiaron dos, pues otros dos habían sido rechazados por los veterinarios -Dios les bendiga y les premie con una buena novia- y dos más los había devuelto al corral el presidente -Dios le bendiga y le premie con una buena, novia también- Porque, si no, con tanto berrido, tanta carrera y tanto trajín para poner en suerte aquellas moles embrutecidas y descastadas, se nos echa la madrugada encima.
De cualquier forma, nos dieron las tantas. Hasta la noche nos tuvieron encadenados al tendido, obligados a presenciar aquel despropósito de lidia, que incluía la impericia laboral de unos toreros con vocación de pegapases.
José Antonio Campuzano y Víctor Mendes suelen ser, y sobre todo ayer, unos pegapases de mucho cuidado. Bien es cierto que el ganado no estaba para florituras, pero los Murteira metían la cara -que dicen- y habrían llegado a admitir algo más sólido y sabroso que derechazos con el pico, la muleta retrasada, el ánimo encogido. Víctor Mendes prendió banderillas reuniendo con bastante guapura, y ya fue algo, aunque en eso consistió todo lo positivo que hizo.
En cambio, cuando salía Lucio Sandín a la palestra era un oasis en aquel desierto taurino. Su corte es de torero bueno y su toreo tiene una guía de ortodoxia y una inspiración puesta a punto para cuando el toro le embista derecho a los vuelos del engaño. Si hubo verónicas bien dibujadas, tuvieron su autoría, y si muletazos perfumados del más irreprochable clasicismo, también.
El toro de la alternativa era un buey de carreta, al que estrujó los tres o cuatro pases que admitía sin hacer el burro. El último Murteira estaba aplomado, no bajaba la cabeza así le pusieran encima un baúl y, a pesar de todo, Sandín consiguió instrumentarle algunos redondos y ayudados de consumada torería.
Demasiado han tardado en darle a Sandín la ocasión de confirmar la alternativa en Las Ventas, pues diestros de su personalidad y estilo, con tan exquisito gusto para ejecutar las suertes, hay pocos. Claro que, para la oportunidad recibida, mejor habría sido que se quedara en casa tañendo la zampoña, pues, en fecha de tanta solemnidad y compromiso, ponerle bueyes a un torero para que toree equivale a ponerle un faldellín al Pimpi y pretender que baile de puntas El lago de los cisnes.
Babelia
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