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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El caso sirio

SE HAN sucedido en estos días comentarios sobre la responsabilidad siria en dos de los atentados realizados en Berlín y en el intento de colocar una bomba en un avión de la compañía El Al, felizmente desbaratado, en el aeropuerto londinense de Heathrow. Pero las versiones sobre esa responsabilidad no han sido siempre coincidentes. El Reino Unido ha expulsado a tres diplomáticos sirios, considerados sospechosos, porque el Gobierno de Damasco se ha negado a levantar su inmunidad diplomática para que pudiesen ser interrogados por la policía británica. Israel afirmó inicialmente que tenía pruebas seguras, y hubo incluso alusiones a represalias militares; las últimas declaraciones del primer ministro israelí, Simón Peres, en cambio, insisten más bien en el deseo israelí de evitar acciones de guerra entre los dos países. En cuanto a EE UU, el tono ha sido distinto del que precedió al bombardeo de Libia; en sus últimas declaraciones, el Secretario de Estado adjunto, John Whitehead, dice que no hay razón para dudar de las pruebas de que dispone Israel, pero agrega que hay motivos para creer que el presidente sirio, Hafez el Asad, quiere desvincularse del apoyo a grupos terroristas a los que ha apoyado en períodos anteriores.Es evidente que el caso de Siria, tanto por su régimen como por su situación en el escenario internacional, es completamente distinto del de Libia o Irán, a los que se le suele asociar como países patrocinadores del terrorismo. En el terreno internacional, Siria firmó una alianza con la URSS en 1980, gracias a la cual ha logrado importantes suministros de armamentos, decisivos para la ambición de Asad de hacer de Siria una potencia regional; esa alianza es asimismo esencial para la política exterior de la URSS, porque le permite seguir aspirando a desempeñar un papel en los problemas de Oriente Próximo. En la hipótesis de una acción militar contra Siria, sería imposible para los soviéticos adoptar una actitud como la que han observado en el caso libio, no ya por la proximidad geográfica, sino porque toda su credibilidad se vendría abajo.

En el plano interior, la alianza soviética no ha modificado el anticomunismo de Asad; éste tomó el poder en 1970 como consecuencia del triunfo del ala militar del partido Baas sobre su ala civil, que tenía una orientación izquierdista. Ha establecido un régimen laico y militarista, con métodos represivos brutales; se siguen practicando ejecuciones en público. El relativo fracaso de la agresión israelí contra Líbano ha significado un reforzamiento del régimen de Asad, y ha elevado su papel internacional; Siria ha logrado establecer de hecho una especie de protectorado sobre el país vecino, dominado por la guerra civil. Aunque los acuerdos de paz de diciembre pasado no se cumplen, las diversas facciones libanesas, incluso las cristianas, acuden a Damasco para intentar dirimir sus diferencias.

Al mismo tiempo, Siria ha realizado una apertura hacia los países árabes moderados, a la vez que hacia Occidente. La reconciliación con Jordania ha sido el hecho más espectacular de esa apertura. Pero es sabido que la ya grave situación económica de Siria no empeora gracias a la ayuda que recibe de Arabia Saudí. Con respecto a EE UU, en diversas ocasiones el presidente Asad ha intervenido para poner fin a secuestros de ciudadanos norteamericanos; existe cierto contacto Siria EE UU, más o menos regular, y es sintomático que Robert Murphy, asesor del secretario de Estado, hiciese una visita a Damasco pocos días antes del bombardeo de Trípoli y Bengasi.

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Sería ingenuo ignorar los lazos que, por diversas razones, existen entre el Gobierno sirio y algunos grupos terroristas. Asad ha apoyado a grupos palestinos extremistas, en un esfuerzo sistemático por debilitar al líder de la OLP, Yasir Arafat, y cerrar el paso a los esfuerzos negociadores que Jordania había encabezado. Por otro lado, un aspecto singular de la política siria es su coincidencia o alianza con el Irán de Jomeini, determinada por un enfrentamiento a muerte con Irak, gobernado por la otra fracción del partido Baas. Desde hace muchos años, la lucha despiajada entre los dos Baas, el sirio y el iraquí, se sobrepone a todas las otras diferencias. El apoyo a Irán lleva al presidente Asad a facilitar la presencia en zonas libanesas que controla de grupos shiíes cuya actividad terrorista es notoria. Pero al mismo tiempo, los principales enemigos en Siria del régimen de Asad son los Hermanos Musulmanes, que son suníes, pero que condenan el sistema laico de Asad en nombre de un islamismo integral. En los meses de marzo y abril, Siria ha sufrido brutales atentados con bombas en plazas y autobuses, que han causado entre 100 y 150 muertos. En la primera versión oficial se apuntaba a posibles complicidades israelíes -que algunos observadores occidentales no descartan-, pero esa tesis fue abandonada, en un esfuerzo evidente por disipar tensiones, y la responsabilidad de esos actos terroristas contra la población ha sido atribuida a agentes de Irak y de los Hermanos Musulmanes.

La evolución de la política de Siria tendrá repercusiones importantes en Oriente Próximo. Catalogarla con definiciones simplistas no puede ayudar ni a comprender los factores muy complejos que influyen sobre ella ni a tener en cuenta las posibilidades que pueden desprenderse de una diplomacia inteligente, que no está reñida con la máxima vigilancia y firmeza en la lucha contra el terrorismo.

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