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FERIA DE SAN ISIDRO

La 'puñalá'

Por dónde metió Curro Romero el estoque para que su segundo toro muriera desangrado de puñalá es un misterio indescifrable. Una encuesta hecha con carácter de urgencia en el propio tendido dio de resultado no sabe, no contesta. Nadie vio cómo fue. Entró a matar dos veces, blandiendo la fiel tizona de acero toledano, es cierto, pero pinchaba la tabla del cuello igual que a las aceitunas en el aperitivo. Y, de repente, el toro se puso a sangrar, a caño, por el pescuezo.

Se soliviantó la gente; algunos se mesaban los cabellos; quienes habían llevado ramitos de romero los pisoteaban con o se los comían a grandes dentelladas. Jubilados de la andanada amenazaban con el bastón y a encopetadas señoras de sombra la crispación, les deslizaba el collar por el escote.

S

Martín / Romero, Espartaco, P. L VázquezTres toros de Santiago Martín, grandes y descastados; primero y sexto de Peñajara, con trapío y dificultades; cuarto sobrero de Garzón, fuerte, serio y manejable. Curro Romero: pinchazo, media, siete descabellos -aviso- y dos descabellos más (bronca); dos pinchazos pescueceros y descabello (bronca). Espartaco: estocada corta tendida (ovación y saludos); estocada corta trasera caída (oreja). Pepe Luis Vázquez: tres pinchazos, otro hondo bajo y cuatro descabellos (algunos pitos); tres pinchazos y 13 descabellos (pitos). Curro Romero abandonó la plaza bajo una lluvia de almohadillas y escoltado por la fuerza pública. Plaza de Las Ventas, 21 de mayo. 12ª corrida de feria.

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Veteranos aficionados acusaban en sus rictus la mordedura del oprobio y don Mariano intentaba quemarse a lo bonzo, sólo que la afición catecúmena soplaba la cerilla y le calmaba: "Don Mariano, tranqui, que le va a dar un soponcio".

Mientras la bronca, Curro, el puñalero, se secaba el sofoco entre barreras, explicándole a Gonzalito, su mozo de espadas, la razón de la sinrazón que su sino aqueja, y Gonzalito asentía a todo, poniendo cara de naipe. Curro había intentado un pase a ese cuarto toro, citándole desde donde darlo era imposible, y le salió el piélago del ignoto limbo. En el primero de la tarde había trabajado el doble: intentó dos.

Cuando abandonaba. la plaza, oscurecieron el sol miles de almohadillas dirigidas por radar al cogote del puñalero y si ninguna lo alcanzó se debió a que las fuerzas antidisturbios se hicieron presentes en el ruedo, avanzaron hasta el objetivo militar y lo protegieron con escudos.

La corrida mixta artístico-laboral había resultado infame por su cara del arte y a cada artista le corresponde su cuota de responsabilidades, aunque no a partes iguales. Las del artista Pepe Luis tienen algún que otro atenuante. Al artista Pepe Luis le correspondieron toros malos, uno de ellos manso, topón y reservón, que se ponía farruco en varas, pero recelaba de los engaños, y, cuando los tomaba, era a cambio de pegar leña. El otro no humillaba, metía incierto la cabezada. A ambos los intentó el natural con las precauciones debidas -faltaría más- y no consiguió cuajar ninguno. Voluntad de agradar no le faltaba a Pepe Luis.

Todo normal: a los toreros a veces les salen toros malos y pueden o no pueden con ellos. En cambio, ya es menos normal que, para acabar con el sexto, le tuviera que pegar 13 golpes de descabello. Curro se ponía descompuesto: ¿Por qué 13, mi arma? ¿No le habría dado igual 12 o 14, en lugar de quedarse en ese número fatídico, que anuncia mal fario? Los 13 descabellos -su número- causaron la hecatombe almohadillera que sobrevino inmediatamente después.

La afición apostaba poco por la parte laboral de la corrida mixta. La parte laboral estaba a cargo de Espartaco, que es un diestro bullidor, valiente y partidario de cortarles las orejas a todos los toros. Cada cual tiene sus manías, muy respetables. Por ejemplo, los diestros del arte esa manía no la tienen.

Para fortuna de Espartaco, sus toros, tan mansos como el resto, salieron manejables y, si se empleaba con ellos el astuto ardid de arrimarse, presentándoles pelea, hasta podían resultar boyantes. Espartaco empleó ese astuto ardid, se llevó a sus mansos al centro del ruedo y les dio docenas de derechazos y naturales. Cómo salieran esos derechazos y naturales nadie lo iba a tener en cuenta, pues en una actividad laboral no procede calibrar exquisiteces.

Sin embargo, Espartaco quiso ser exquisito también, hizo sus pinitos de virtuoso y le salieron algunos pases de pecho de especial hondura, uno de los cuales habría firmado el mismísimo Juan Belmonte en noche de farra. Los artistas, que contemplaban desde la distancia del callejón y desde la altura de su delicada sensibilidad el afanoso trajinar de Espartaco, estaban impresionadísimos, les entraban fatigas, decían "¡osú!".

A golpe de derechazos, de valor, de contagiosa alegría y de ambición, Espartaco cortó una oreja y se convirtió en el líder indiscutible de la corrida mixta. La parte laboral triunfó sobre la artística, cuyos titulares habían sido incapaces de superar sus aficciones. Los propios artistas le dieron otra puñalá al arte y los devotos seguidores de su etérea doctrina una feligresía piadosa, penitente y alucinada han entrado en cuaresma.

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