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LA LIDIA / FERIA DE SAN ISIDRO

El trapío y la casta

La feria ha empezado ofreciendo una muestra de cómo debe ser el toro de lidia, lo mismo el que dicen que quiere Sevilla como el que exige Madrid. No hace falta que pese más allá de la media tonelada, pues a una y otra aficiones les basta con que tenga trapío. Ninguno de los de Torrealta llegó a los 500 kilos y habiavarios que raspaban el mínimo reglamentario. Sin embargo, todos fueron de respeto porque, en efecto, lucían un trapío irreprochable.

El quinto, de la misma escasa rornana, era un pavo que impresionó nada más plantar la pezuña en el ruedo. La armonía de sus proporciones se definía en la silueta, que elevaba arrogante la curva del morrillo, la dismúluía en el ensillado, del lomo y la volvía a elevar, imponente, por la culata. Maravillaba también la hondura del pechazo, la bamboleante tersura de la badana, la acaxamelada cornamenta, espléndida, desafiante, vuelta y astifina. Y todo eso, en 470 kilos de toro. Saltó a la arena y su, estampa era paradigma del toro de lidia cuando ha de infundir el respeto que reclama una plaza de categoría.

Torrealta / Gonzalez, Campuzano, Mendes

Cinco toros de Torrealta, con trapío y casita; el primero, sobrero de Benavides, bravo. Dárnaso González: estocada tendida caída (aplausos); cuatro pinchazos y estocada corta baja (pitos). Tomás Campuzano: pinchazo y estocada. ladeada (ovación con pitos y salida al tercio); estocada ladeada (silencio). Víctor Mendes: pinchazo hondo y descabello (aplausos); estocada baja (palmas). Plaza de Las Ventas, 10 de mayo. Primera corrida de feria.

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También hubo casta, a borbotones; casi todos la tenían. Cuidado conla casta, pues en ella llevan el peligro principal los toros. Ocurre que el público, sobre todo el que sólo se asoma a los cosos en corridas de feria y cuando actúan las figuras, no está acostumbrado a ver toros de casta, ya que en esas funciones lo normal es que salga el borrego, y se asusta con sus agresivas reacciones.

Antiguamente, los toros salían así siempre. Unos tiraban a mansos (lo que entonces llamaban bueyes de carreta, y ya sería menos), otros a bravos, pero, en cualquier caso, les bullía esa sangre fiera propia de la especie que los hace temibles, aun cuando proclamen nobleza.

De semejante manera se comportaron los Torrealta de ayer y los diestros les hicieron las faenas que permitían alcanzar su valor y sentido del torleo. Tomás Campuzano fue torero a la antigua, como convenía para toros igualmente chapados a la antigua. Las bronquedades y gañafones no le amilanaron, sino que aguantó el tipo y llegó a acoplarse con sus dos enemigos a base de consentir, mandar y correr la mano. Se vio entonces que los encastados Torrealta, en cuanto les consentían, mandaban y corrían la mano, metían la cabeza abajo, bien humillada, y seguían el engaño con codicia. Se vio, y entonces parte del público desmereció al torero, pues su ejecución de las suertes delataba las lagunas de arte que indudablemente tiene. Sin embargo, el mérito verdadero se había producido antes, en elvalor, la serenidad y la técnica para llegar allí, al dominio de la encastada fiereza.

Más acostumbrados están los públicos y los toreros a toros como el cuarto, un precioso entrepelao salpicao cariavacado, que resultó ser un cosumado borrego. Todo lo contrario que los Torrealta de casta hizo ese garbanzo negro de la corrida. Para empezar, no tiraba derrotes ni molestaba a Dámaso González con feroces bronquedades y, en consecuencia, no necesitaba que el diestro le consintiera ni le mandara. Antes bien, el diestro le anduvo a gorrazos.

Para terrninar, este cuarto toro cuando tomaba los engaños; no humillaba jamás, ni sentía codicia alguna. Dárnaso González le dio derechazos -muchos-, algtinos propendiendo al circular o cayendo en el rodillazo, que no divirtieron. En el sobrero de Benavides, que acabó muy apagado fruto del picadillo de espalda y riñonada que le hizo el picador, tampoco logró acoplar los bucles toreros de su especialidad. .

Víctor Mendes manejó el c apote con cierta finura en los lances a la verónica y en las chicuelinas y, sobre todo, cuando lo empleaba en la brega y dibujaba recortes, largas o medias verónicas para colocar al toro en suerte. Fue el que mejor lidió de la terna. Víctor Mendes prendió pares de banderillas asomándose al balcón y saliendo apuradísimo de la reunión. Emocionó a los espectadores con estos tercios vibrantes.

Con la muleta ya emocionó menos, . pues la respuesta que dio a la casta de los toros consistía en ahogarles la embestida. Se colocaba allí donde el toro no puede tener visión, ni campo para acorneter, y recela de la humanidad que se le arrima a la testuz con vocación de sastre. Salvó de tal manera el compromiso de los toros fieros, pero no añadió nada -tal vez quitó- a su cartelito en la feria.

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