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El español y el diafragma

El español, tradicionalmente, había llevado el volante del matrimonio, de la pareja, de las relaciones sexuales. El español, si encontraba inocente a su pareja, se proponía mantenerla en la inocencia, por miedo intuitivo a la sexualidad sin fondo de la mujer (aunque no conociese esa sexualidad). Lo normal era que él gozase y ella se resignase. La resignación la hacía más cristiana y el cristianismo la hacía, más fiel. Para las ordalías sexuales ya estaban las casas de lenocinio, recia y barroca institución del macho oriental/occidental, con muy ricas características en España. Había cosas que con la santa no se podían hacer, por respeto a ella misma, como por ejemplo el francés. Pero el respeto no era sino miedo al desmadre de la esposa o la Otra/la otra, cuando descubriese los siete o nueve cielos de la sexualidad, el paraíso perdido de su propio cuerpo.Y en esto que el diafragma. El diafragma no es la píldora, claro. El diafragma tiene sobre la píldora la ventaja psicológica, digamos, de que el español se entera: tiene que somatizarlo, asimilarlo, aceptarlo, superarlo. La píldora se ha quedado obvia, la mujer la toma a sus horas y el macho no se entera: lo da por supuesto sin pensar en ello. El diafragma (que tuvo su auge y sigue vigente) es más incómodo, más visible, más fáctico: es un colador de café que no cuela nada y, por evidente, conciencia al hombre en cuanto a .los problemas de su compañera. El diafragma, asimismo, cambia de manos el timón de la relación sexual: ahora es la mujer quien impone una pausa para su ubicación, ahora es la mujer quien enfría el clímax. El español ha de superar estos enfriamientos, temontar la situación y ponerse otra vez en forma. El diafragma, pues, aparte una prótesis sexual, es una. puesta a prueba de la marcha del varón.

Todo son ventajas con el desventajoso diafragma.

El diafragma no es sino el preservativo masculino de otros tiempos, aplicado ahora a la mujer. La mujer ha tenido que soportar durante muchos años el ritual entre siniestro, deportivo y ridículo de la inserción del preservativo. Hoy es el hombre quien se somete al ritual femenino del! diafragma. Y este sometimiento es un proceso que, aunque íntimo, ha supuesto y supone miles, millones de fiascos, como decía Stendhal, millones de gatillazos, como decimos en España, y no sólo físicos, sitio, lo que es más grave, psicológicos, gatillazos de la conciencia macho que nunca. volverá a ser la misma. La mujer, con el diafragma, vuelve al cinturón de castidad.

El cinturón de castidad era una imposición machista del macho. El diafragma es un rnoderno cinturón de castidad que la mujer se coloca a sí misma y que la hace casta como la Virgen, inviolable, infecutidable. Con el diafragma, pues, la mujer está respondiendo, siglos más tarde a la, humillación de la sexualidad bajo candado. Y está recuperando una impenetrabilidad virginal e irónica, una virginidad industrial y eficaz que deja al caballero como muy frustrado. No hemos profanado un cuerpo de mujer, sino un artefacto de goma. No hemos profanado nada. Aparte el placer sexual, que naturalmente puede ser el mismo, la pieza, para el macho, no ha sido cobrada. Ha hecho el amor con un recipiente industrial.

El esterilet, que a veces el hombre ignora en su compañera, sobre todo si es ocasional la relación, puede resultar traumático para la mujer, más allá de la infecundidad que proporciona, y aun cuando ella no desee ser fecunda en absoluto. Una cosa es no tener hijos y otra no poder tenerlos, haberse autocastrado. De hecho, los procedimientos anticonceptivos, al margen la cualidad profiláctica de algunos, se estructuran así, en un enfrentamiento hombre/mujer:

Preservativo / Diafragma.

Interrupción en marcha / espermicidas.

Infecundidad (quirúrgica y voluntaria / esterilet. No hay que decir que los primeros enunciados se refieren al hombre y los segundos a la mujer. El ritual anafrodisiaco que imponía la colocación del preservativo, es análogo al que impone la correcta instalación del diafragma (y ya hemos hablado de los respectivos o comunes traumas que esta pausa representa para hombre y mujer). En cuanto al "apearse en marcha", tan español y tan perjudicial para la salud de la pareja, equivale a la moderna introducción de espermicidas en la vagina, ya que la duración de éstos es relativa y casi siempre se aplican en una tregua -trágica y cómica tregua- del recital del sexo.

