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Reportaje:FERIA DE SAN ISIDRO

Cuando la ONU va a los toros

Los periódicos informan que los enemigos de nuestra incomparable fiesta nacional levantan cabeza de nuevo. Esta vez el ataque se monta desde fuera, de la mano de parlamentarios europeos, y parece que hasta hay algún inglés de por medio. ¡Un inglés quiere dejar sin toros a la piel de toro! La afición no teme. A lo largo de los siglos la fiesta ha repelido los asaltos de políticos, reyes y hasta papas. Sin embargo, sí hay cierta curiosidad por saber exactamente qué idea de los toros se están levando a sus países los extranjeros que visitan España cada año. De modo que el otro día asistimos a una corrida en Madrid con un grupo de turistas al por mayor. "Un experto guía comentará los pormenores de la Fiesta Nacional, tanto antes del festejo como al final, para hacer un juicio crítico del mismo", prometía el folleto de la agencia. Así han de hacerse las cosas en la España moderna de la OTAN y la CE: con lógica y juicio críticos. ¡A los toros, pues! Los 55 ocupantes del autocar formaban un grupo heterogéneo: franceses, italianos, alemanes, norteamericanos, canadienses y diversas variedades de orientales. Durante una hora nuestra guía, a quien llamaremos Isabel, explicó en inglés y español los principales puntos de interés de la capital. Nos acompañaban otros autocares: hay tres compañías en Madrid que se dedican a esta visita, y en plena temporada puede haber hasta 20 coches en total. En varios momentos nuestro paso por la ciudad pareció ocasionar el intercambio de impresiones jocosas entre los transeúntes nativos. Isabel empezó a explicar el arte de Cúchares a la altura de la puerta de Alcalá, cuando faltaba muy poco para Regar a la plaza. La explicación -a través de unos altavoces que no habían funcionado con la deseada nitidez en todo el viaje- era de lo más rutinaria y superficial; estaba claro que Isabel no sólo no era una experta en la materia, sino que no sentía el más mínimo interés por este rito milenario. Y eso que cada uno de aquellos aficionados en potencia había pagado 3.700 pesetas. Cuando llegamos a un solar a considerable distancia del coso, se nos recordó el número de nuestro autocar, se nos avisó de la presencia de carteristas profesionales dentro y fuera de la plaza, y se nos informó que está prohibido ponerse en pie durante la lidia. Al bajar, nos abordaron vendedores de carteles, banderillas de lujo y una guía escrita en siete idiomas, La conida de hoy (stierkampf, en alemán; togyuu, en japonés). Menos mal, pensamos; aquí vendrá una adecuada explicación de lo que vamos a ver. Nada de eso. La traducción al inglés, por lo menos, es pésima y contiene además varios errores de bulto. "¡Viva el toro!"

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Toreros al gusto de la afición

"Are you americans?", preguntamos a unos compañeros de viaje, un matrimonio mayor que iba vestido con el peculiar atuendo de los turistas estadounidenses. Contestaron con amabilidad que eran "the next best thing" ("lo que se les parece más"): eran australianos. No sólo eso, sino que- se llamaban Hemingway, y habían leído varias obras del famoso autor en preparación para este día. Magnífico, pensó el periodista; este es el tipo de detalle que da interés a un reportaje. Acordamos cambiar impresiones después del festejo, aunque los Hemingway advirtieron que en principio iban a favor del toro. Nuestras localidades estaban en la última fila de un tendido alto de sombra, lo cual puede parecer un engaño -los billetes sólo valían 1.200 pesetas- pero que en realidad es un acierto, ya que el novato tiene así una visión panorámica del festejo. Sonó el clarín y uno de los italianos gritó: "¡Viva el toro!". Desgraciadamente, la corrida fue mala: las reses dieron poco juego y los matadores eran poco diestros. "Más trabajo para los carniceros", observó nuestro vecino, un surafricano en viaje de negocios, durante cada arrastre. Tras el tercer toro, varios turistas, desafiando el peligro de los carteristas, buscaron el refugio de nuestro autocar. Pero, aun así, muchos de estos nuevos espectadores estaban dispuestos a gustar de la fiesta. Siguieron con atención los incidentes de la lidia y se entusiasmaron con lo poco bueno y vistoso que se vio. Según un amigo nuestro, coletudo, ello se debe a que el toreo es un arte, y, por tanto, es algo universal. No pareció molestarles la sangre. "Se ve más sangre y, violencia en un partido de la Liga Nacional de hockey sobre hielo", declaró Jean Frangois Doré, un locutor de radio canadiense. A su esposa sólo le desagradó "la falta de profesionalidad de algunos de los toreros". Doré apoyó al presidente por no conceder una oreja, a pesar de una fuerte petición por parte del público hispano. Míster Makino, un joven ingeniero japonés que trabaja en los Erniratos Árabes Unidos, opinó que el espectáculo era "interesante una observación correcta pero "poco profundo", una clara equivocación. A Amalia Schadler, una secretaria de Liechtenstein que está visitando a una amiga en Madrid, le gustaron mucho los colores y el ambiente, las reacciones del público. "Es como el flamenco: representa a España", declaró. Pero añadió que no volvería, lo cual nos decepcionó. A quien más le gustó la función fue a nuestro vecino surafricano, Dave Vorster, de 39 años, empleado de una compañía petrolera en Durban. "Las primeras varas no eran muy agradables", afirmó Dave, "pero no es cruel. Al entender algunas de las sutilezas, ha resultado una tarde muy interesante". Agregó que volvería a la plaza gustosarnente, y creemos que su reacción positiva se debe en parte a la explicación detallada que le brindamos durante la lidia. ¿Y los Herningway? Se habían marchado durante la faena al quinto, pero eso no nos preocupó: estarán en el autocar, pensamos, a la espera del prometido y, experto análisis post mortem, que, por cierto, nunca se produjo. Pero no estaban en el autocar ni en ninguno de los otros vehículos de la zona. Por un momento pensamos en acudir a la agencia de viajes para buscarlos en su hotel, pero desistimos. Al fin y al cabo -y a pesar de llamativo apellido- sólo habían sido unas víctimas más de la pésima presentación de la fiesta de los toros en España. Don Ernesto lo habría sentido.

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