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Sicilia

Lampedusa está realmente cerca de Libia, pero es siciliana desde siempre. Cuatro mil almas, un mar increíble, turistas en verano y dificultades el resto del año. Ahora, junto a todas estas dificultades, el pescador de Lampedusa acaba de descubrir otra: que si bien vive en el corazón del Mediterráneo este mar, que siempre ha sido su riqueza, ya no le pertenece. Ahora están los portaviones estadounidenses, y está Gaddafi, que lanza misiles sobre su cabeza.El siciliano de Palermo, ciudad de sueños y misterios, vive una época de ardiente pasión. Esta movilización general sobre los males de la capital de la isla, alrededor del problema que finalmente juzga a los boss (I) grandes y pequeños de la Mafia, como base de una investigación que ya no atañe sólo a los picciotti (2), y a los peones, sino también a los padrinos y a los patronos, a los políticos del tercer nivel y a los pezzi da novanta (3), esta especie de cruzada, pues, lo llena de fe, quiebra la coraza de secular desconfianza que ha convertido al palermitano en un escéptico, un cínico, preocupado sólo por sobrevivir. Es posible que todo esto esté muy bien. Sin embargo, el palermitano que lee a Leonardo Sciascia y a Umberto Eco, que se echa a la calle con los jóvenes para decir no al pulpo, y que escribe cartas a los periódicos, intuye que hay algo que no marcha. Intuye que, una vez más, corre el riesgo de quedarse solo, cuando la actual llamarada se haya apagado.

Hace un mes la isla permaneció casi aislada del resto del país durante varios días. Las barricadas levantadas en contra de una ley de la construcción bloquearon aeropuertos y estaciones, autopistas, puertos y carreteras nacionales. Poblaciones enteras se vieron asediadas durante casi una semana por manifestantes que se negaban a pagar la tasa establecida por la disposición. Se ha temido lo peor. Se ha comparado la situación con la revuelta de Reggio Calabria, que, durante casi un año, en 1970, obligó al Gobierno central a intervenir con carros de combate. Esta vez, pues, también ha habido barricadas. ¿Por qué? La razón es sencilla: porque en Sicilia es más grave que en otros lugares el fenómeno de los abusos en la construcción (por lo menos medio millón de casas fueron construidas sin licencia en la última posguerra; 1.300.000 viviendas entre 1961 y 1971, y dos millones y medio en la década siguiente). Aplicando la ley de Roma, que trata de evitar precisamente las situaciones ilegales por medio del pago de una multa, una gran parte de las familias sicilianas habría tenido que desprenderse de gruesas sumas de dinero.

También esta vez han funcionado las barricadas, pues el Gobierno regional, entre oposiciones y fuertes críticas, ha aprobado para los llamados "casos abusivos por necesidad" una ley a la medida que choca frontalmente con la ley nacional. ¿Se trata de una victoria? ¿O es la afirmación de la rabia popular? Nada de esto. En realidad, el episodio ha reforzado los rencores y, por si fuera poco, ha ensanchado el abismo de incomprensión que existe entre Roma y Palermo desde los días de Giuseppe Garibaldi y la Unidad. Otro resultado es que, al haber nacido en las barricadas, el partido de los abusivos se va a presentar a las próximas elecciones administrativas regionales, previstas para el mes de junio próximo.

Revueltas, procesos, misiles: esto es lo que sucede estos días en Sicilia, y lo que puede suceder en cualquier momento. Tres escenarios diferentes, pero una única maraña de problemas, un único denominador común: una antigua y pesada herencia de sometimiento y miseria.

Sicilia -dice Leonardo Sciascia- se halla allí donde parece que Italia va a darle una patada y a enviarla de nuevo a Africa. Y para Luigi Pirandello, "el carácter básico de la vida que conocemos y que llamamos siciliana es una forma exasperada de individualismo en la que actúan, en un doble movimiento inverso, los componentes de la exaltación viril y de una sofisticada disgregación". ¿Tiene razón Sciascia cuando habla de patadas? Y el individualismo descubierto por Pirandello, ¿tiene todavía raíces profundas?

La verdad es que, desde siempre, las cosas de Sicilia tienen dos o más rostros. Y la certidumbre nunca es del todo certidumbre, sino duda, esa duda que para Gorgias de Leontini, el filósofo sofista griego del siglo IV antes de nuestra era, había surgido precisamente por estos lugares.

Releamos las crónicas sobre la cruzada anti-Mafia. Hay un gran consenso respecto de la acción de un pool de magistrados que arriesgan sus vidas cada minuto. Hay momentos de gran apasionamiento. Pero he aquí que aparecen las dudas, que la certidumbre se fragmenta en miles de cristales de pequeñas verdades.