La infecundidad quirúrgica y voluntaria del hombre, que los pueblos analfabetos- aceptan a cambio de un transistor, se corresponde con el esterilet femenino. En uno y otro caso, la inciderencia por los posibles hijos, puede trastocarse en ansiedad del hijo, con la imposibilidad, y por supuesto genera un complejo de castración o autocastración, muy connotado de culpabilidad.

Y volvemos a la rusticana y tradicional pilule. Ventajas de la píldora: que se convierte fácilmente en un hábito, como tomar una aspirina, y no traumatiza. Que resulta "ajena", en tiempo y quizá en espacio, al acto sexual. Que es barata. Éstas son, naturalmente, ventajas para la mujer, y puede que también para el hombre. Desventajas: que engorda. Que altera el riego sanguíneo. Que entra a formar parte de la intimidad femenina y el hombre, alegremente, la ignora, resignándose a la suerte de tener siempre mujeres disponibles. La píldora no conciencia, o no crea conciencia de responsabilidad en el hombre. Ni en la mujer, a veces. La píldora se ha hecho soluble en los sencillos rituales cotidianos, y por eso a la Iglesia le es tan difícil luchar contra ella, entre los cristianos. Ha llego a llamarse "la píldora católica", ya qe son los católicos quienes la consumen preferentmente. Entre otras cosas, porque la píldora tiene enfrente un mal mayor el aborto.

La Iglesia ha potenciado tanto la culpabilidad del aborto, incluso en sus versiones más atenuadas o legalizadas, que ha venido a justificar o amilinorar, involuntariamente, la culpabilidad de la píldora. Porque, como hacer, algo hay que hacer, se pongan como se pongan. En cuanto a la píldora, masculina, esa cosa aún legendaria, presenta el inconveniente de que la mujer, en relaciones azarosas, nunca podrá saber si el hombre realmente la ha tomado, salvo cuando su tripa esté de tres meses. Las neogynonas, pues, hacen a la mujer dueña de su destino, aminorando incluso, en las católicas, la conciencia de culpa, por las razones que hemos dado. Una de las pocas revoluciones reales de este siglo revolucionario es la píldora anticonceptiva o anovulatoria. Está en la base de la subversión femenina y feminista. La píldora ha creado nada menos que una nueva moralidad (y, en consecuencia, una nueva hipocresía: cualquier moral no es sino el revés de alguna hipocresía grandiosa que mueve la historia).

Con la impunidad sexual de los anovulatorios, caen los dos terrores fundamentales y milenaristas de la mujer: terror teológico (condenación). Terror social (madres solteras). Estos dos terrores, imaginados férreamente por el hombre para mantener infantil a la mujer, se entretejían eficazmente en uno solo, que era el rechazo, ya absolutamente irracional, inercial, heredado, de la sexualidad pre o extramatrimonial, por parte de ellas. Rechazo que, en su espantosidad, con frecuencia se adentraba en el matrimonio: como, por principo, el sexo era malo, la mujer ya no estaba muy segura (nadie se lo había explicado) de hasta dónde se podía llegar en esta gratificante gimnasia. Y lo que la hembra no podía ni imaginar es que se puede llegar a todo, aunque veladamente se lo sugiriese a nuestras abuelas La corte de Faraón. La píldora, sí, hace a la mujer dueña de su destino (los grandes pasos morales no los da la moral, sino la ciencia), pero también la hace hipócrita, como hemos dicho, en cuanto universalmente impune. A su vez, el macho, desentendido de la inexistente píldorá, vive hoy perplejo ante el diafragma, prótesis sexual femenina que le retrotrae a la situación (invertida) del ceremonial del preservativo. Mediante el diafragma, pues, la mujer devuelve a su pareja siglos de humillación, profiláctica (ya los egipcios utilizaban preservativos de tripa de cerdo). La píldora es la solución, pero el diafragma es la venganza. Al fin.

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