"No es que ahora seamos, de golpe, más fuertes", dice Giuseppe Pignatone, juez que se ocupa de contratas, "sino que es el bloque de mando de la ciudad el que se ha debilitado. Lo que los jueces conseguimos hacer lo hacemos penetrando por las grietas que se están abriendo en este bloque. Al actuar, ensanchamos las grietas, aumentamos el vacío de poder. Nadie puede saber ahora quién va a llenar ese vacío al final, ejerciendo el mando en la ciudad. Éste es el gran interrogante de los próximos años".

Otro juez, Giuseppe di Lello, dice: "Se descargan sobre el magistrado también los deberes de los demás. Pero no debe ser así: no podemos vencer a la Mafia nosotros solos, ni podemos renovar la clase dirigente".

Otro más, Paolo Borsellino, con su colega Giovanni Falcone, en primera línea: "Yo noto en Palermo algo que crece y que no sé definir, pero que, sea como sea, es lo contrario de la solidaridad".

Vacilan las nuevas esperanzas

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y surgen múltiples malestares. La región que no sabe gastar 12.000.000.000 de liras. El gran bloqueo de la vida social y económica, que muchos atribuyen a la ley Rognoni-La Torre (se trata de la ley que, resumiendo, permite investigar el dinero de los mafiosos y sus empresas). La corrupción que se extiende por los despachos y que se junta a la de las conciencias y comportamientos. La cuestión moral. El temor. El acostumbrarse a la inmoralidad. Ese bizantino mecanismo de contribuciones, remuneraciones, subsidios, cooperaciones que, de hecho, hace vana la actividad del Gobierno y de las administraciones locales. El laberinto de delitos impunes. Las atrocidades, no sólo de la Mafia, sino de la delincuencia común. Los picciotti que no conocen más mandamientos que los de la violencia. El desempleo. El descubrimiento de que la protesta callejera es la única perspectiva de obtener alguna justicia. Palermo sobresaltada por los aullidos de las sirenas de las escoltas que protegen a los magistrados y a los altos cargos del Estado. Un puerto que ha perdido 2.000 trabajadores de 3.000. Una zona industrial reducida a depósito de mercancías. El agotamiento de las actividades de la construcción. Los astilleros que se clausuran. La agricultura subvencionada, cuyos propietarios producen sólo para obtener una distribución bien remunerada (100.000 millones al año). Y luego la droga, los menores que venden sobrecitos de heroína, los tirones, los atracos, los secuestros... una cotidiana desesperación.

¿Qué es, sino una ciudad de frontera? Y ahora, tras el ataque libio a Lampedusa, con Cómiso y su base de misiles y, Sigonella con su base de la OTAN, la frontera se ha ampliado paradójicamente a toda la isla. Gaddafi, al Sur; la Mafia, dentro; la patada de Sciascia, al Sureste.

¿Hay, pues, esperanza para una ciudad y para una región que se consumen en sus desgracias? Nadie sabe si hay esperanza. Ni siquiera quien vive en ella desde hace años, y que desde hace años se interroga a sí mismo sobre el pasado y el futuro. Por otro lado, ¿cuál es la verdadera Sicilia? ¿La de Sciascia? ¿Inquisidores, épicas sofisticaciones intelectuales de anarquía campesina, de espera siempre renovada y siempre frustrada, o también la imagen de una Sicilia inmóvil. bajó las oleadas de acontecimientos históricos? ¿O bien esa otra Sicilia solar, preñada de sueños, de fábulas de Giuseppe Bonaviri? ¿O la Sicilia mitteleuropea con la que sueñan muchos, quizá demasiados sicilianos que cruzaron el estrecho y que ahora viven en Roma o en Milán, integrados de cualquier manera en los procesos productivos del país? ¿O esa Sicilia que produce, porque hay también una Sicilia que crea riqueza (pero ¿cuánta y para quién?) o bien la Sicilia del cardenal de Palermo, Pappalardo, que hablaba de Mafia y todos estaban pendientes de sus palabras y que, ahora, ya no habla de Mafia, y que, antes bien, habla de mito mafioso y de las ovejitas de su grey?

Salvatore Quasimodo hablaba de un sol que calienta también las zonas más desconsoladas y más remotas de la isla, isla en la isla, para restringirse cada vez más en islas cada vez más reducidas y solitarias: los individuos solos, abandonados a sí mismos.

¿Hay esperanza para una región que vive así?

1. En Italia se utiliza el término inglés boss (jefe), en singular, como sinónimo, más o menos, de capo (jefe), para indicar a los jefes de mafias y de gangs. (Nota del traductor.)

2. Un picciotto era un voluntario siciliano de Garibaldi en tiempos de la Unidad de Italia; por extensión, es algo así como un soldado o elemento de tropa, también en los grupos mafiosos. (N. del t.)

3. Pezzo da novanta: en general, cualquier personaje importante dentro de un grupo mafioso; en particular, de los más elevados. (N. del t.)

Giuseppe Geraci es periodista y escritor siciliano, subdirector de Il Messaggero, de Roma.

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